Manifiesto



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¿Crisis, o lucha de clases?


Las circunstancias sociales y económicas que estamos viviendo más allá de ser propias de una crisis o recesión lo son de una lucha de clases.
Para darse cuenta o reconocer la tal lