BIPOLARIDAD POLÍTICA
En los capítulos
precedentes de la teoría social hemos hablado de la bipolaridad económica como
de algo (una desigualdad) inherente a nuestra realidad social y económica y,
más allá de esto, como de un principio que la gobierna. El principio de
bipolaridad, en realidad, subyace en todas nuestras relaciones y en todos los
sistemas, sociales y físicos. Es por esto que, antes de seguir nuestro
desarrollo y ahondar en la importancia de este comportamiento en los sistemas
económicos, tenemos que extender el concepto a dichos sistemas sociales, y
mostrar de qué modo esta bipolaridad, la bipolaridad política, es el motor de
toda transformación social y antes de eso personal.
En efecto,
estamos obligados a mostrar de qué modo el psicologismo resulta ser el
fundamento de toda relación política (entre dos), dando lugar a toda una serie
de encuentros y desencuentros, y de qué manera se pone y se ha puesto de
manifiesto socialmente entre grupos o estamentos dando lugar a la lucha de
clases.
Lo segundo es
reflejo o extrapolación de lo primero, ahí su importancia, pero lo primero,
además, está en la base de la educación, en lo que somos como individuos, en
nuestra respuesta ante las cosas de la vida, etc. y se ve afectado enormemente
por lo segundo. Existe de hecho una relación directa (implicación y
complicación) entre los aspectos psicológicos y los sociológicos, y existe la
posibilidad de establecer en un caso y otro formas de funcionamiento higiénicas
y eficientes mediante la supresión de resistencias innecesarias, que es, en
definitiva, la metodología aplicable a todos los sistemas (económicos y
políticos) para alcanzar un perfecto funcionamiento, y la esencia de nuestro
modelo.
Estas cuestiones
las abordaremos y desarrollaremos más tarde, centrándonos aquí en la
presentación (El hombre bipolar), y en los aspectos meramente sociales de la bipolaridad
política y en cómo —de acuerdo con Marx— transforma a las sociedades mediante
la transformación de las relaciones de producción (Bipolaridad del poder
político). Posteriormente, hecho este análisis,
estaremos en condiciones de establecer con precisión nuestro momento o altura
social, esto es, en qué punto de las relaciones políticas y evolución social
estamos, en función de las perspectivas de crecimiento económico y de las
posibilidades del sistema vigente, lo que nos permitirá, conforme al esquema trazado
sobre el efecto transistor, determinar las limitaciones del sistema y las
condiciones para vencerlas o superarlas.
1. El hombre bipolar (4ª
entrega)
Resumen. En la 4ª entrega de
la Teoría
social se muestra de qué manera la bipolaridad está en la base de todas las
cosas y el efecto transistor en la base cualesquiera dos cosas con una
diferencia de potencial (desigualdad) afectada por un polo intermedio. La
bipolaridad se pone de manifiesto de forma muy particular en cualquier relación
entre individuos en tanto que nos comportamos unos frente a otros como polos,
esto es, como elementos aislados que se pueden poner en comunicación
estableciendo flujos entre ellos. Esta relación (de orden-1) puede evolucionar
hacia el acercamiento de los polos (convergencia) y desde cierta convergencia
hacia el alejamiento, hasta alcanzar cualquier estado de la curva
característica. Unas más saludables que otras.
El efecto transistor es aplicable a la
economía y a casi todas las cosas de la vida en las que haya dos elementos
afectados por un tercero: pensemos en la circulación de una vía de la red
viaria y en cómo se ve afectada si sobre la misma cruza otra, en un primer caso,
como el tráfico es fluido hay un número de coches por kilómetro, en un segundo caso,
el número de coches se ve acrecentado (hasta el atasco) y no por un valor suma
sino por una amplificación derivada del número de coches de la calle que cruza,
esto es, de un grado de entorpecimiento o ineficacia o resistencia adicional;
pensemos en la cinta transportadora del atlántico, esa que parece responsable del
transporte de calor desde el golfo de México y de las mini-glaciaciones de los
últimos tiempos cuando corta su flujo como consecuencia de las aguas desaladas
procedentes del deshielo del polo. Pero lo más importante es que el hombre,
como cualquier sistema físico se comporta en los planos sociológico y psicológico con las dinámicas del efecto transistor, por lo que éste es
aplicable a la sociedad, a la política y a todo lo concerniente al hombre y a
sus relaciones en general y entre ellas a las relaciones sociales o personales,
esto es, a todas en las que, inicialmente, se pone de manifiesto una relación
bipolar.
El
hombre no es bipolar en esencia (es él solo, una individualidad), y tanto es
así que cuando se presenta esta bipolaridad en el mismo hablamos de trastorno
bipolar. Ese ser él sólo y serlo además de una forma equilibrada es o consiste
en tener ciertos parámetros de autoestima, sentido del deber, pulsiones y
debilidades determinadas; estables y coherentes. Pero, puesto que no estamos
solos, también es relacionarse y estar en armonía con el ser social y con los
seres individuales de su entorno, lo que provoca unos desplazamientos o
fluctuaciones sobre el punto de equilibrio (la cuestión es cuánto y con qué
motivo) y genera diferentes parejas relacionales o elementos duales (Orden-1)
de una determinada bipolaridad, esto es, células políticas con una determinada bipolaridad política celular.
Un
estado u otro de bipolaridad se presenta en cada posible elemento dual, es
decir, en cada pareja relacional, en virtud del potencial a que se encuentra
cada uno de los elementos de la pareja; y, ya existiendo esa bipolaridad —si se
relacionan—, a la relación de potenciales, que es, propiamente, un potencial.
Dado que se encuentran a un potencial lo primordial es adivinar si es del signo
adecuado y si cada uno de los elementos juega el papel adecuado —E o C—, o no, que
daría lugar a un funcionamiento inverso y, en consecuencia equivocado y nocivo.
Esto en las relaciones de pareja o de amistad bien orientadas no suele ser
habitual (en las mismas se parte de una condición de mínimo) ni en general en
las que aceptamos desde la libertad, muy diferente de aquéllas obligadas o que
no podemos eludir, en la que nos vemos en una posición y jugando un papel que
de buen grado no jugaríamos, por el que decimos que nos llenamos de negatividad
(que nos da mal rollo etc.), cuando en realidad lo que advertimos es una
circulación de corriente inversa, improductiva y malsana. La alternancia de
polaridad en cada elemento de la pareja relacional, esto es, la variación de
potencial sobre la referencia del otro elemento, ora más positivo que él ora
más negativo, es en sí la alternancia de alguno de sus elementos y es lo que
llamamos patología bipolar, y otras manifestaciones impulsivas-depresivas,
caracterizada porque la polaridad intrínseca del mismo es en esencia de Orden-1
debido a la alternancia (él solo ya presenta dos polaridades).
La
posición de cada elemento de toda pareja relacional, lo que da y recibe (y
cómo), está fundamentada en las necesidades psicológicas de los individuos.
Este relacionarse, dar y recibir (el conocerse mientras se hace), es lo que
fundamenta el decremento de la bipolaridad en este sistema de Orden-1. Nos
relacionamos con unos y no con otros en función de que lo que nos permita dar
la relación sea lo que nosotros necesitamos dar y lo que nos da sea lo que
necesitamos recibir, estableciendo de este modo un flujo compensado, una buena
circulación o equilibrio entre los portadores mayoritarios y minoritarios.
Puede ser que alguien dé, dé, dé y sólo dé y otro reciba y sólo reciba, y entren
en comunicación estos dos apegos desordenados. En realidad, sin necesidad de llevarlo
al extremo, todos orientamos igualmente nuestra vivencia y nuestra atención,
dirigimos nuestras alegrías y nuestras penas a un determinado interlocutor (a
riesgo de ser desconsiderados) con la seguridad de recibir lo necesario tras el
proceso circulatorio, esto es, a quien las disfruta en un caso o las siente en
otro: manifiesta empatía y se involucra en la experiencia. Para el individuo el
proceso es una suma de procesos y el estado un sumatorio de estados pues, al
cabo, la relación no es biunívoca y contamos con toda la red para encontrar
caminos de retornos para los portadores y alcanzar el equilibrio, si bien que
generando esfuerzo y resistencias.
Con
tal de crear ese proceso circulatorio (o reclamarlo) estamos dispuestos —según
los casos— a todo, estamos dispuestos (o forzados) a ensayar variaciones desde
el equilibrio o incluso a perderlo definitivamente, y con esto, a no dar nada
de nosotros en la relación o darlo todo de una forma enferma, esto es, a ocupar
cualquier posición de trabajo del transistor, de entre todas las posibles. En
este sentido, en correspondencia con las diferentes zonas del transistor, se
puede dar una alta bipolaridad que daría lugar a una zona activa con la
condición de que exista un elemento mediador (B) y su flujo modulador que
propicie el flujo dinámico Fd; pudiendo ser los elementos de la Base muy variopintos y de
efectos muy distintos: puede ser una afición común, un parentesco o amigo
común, un gesto (de una clase u otra), una determinada disposición jerárquica o
estado social o cualquier relación (incluso dependencia comercial), una
problemática también común (o la pertenencia a un grupo), en definitiva, toda
una serie de elementos que hagan que se acreciente o disminuya esa bipolaridad
(que se acreciente o disminuya la desconfianza).
Que
el status social sirva de Base o mediador en la formación del elemento dual se
ve claro, se ve claro también que una determinada ocupación (médico, por
ejemplo) hará a alguien más cercano a priori que otra y si al presentárnosla
nos indican que es el alcalde de nuestra ciudad habremos salvado inmediatamente
una distancia con él que de otra forma sería infinita, en lo que se presenta
como una rotura providencial del envoltorio que nos cubre a todos. Caso
contrario, que no exista o que la aportación de la Base sea distinta, puede dar
lugar a una relación anodina o disgregada, esto es, con dos polaridades
aisladas —que es su estado natural y primero— y sin comunicación, repulsivas o
en corte; estado que, como dijimos, se puede alcanzar de igual manera desde la
despolarización, esto es, mediante un proceso de saturación alcanzado desde la
parte del codo que conecta con la zona activa, propia de una relación ya consolidada.
De
forma implícita, estamos indicando un proceso de inicialización del que no
habíamos hablado para la bipolarización económica porque no se da, y que, de hecho, marca tres diferencias fundamentales
entre la bipolaridad de orden-0 y orden-1, entre la económica y la política:
*La primera es que la política tiene un proceso de encendido (mediante
la curva de potencia máxima, reconvertida en On/Off) puesto que parte de una
situación de aislamiento de ambos polos que se ponen en comunicación (la
diferencia entre un orden y otro no radica en la curva sino en la forma (sentido)
de recorrerla, y si lo hace inicialmente).
*La segunda, es que, partiendo de esa bipolaridad grande, el proceso
tiende hacia la convergencia, es decir, hacia el encuentro de los dos polos.
*La tercera, es que inicialmente (más tarde, no) esta convergencia se
produce sin medrar el flujo porque, de forma contraria a lo ocurrido en la
económica, la disminución de la bipolaridad en este proceso inicial ocasiona,
en condiciones normales, un aumento del flujo modulador y, consecuentemente,
del flujo dinámico, dicho de otra manera, el mismo proceso de crecimiento autosostenible que se
produce en el caso económico con el aumento de bipolaridad se produce aquí con
su disminución, porque es con la disminución (acercamiento de los polos) cuando
se incrementa el flujo de la Base
(que lo da el propio acercamiento si resulta mínimamente fructífero).
Dicho
esto, podemos describir con más detalle ese proceso de inicialización. En
principio, el sistema de orden-1, para cada estado, y tal como hemos
anticipado, tiene un proceso de encendido en el que partiendo de un potencial
máximo y un flujo nulo, esto es, máxima bipolaridad y nula comunicación de los
dos polos (aislados), se produce un recorrido de acercamiento sobre la curva On/Off
que acaba en un punto (el borde superior del respaldo) con algo menos de
bipolaridad y una corriente máxima (el máximo diferencial de comunicación o
acercamiento lo alcanzamos desde el desconocimiento). En consecuencia, desde el
apagado (potencia nula) se llega al encendido y aplicación de la potencia
máxima característica de cada elemento dual, que para un valor concreto de ddP,
dará un determinado flujo dinámico, esto es, un punto de trabajo sobre la curva
de potencia máxima.
A
este proceso tendremos que añadir otros elementos para alcanzar una idea completa
del mismo, en particular, de la secuencia final hasta alcanzar un punto de equilibrio,
donde se ponen en marcha dos mecanismos antagónicos: se recorre la curva en
sentido descendente con decremento del flujo dinámico por precipitación en la
zona de avalancha —sintomático de un rápido acercamiento desde el
desconocimiento total—, a la par que cambiamos de curva, ascendente, puesto
que, conforme disminuye la bipolaridad, empieza a haber presencia positiva del
flujo modulador de la Base ,
por incrementos de un potencial intermedio, lo que da lugar a las
correspondientes variaciones en el flujo dinámico, y, según ya dijimos, al
crecimiento autosostenible.
En
la figura, sobre la curva de potencia A se llegaría al punto 1 para la curva
característica X, y 1’
para la curva Y (de forma análoga los puntos 2 y 2’ para la curva de potencia B).
Supuesto la primera combinación (A y X), si cae Fd (IC) desde
el punto 1 al 0, en tanto que se incrementa el flujo de la Base , la corriente subirá del
punto 0 al 0’ ,
correspondiente a la curva característica Y. Naturalmente para un movimiento
continuo de X a Y (entre 0 y 0’ )
mediante sucesivas curvas características, la progresión de los estados 1 al 0 será
coincidente con la curva representada entre 1 y 0’ .
Esto
nos da que cada pareja relacional tiene un punto de trabajo que alcanza de
forma natural, y nos da que hay determinadas parejas relacionales inviables
porque no alcanza esa zona de trabajo porque se establecen con una elevada ddp
o con una potencia insuficiente (que actúa como energía de activación) sobre la
que, en virtud de lo explicado, se establece una forma relacional sin
posibilidad alguna de prosperar (una supuesta curva C que no corte a X ni a Y
ni a ninguna otra curva característica).
Alcanzado el equilibrio, el
sistema podrá evolucionar de forma indistinta e independiente hacia el
acercamiento-alejamiento (+ o -) y aumento-mantenimiento/disminución del flujo
de la Base (>
o ≤), con una
forma de funcionamiento similar al establecido para el económico, que viene
caracterizado simplemente por la ddP y Fd que sea capaz de alcanzar en función
del flujo modulador de la Base
(Fm), resultando, por tanto, en función de los dos parámetros, cuatro formas de
evolucionar (+,>), (+,≤), (-,>), (-,≤).
Restringiéndonos
al primer parámetro, desde el estado de equilibrio cabe un acercamiento de los
polos mediante elementos convergentes y, de forma análoga, un proceso inverso
que nos lleve al alejamiento o a un estado relacional inicial o próximo a éste,
porque en todo momento, ya sea sobre el estado de equilibrio o sobre el
inicial, actúa —además de las descriptas— una fuerza contraria a la
convergencia. Es decir, que, desde cualquier punto de la curva, lo mismo que se
tiende a eliminar la bipolaridad de acuerdo a ciertos requerimientos
psicológicos se tiende a aumentarla de acuerdo a otros (mediante el incremento
de las propias resistencias), como son, principalmente, el instinto de
conservación y la necesidad de diferenciarnos, esto es, de mantener una
polaridad diferenciada: nuestro punto de equilibrio está a mitad de camino
entre nuestra necesidad de integrarnos (convergencia) y la de no enajenarnos
(divergencia); lo que nos lleva, respectivamente, a la contracción y expansión.
El
segundo parámetro determinará los aspectos creativos o perversos de la
diferenciación o no diferenciación adquirida. Centrándonos en la evolución
indeseable y problemática, podemos concluir que sobre la posición de equilibrio
(asiento) hay fuerzas con tendencia a llevarnos hacia el respaldo (divergencia)
y otras (la propia convergencia) hacia las patas de la silla: en el primer caso
nos puede llevar a la exageración, al desorden, al nuevo aislamiento (hasta
alcanzar el máximo en el que se produce el apagado) y el segundo al de hacer
inefectiva esa bipolaridad (despolarización) y que se ponga en marcha el
mecanismo de la saturación y, consecuentemente, una disminución de la corriente
de colector (IC) en el transistor o del flujo dinámico (Fd) en
nuestro modelo. Si nos atenemos a la relación de pareja (como caso particular
de pareja relacional), la situación primera es la ejemplificación de la
disgregación después de haber alcanzado un determinado grado de convergencia,
como consecuencia de preservar la propia identidad y el establecimiento de
puntos de vista irreconciliables, por lo que se produce un alejamiento basado
en el decremento del flujo Fd (decrece la confianza, las cosas compartidas) que
a su vez se debe a la sustitución de los portadores en la Base , es decir, a la
disminución de Fm producida por la suma de las distintas adversidades:
encontronazos, disparidad de criterio; en resumen, por el diferente punto de
vista derivado primordialmente de ser entidades diferentes sin nexo común.
Mientras que la segunda situación es la ejemplificación del caer a menos cuando
ya no está la intensidad ni todos los valores francos puestos en juego en las
pretensiones iniciales, en este caso, , si con una pequeña ddP decrece el
número de mediadores (Fm), desplazamos nuestro punto de trabajo hacia la
saturación o cuando menos a esa zona (el codo de la curva) entre activa y
saturada, propia de tantas relaciones, con tantos elementos negativos como
positivos, que sirve de nueva referencia de las fluctuaciones, de status quo,
de paso forzado entre la destrucción (olvido, abandono) y la regeneración.
Esta
dinámica, llevada a lo social, es la historia de los pueblos.
2. Bipolaridad de poder político (5º entrega)
En la 5ª entrega tratamos los aspectos
sociales de la bipolaridad política, esto es, de qué manera se establece
socialmente una relación entre polos (que son relaciones de poder), cómo se presenta
el poder económico como poder, y cómo esta relación se altera mediante el
concurso de un polo intermedio, en lo que resulta ser la aplicación del efecto
transistor a la organización social, dando lugar al acercamiento o alejamiento
de los grupos sociales distantes y la modificación de las relaciones de
propiedad en función de las necesidades de producción, o, lo que es lo mismo, a
la lucha de clases. Es la necesidad
de modificar las relaciones de producción la que permite variar las relaciones
de propiedad o acercamiento entre polos o estamentos distantes. Esto,
económicamente, se produce mediante el desarrollo de formas secundarias de
producción, y políticamente, con el concurso de un polo político intermedio
emergente que apoyado en lo anterior hace buena y necesaria una nueva forma de
pensamiento que incluye una nueva forma de relación social.
La
bipolaridad económica, da lugar, como suma estadística, a una bipolaridad
socioeconómica, socio-sectorial o estamental, que diferencia a las fuerzas
productivas y no productivas, que se interrelacionan mediante unas relaciones
de producción o, lo que no es más que la
expresión jurídica de esto —tal como señaló Marx—, con las relaciones de
propiedad en el seno de las cuales se desenvuelven.
En
consecuencia, a raíz de una bipolaridad de orden-0, se generan dos polos y con
ellos una relación de orden-1 (política), pues, si bien es cierto que ésta es
anterior e independiente —en cuanto que, como dijimos, está adscrita a cada
célula política—, el factor económico es un elemento catalizador de la actitud
humana, que activa, agrupa y da lugar como agente mediador y referencia a su
expresión social, de la misma manera que antaño lo fue (y por esto también es
anterior al factor económico) la propia relación de dominación: el poderío
militar, la fortaleza personal y las distintas formas de rentabilizar la violencia
o las capacidades.
En
efecto, todos los individuos se pueden presentar como un determinado polo
respecto a todos los otros individuos, y todos los asuntos de la vida, y, por
lo mismo, formar un universo caótico de anhelos o preferencias sin una
referencia evidente, pero hay algo que sí se presenta como tal: el potencial
económico y la relación de potenciales respecto a uno establecido muy
claramente como nivel de referencia cero: la pobreza total. Dicho de otra
forma, una expresión primera de lo que somos, que, además, es tangible, es lo
que tenemos, por lo que se convierte en una evidencia pública de nuestro
carácter singular.
Podemos
decir, por tanto, que la bipolaridad del poder político es la bipolaridad política-celular (o
relacional) generalizada (en
adelante, simplemente, bipolaridad política), extendida o universalizada,
mediante alguna referencia perceptible y común, en particular lo es cuando esa
referencia —que, además, es agente mediador— es la económica, esto es, para
este caso concreto de flujo modulador (Fm), y es por esto que aquélla se
presenta como una superestructura de ésta.
Para
comprender todo esto y seguirle el rastro a la evolución de estas referencias
tenemos que remontarnos al paleolítico y como contrapunto a las primeras
revoluciones socioeconómicas (la neolítica, la de los metales…) que introduce
elementos diferenciales claves pues con ellas no sólo hablamos ya de división
del trabajo sino de una división jerárquica, esto es, de un status derivado de
la misma o división social que, a la postre, derivó en una verdadera división
estamental y bipolaridad política o adscripción a las facciones ya existente
desde otros fundamentos. Naturalmente en el paleolítico ya existía la figura
del jefe pero ésta todavía estaba sujeta al liderazgo derivado de la necesidad,
de la fuerza y del mérito (el mejor cazador tiene ese reconocimiento), y
supeditada a la propia naturaleza tribal (la horda, el clan), es decir, el
respeto a los mayores, que, como tales —y no era poco—, son supervivientes, y
que representa una bipolarización sociopolítica ajena o no enmarcada en el
proceso de bipolarización socioeconómica ni estamental anteriormente aludido, y
nos muestra que una cosa es la división social derivada de la económica y otra
la política, aunque la primera pueda derivar o estar encuadrada en la segunda y
aunque desde los inicios del desarrollo del hombre hasta la desaparición de las
economías de subsistencia una y otra estuvieran emparentadas por estar
emparejado en un único polo el poder económico y político, y no existir,
además, ningún polo intermedio, esto es, ninguna forma económica en segundo
plano o formación (emergente) y, consecuentemente, ninguna revolución económica
ni social en marcha.
El
poder político polariza socialmente a la sociedad (el poder es la expresión de
esa polarización) y establece una distancia. La riqueza económica polariza
socialmente a la sociedad y establece una distancia. La actividad económica
permite establecer una relación o grado de comunicación y, consecuentemente,
medir o tener conciencia de la distancia, si bien es cierto que mediante
aquélla la misma tiende a ir en aumento a través del incremento de la
bipolaridad económica que se deriva del incremento de riqueza de uno de sus
polos.
La
fuerza política, que es manifestación del poder, como bipolaridad política
tiene tanto elementos convergentes como divergentes, que se oponen a los
primeros. El polo divergente trata de mantener la diferenciación mientras que
el otro ha tratado históricamente de contrarrestar la bipolaridad social de
partida mediante la inclusión de un poderoso polo intermedio que tira hacia sí
de los extremos, esto es, un elemento convergente o de despolarización apoyado
en una palanca económica. Como indica Marx en “La contribución a la crítica de
la economía política”:
Al cambiar la base económica, se
transforma más o menos rápidamente toda la superestructura inmensa.
Es
precisamente la existencia de un mediador, la que establece un elemento
diferencial claro entre una situación político-económica y otra, porque es,
como indicamos anteriormente y posteriormente desarrollaremos, la que nos
permite hablar de la incorporación de factores convergentes a los divergentes,
y es la que nos permite hablar de revolución social, y de lucha de clases, o,
expresado con nuestro lenguaje y formulación, la que nos permite hablar del efecto transistor en este contexto
político.
A. La bipolaridad
y la lucha de clases
En
el mundo antiguo, y particularmente en la estructura del Imperio romano, existían
los diversos polos políticos de diferenciada relevancia económica. De una parte
existía una aristocracia acaudalada y todo un entramado político y social que
se nutría de las rentas de la guerra y de las correspondientes estrategias de
expansión, de ocupación y barbarie. La guerra proveía de bienes económicos y
humanos, dinero y esclavos. Existía, por tanto, un espectro social pero no la
explotación o enfrentamiento entre clases sociales porque no existía ningún
estamento social libre intermedio y emergente como polo antagónico al polo
dirigente y seguidor de éste, es decir, que la ciudadanía u ocupaba el
estamento superior (emisor) o formaba parte de una amplia clase baja cercana al
colector, representado por los esclavos, pero suficientemente nutrida y
diferenciada de él; y, en consecuencia, liberada del primer azote de la
calamidad.
Son
muchas las circunstancias que dieron lugar al desmoronamiento del Imperio, unas
claramente constatadas y otras en estudio o debate, entre ellas se citan las
razones externas, es decir las invasiones bárbaras que en muchos casos fueron
alentadas por las propia situación interna, entre las que se cuentan la falta
de liquidez con motivo de la falta de provisión mediante nuevas invasiones, el
deterioro del poder político y administrativo (como causa y efecto) o incluso
de otras circunstancias como la pérdida de cultivos por razones climáticas
(crisis agraria de Italia), así como argumentaciones contrapuestas como son la
disminución/aumento de la población esclava por éstas u otras causas, siendo el
primer caso origen de una pérdida de fuerza productiva y el segundo, de un
exceso de población no lo suficientemente productiva y cara de mantener.
Sea
por alguna de estas razones, por el conjunto de ellas o por otras, lo cierto es
que el proceso hasta la constitución del sistema feudal tuvo como paso la
constitución del feudo, la pugna de esa organización política con la anterior,
la caída a un sistema de economía más provinciana o deslocalizada (de
subsistencia) y más barata de mantener —frente a la estructura ostentosa y cara
del pasado—, basada en otras relaciones de producción o formas de propiedad de
las fuerzas productivas, y otras fórmulas de comercio interno, como el
intercambio, que rentabilizan la riqueza, pues elude el pago de impuestos a la
polis o impide que ésta, siendo una economía
natural, pueda establecer carga impositiva legal alguna. Pero, sobre todo, fue
en el inicio de la época feudal cuando las clases dirigentes tuvieron necesidad
de materializar todo el cambio en las relaciones de producción, es decir,
desarrollar aquellas formas secundarias que en medio del eterno caos se habían
presentado como aconsejables o ventajosas. Como ya hemos comentado e indica E.M. Staerman
… con la
decadencia de la formación esclavista, las formas de propiedad y los grupos
sociales que hasta entonces no eran esenciales o que no existían comienzan a
representar un papel principal, suplantando y disgregando a su vez lo que había
sido primordial. Para determinar la época a partir de la cual se puede hablar
de fin del régimen esclavista es de importancia decisiva fijar el momento en
que unas de esas formas —hasta entonces secundaria— comenzó ya a ejercer una
influencia determinante sobre las otras.
Inicialmente
estas relaciones son las relaciones de producción y las motivaciones para
modificarlas —tal como presenta el marxismo y ya expusimos— son el agotamiento
de las fuerzas de producción existentes, es decir, la inservibilidad del modelo
vigente o la imposibilidad de optimizar el beneficio inmerso en él. Entre estas
formas se cuenta la sustitución del esclavo y lo que éste representa por una
figura sobre la que se podría tener un mínimo de exigencia productiva. El
productor-siervo deja de ser una mercancía y pasa a ser alguien que elabora dichas
mercancías con diferente nivel de eficiencia y de interés por el resultado, se
crea el plus-producto no por suma de elementos sino por el beneficio de la
incipiente productividad de cada uno de ellos. Surge una clase media, en la que
cada individuo crea algo más de lo necesario y con el excedente, que en parte
le pertenece, puede comercial mientras que con la que no es de su propiedad se
acumula y comercializa en el polo económico (el feudo); iniciándose un flujo de
riqueza.
Esto
es la esencia de todo este proceso de transición, pero las motivaciones son aún
mayores y las relaciones sobre las que actúa además de ser productivas
(económicas) tienen proyección humana (el esclavismo, por ejemplo, la tiene),
por lo que la acción política (convergente) materializada en la lucha de
clases, más allá de ser un mecanismo de progreso económico, o adaptación, se
constituye en una herramienta de progreso social, esto es, de la
superestructura en la que se encuentra inmersa. De hecho tenemos toda una clase
de terratenientes, la nueva clase dominante, que pugna con la antigua clase
política y económica, la clase de los dueños de esclavos, y tenemos a la clase
de esclavos que aspiran a abandonar su penoso status. Los dos son casos de
motivaciones relacionales de las respectivas células bipolares, llevadas a lo
social mediante adición de un sentimiento y convertidas en motivaciones
políticas, o, lo que es lo mismo, casos de un polo ninguneado que aspira a
salvar la distancia a la que se ha visto abocada por razones históricas.
Los
desarrollos sociales y políticos ulteriores se forjaron —como siempre— sobre la
base del económico y, en todos los casos —aunque el término no se acuñara hasta
la lucha de la burguesía y el proletariado por ser en ésta donde se produce una
clara partición de la sociedad en dos grupos amplios—, sobre una determinada
“lucha de clases” o fuerza de poderes con un denominador común: las clases no
pugnaban o presentaban fuerzas opuestas o un intento de predominio que es lo
que tradicionalmente se hace en una lucha sino que ha tratado de salvar,
aprovechando una determinada coyuntura económica, la distancia entre dos
grupos, creada y mantenida por la resistencia de uno de ellos, es decir, que la
lucha estaba destinada a la supresión de las clases o la distancia entre ellas.
Así,
desde entonces, cada nueva revolución socioeconómica ha estrechado más la
brecha o separación entre clases sociales, de este modo cada nueva revolución
socioeconómica, además de propiciar un mejoramiento de las relaciones de
producción o modificarlas por otras más acordes a los tiempos, ha propiciado
una nuevas formas de relacionarse más desarrolladas, porque cada nueva forma de
relacionarse productivamente ha exigido todo un proceso de culturización o
adaptación a otra forma de entendimiento, hasta alcanzar un máximo, que dio
lugar a las primeras revoluciones obreras y conciencia de clase, y, socialmente
(junto al propio desarrollo económico), al establecimiento de una clase
intermedia (constitutiva de la Base del transistor) y al intento de estrechar o
minorar la bipolaridad del tejido social; mientras que políticamente se pasaron
de los regímenes totalitarios (las últimas monarquías o imperios) a los
sistemas parlamentarios y la inclusión, en estos sistemas, del polo político
representante del proletariado, esto es, a la inclusión —junto a conservadores
y liberales— de un contrapunto ideológico en el escenario político (la
socialdemocracia como expresión del socialismo moderado), en lo que se presenta
como una homologación o estandarización de los vehículos de transformación
social: el hecho democrático.
B. La lucha de
clases y la Historia (6ª entrega)
En la 6ª entrega
seguimos tratando la lucha de clases como expresión del principio de
bipolaridad política, y su desarrollo o evolución de acuerdo con el efecto
transistor. Sobre esta base se presentan las diferentes revoluciones sociales
habidas a lo largo de la historia y sobre la necesidad de modificar las
relaciones de producción, lo que de otra forma no son sino relaciones de propiedad
(Marx). Aquí se hace un recuento y descripción de esas grandes revoluciones
sociales y se alcanza una confirmación de este esquema o patrón de
comportamiento, y de su evolución natural.
El proceso descrito implica a todo el devenir
histórico, pero, esencialmente se fundamenta, tanto socioeconómica como
políticamente —como es propio de la bipolaridad relacional generalizada— en la
dinámica resultante de dos fuerzas contrapuestas, que siguen presentes, una
tendente a mantener un estado diferencial y otra a eliminarlo, o , basado en
este esquema, en la lucha de un polo emergente con el polo superior al que
desplaza económicamente y con el que logra la convergencia política (y con ella
la de toda la sociedad) o su remplazo, mientras que el inferior, que se
encuentra en situación de abandono, y sirve de auxilio (en realidad, ninguna de
estas transformaciones sociales ha tenido lugar sin el concurso de una clase en
verdadero estado de necesidad), alcanza algún grado de dignidad.
Primero, la nobleza sobre la
aristocracia romana que acabamos de ver y que terminó con la constitución de reinados y
fuertes imperios. La sociedad por entones estaba dividida políticamente en
estamentos estancos u órdenes —los privilegiados
y los no privilegiados— que representaba, como en todo autoritarismo, una
polaridad política muy marcada de un polo sobre un polo neutro. Este polo
neutro aunque era neutro dista de ser el polo neutro precedente, y la relación
a que da lugar, también; muy diferente a la establecida entre personas y no
personas, o personas sin derechos personales: incluido el de formar familia,
propia de los esclavos. Esta situación se acompañaba de una bipolaridad
socioeconómica fuerte (alta ddP) aunque de flujo débil como consecuencia de la
deficiente explotación de los recursos existentes e innumerables razones
características del régimen feudal (economía de autoconsumo, sistema de
cultivos, la no mecanización, etc.), que daba lugar a la acumulación de riqueza
sobre la base de una economía de subsistencia. La situación social conforma el Estadio-0, de fuerte bipolaridad
política y económica fuertes pero de flujo débil: zona de corte tendente a
saturación.
Luego fue la nobleza sobre
la realeza
y su intento de alcanzar un modelo absolutista fundamentado en necesidad de
eliminar cualquier objeción o resistencia a la recaudación y a las pretensiones
de sufragar los crecientes gastos estatales, en un marco de escasez
generalizada. Escasez agravada por la situación de desamparo y calamidad de los
verdaderos desamparados (crisis del siglo XVII y los costes económicos y
sociales de largas guerras) que dio lugar a revueltas o incluso guerras
civiles, con diferente y contrapuesto resultado, según los casos. De este modo
se dio paso al parlamentarismo inglés (efectivo y con división de poderes) y al
pensamiento liberal liderado por John Locke en lo que supuso una pre-Ilustración,
el absolutismo más férreo francés, que alcanzó sus metas, o el intento fallido
español de repercutir entre todos los reinos, que desencadenó las sublevaciones
de Cataluña, Portugal y Nápoles, y que más tarde se alcanzaría mediante
fórmulas inmersas en la Ilustración (Despotismo Ilustrado).
Vemos
que partiendo de una situación similar, que no es otra que la de un
parlamentarismo incipiente, nacido en los siglos XII-XIII —que realizaba
funciones de asesoramiento, como en el originario Consejo Real, y la aprobación
de gastos extraordinarios— llegamos a dos resultados y dos estados de diferente
bipolaridad política, o estadio de progreso, respecto al Estadio-0 o inicial, el
Estadio-1 (francés) y Estadio-2 (inglés), en los que,
respectivamente, las fuerzas precursoras fueron neutralizadas e integradas, dando
lugar a un resultado divergente o convergente de la acción política, en tanto
que la economía inicia su andadura por la saturación mediante la inclusión de
elementos mediadores (Fm)
Posteriormente, la burguesía
sobre el conjunto de las clases privilegiadas (nobleza y realeza), con el concurso de las
corrientes liberales de la Ilustración, por mor del desarrollo económico de la
primera y (nuevamente) el déficit de las finanzas reales y la penuria en las
condiciones de vida del campesinado como consecuencia de una grave crisis
económica y de las malas cosechas en la década de 1780, que derivó finalmente
en la revolución francesa o Estadio-3.
En
efecto, fue el establecimiento de una fuerte bipolaridad socioeconómica
constituida por la alta burguesía florecida a raíz del comercio colonial, y
mediatizada por una burguesía media y una incipiente industrialización, lo que
permitió las pretensiones de transformación social y política. Estas
pretensiones se podrían enmarcar en la de la
lucha de clases de una determinada tipología, la socio-sectorial y con ella
la rotura de la estanqueidad de los estamentos sociales, división de poderes,
parlamentarismo (igualdad, libertad, fraternidad), que dio paso al liberalismo
como doctrina socioeconómica (ya instalado en Inglaterra) y a la base del
capitalismo como sistema, de la que el Estadio-2 fue un embrión, tanto político
como ideológico, desarrollado en lo que conocemos como Edad contemporánea.
Podemos
decir, por tanto, que las pretensiones que dieron lugar al Estadio-3 fueron
similares a las del Estadio-2 pero aplicadas sobre realidades económicas
distintas: en el codo de la curva, entre la zona de saturación y activa, frente
a una saturación (subsistencia) pura y dura; pero además, aplicadas con
diferente criterio de bipolaridad política: en el caso inglés esta polaridad
fue mediadora, quedando integrada —como ya indicamos— tras el proceso, y en el
francés sustitutoria (una revolución socioeconómica en toda regla) como
consecuencia de las subsiguientes sublevaciones populares materializadas en las
sucesivas Convenciones (girondina y jacobina), que caracterizarían otro estadio
de la revolución y social, el Estadio-3a.
En efecto,
en el caso francés, aunque esta polaridad sustitutoria se presentara frente al
polo preexistente como monopolar, no era homogénea y estaba dividida
internamente en facciones o fuerzas divididas por lo que una vez alcanzado el
primer objetivo (monarquía parlamentaria al estilo inglés o Estadio-2) el
sistema siguió evolucionando con una dinámica descontrolada (revolución,
terror/dictadura de Robespierre) en las mencionadas Convenciones (Estadio-3a);
y sus respectivas contrarrevoluciones (vuelta al Estadio-3 inicial), esto es, a
la inexistencia de un espacio común de entendimiento o de gobernabilidad.
En
este marco, dependiendo de la evolución, se puede optar por una posición
intermedia que haga de nexo (lo que llamamos centro o gobierno de salvación) o,
siendo esto inviable, por el requerimiento de un órgano superior que establezca
algún criterio para el establecimiento de los mandatos, es decir, de algún tipo
de dictadura, Estadio-4, encarnada,
en este caso, en la figura de Napoleón, o, como suele ocurrir en determinadas
monarquías constitucionales, bajo el poder ejecutivo de un rey.
A
partir de aquí, hay en Francia una sucesión de Estadios-3a/3 y 4, de
revolución/contrarrevolución y restauración, justificados, la segunda por el
fracaso de la primera, y la primera por el éxito político del parlamentarismo
inglés, el económico, sobre la base del desarrollo de la primera revolución
industrial, y el cultural, por la propia Ilustración y por el desarrollo
científico-tecnológico subsecuente.
Con
esto decimos que si no hubiera prendido otro espíritu y no se hubiera tenido un
ejemplo exitoso difícilmente se hubiera accedido a un continuo intento de
reforma y de revoluciones liberales (Riego en España) sin otra oposición más
férrea, y difícilmente hubieran tenido cabida las posteriores luchas sociales.
En oposición, también decimos que sobre esta base es el mero sentimiento de incompleción
el que hace ir más allá en las pretensiones, es decir, que el modelo inglés no
era un modelo a seguir sino a sobrepasar, siendo esto el motor del continuo
fracaso y el del continuo intento, cada vez más pretencioso. Con esta dinámica se
alcanzó un estado más avanzado al de la Ilustración, el Estadio-3b, que era el del ideario democrático presentado a raíz de
las revoluciones de 1848.
Más tarde, sobre la
burguesía por parte del proletariado que se fraguó a través de las sucesivas
revoluciones de 1820-30-48 herederas de la Ilustración y que
concluyó en las grandes corrientes del proletariado, como consecuencia de las
pésimas condiciones laborales y la penuria económica alcanzada por éste, y el
concurso del cuerpo ideológico de una intelectualidad cercana, también con
diferente resultado en función del sistema al que estuviese aplicado. Aplicado
a un sistema de fuerte bipolaridad económica, de fuerte flujo (zona activa), y
con débil bipolaridad política, se integraría
con las otras propuestas políticas (socialismo parlamentario o
socialdemocracia), lo que constituye el Estadio-5.
Aplicado, como en el caso ruso, con una alta bipolaridad política (en la que la
revolución del 48 no tuvo efecto y se mantuvo el régimen aristocrático) y a una
economía de flujo débil —zona de saturación o corte—, llevaría a la revolución
del proletariado o Estadio-6.
El
Estadio-5
es la continuación lógica del Estadio-3b porque la lucha del proletariado es la
de la Ilustración protagonizada por aquéllos que en primera vuelta fueron
desposeídos de sus logros y méritos por sus circunstanciales compañeros de
viaje (la burguesía). La burguesía tuvo su oportunidad frente a la aristocracia
a tenor de la primera revolución industrial y el proletariado frente a la
burguesía a raíz de la segunda. Para este estadio hablamos de las fuerzas
políticas en democracia que suelen tener una escasa bipolaridad, que se traduce
socialmente en un triste diferencial entre las fuerzas divergentes, suficiente
para que el sistema discurra políticamente en estado de saturación directa que
dé lugar a un crecimiento social sostenido a través del mismo, o que, de
acuerdo con la igualdad de los potenciales y a la escasa efectividad de los
mismos, el flujo vaya aleatoriamente en un sentido o en otro, de una saturación
directa a otra inversa. El primer caso es el de las democracias llamadas
prósperas y el segundo el de las democracias inefectivas y sometidas a todo
tipo de cuestionamientos. En el primer caso, aunque de forma trabajosa y
partidista, se crea un espacio para el desarrollo —que al final es quien marca
todo— y para la modificación estructural de la sociedad y de las leyes que lo
hacen posible, y en el segundo se pierde la sensación de gobierno porque la
división de fuerzas es tal que desatan la bipolaridad inicial o contenida, ya
que esta débil bipolaridad parlamentaria es engañosa y se puede exacerbar y
acabar en enfrentamiento, en guerra o en dictadura[1], como
ocurrió tras la república francesa o tras la II república española (en la que se dieron
también condiciones de subsistencia que la asemejaban al caso ruso), o volver a
preferencias o anhelos maximalistas que hacen inútil cualquier posibilidad de
acción real.
El
Estadio-6
tuvo en principio cierto carácter continuista respecto a algunas cuestiones
políticas y reformista respecto a otras liderado por los socialistas moderados
de carácter liberal, entre cuyas pretensiones estaba la de convocar elecciones
y constituir una Asamblea Constituyente, pero le siguió otra protagonizada por
los grupos de soviets y bolcheviques (Estadio-6a)
a raíz de un intento golpista de los zaristas (restauración) que tomó el poder
en Petrogrado mediante el asalto al Palacio de Invierno donde residía el
gobierno provisional, que se consolidó en sus pretensiones revolucionarias
hasta tomar formas dictatoriales (Estadio-7)
sin posibilidad de derivar (más allá de lo acaecido actualmente) a un pretendido
Estadio-6b.
La diferencia
que existe entre la lucha de clases del proletariado establecida en Europa (sobre
la burguesía) y la que desencadenó en Rusia (finalmente sobre la aristocracia),
es que en la primera dio paso a la inclusión del socialismo en el
parlamentarismo (el polo político obrero) y en la segunda, mediante la
revolución, a su imposición, esto es, que una es integradora, como la
revolución inglesa (Estadio-2), y la otra sustitutoria de la clase
aristocrática precedente (Estadio-6a), como la francesa (Estadio-3a), lo que nos
hace asemejar a una revolución y a otra (todas las revoluciones se parecen) y
convertirse los estadios 4 y 7 en procesos mórbidos de
restitución/consolidación de sus pretensiones iniciales (Estadios 3b y 6b,
respectivamente).
La
razón de que se produjera la revolución rusa y no se diera el mismo proceso en
Europa es que allí estaban tanto políticamente (aristocracia) como
socioeconómicamente (1ª revolución industrial) como en la Europa pre-Ilustrada
(Estadio-0) mientras que aquí estábamos en la 2ª revolución industrial y ya se
había hecho la 1ª social (Estadio-3b).
Además,
no se daban los factores para la convergencia. La convergencia política se
tiene que hacer desde el acercamiento de dos élites ya de por sí cercanas,
impulsado por el empuje de las clase desfavorecidas que quieren otras
condiciones sociales y económicas que además son ventajosas para las otras
clases porque son ventajosas para la producción. Rusia tenía que hacer la 1ª
revolución social pero no disponía de una clase (la burguesía) lo
suficientemente cerca del polo superior para optar a la convergencia ni para la
que fuese deseable por cuestiones
económicas (tenía una economía de subsistencia), es decir, para la que las
relaciones de producción vigentes representasen trabas (éstas sólo eran problemáticas
para el proletariado). El proletariado, en consecuencia, no hizo de polo
político y económico receptor, sino que lo hizo de motor (invirtiendo la
polaridad), y avanzó en esas posiciones sin la participación de un grupo o
referencia que le sirviera de freno y asumiera esas responsabilidades. No había
transición posibible entre los Estadios-6a y 6b (como no lo hubo entre el 3a y
el 3b).
Y ahora, ¿de quién por
quién? Vemos
que para estrechar la bipolaridad social (las diferencias socioeconómicas) se
modifica la bipolaridad política, creando un polo alternativo, contrario o
mediador, de tensión intermedia que de una forma u otra ponga en comunicación a
los otros dos mediante un potencial efectivo que finalmente provoca la
convergencia de todo el sistema o sustituye al polo más divergente. De hecho,
éste es el mecanismo que se ha utilizado siempre para propiciar un cambio:
crear tensión política intermedia, y efectiva mediante una aportación
suficiente de masa social (flujo) para establecer un nuevo paradigma o el
cambio político que lo permita y sirva de oportuno mediador (Fm).
Esto
nos da a pensar y a cuestionarnos, dado que casi todos los cuerpos teóricos u
opciones alternativas quedan integrados y tienen su sitio dentro de la
democracia y que en la misma, en virtud de su representatividad, sólo aparecen
muestras de los flujos de las diferentes tensiones (no propiamente los flujos),
si esta fórmula está vigente y está suficientemente representada mediante este
sistema, es decir, si es suficientemente representativa de la sociedad y atenta
a sus deficiencias, y a preguntarnos, entre otras cuestiones, qué cosas se
pueden cambiar en esta sociedad por quiénes y en virtud de qué, y si, en
consecuencia, es posible alguna opción que, en caso de necesidad, nos saque
(para esto ha sido cada revolución) del sistema social establecido y nos lleve
a otro distinto y mejor.
Y
es pertinente, además, porque nuestro sistema socioeconómico que parece
inamovible, no lo es y de tanto en tanto se convulsiona y se precipita y
reacciona, y pone de manifiesto que como cualquier otro alcanza unos límites, a
los que llamamos crisis, sobre los que es necesario actuar o, por decirlo
mejor, el sistema actúa de forma natural en lo que se presenta como el devenir
histórico y el ser humano padece, por un lado, y corrige si puede por el otro.
En
este sentido, podemos darnos cuenta que, tras la crisis del 29 y salvando la
circunstancia ajena de la 2ª guerra mundial, la intervención del Estado y la
implantación de un sistema de economía mixta se presentó no sólo como un ajuste
sino como una pequeña revolución social aplicada a un sistema altamente
convergente políticamente y con alta bipolaridad económica, en la consideración
de que la sociedad ha evolucionado económica y socialmente a lo largo de los
decenios subsiguientes.
Otra
cosa muy distinta es lo que ha acontecido tras la última crisis económica del
2008 en la que se ha puesto de manifiesto, la imposibilidad de establecer un
nuevo ajuste o la de reinventar una nueva fórmula de intervención para corregir
los excesos, y en la que contrariamente ha habido un movimiento de reacción del
poder económico destinado a validar las actuaciones y perpetuarse en ellas, y
refrendarlas con nuevas actuaciones, creando con ellos un sistema inercial
(inercia social) de dudosa intencionalidad.
Esto
hace muy oportunas las cuestiones anteriores, y no sólo éstas sino, ya una vez
concretado el problema, la cuestión de si es necesaria otra revolución social,
si es necesaria ya, quién la haría (quién sobre quién) y si es posible o, de
otra forma, si ya está en marcha y en qué punto de la misma nos encontramos, y,
en consecuencia, si estamos en situación de responderlas con el marco previo y
el esquematismo alcanzado (bipolaridad económica y política, y efecto
transistor).
Continuará…
[1]
Recordemos que esta bipolaridad tuvo origen en una fuerte bipolaridad y que,
como tal, puede manifestarse simplemente como el abandono programático de
ciertas expectativas de forma definitiva o temporal que sin embargo conservan
esa impronta bipolar y dan lugar, de acuerdo con sus orígenes, a posturas
fuertemente encontradas, si bien ninguna de ellas puede ejercer una fuerza —digamos
de opresión o agresión— sobre la otra por un acuerdo tácito.
Continuará…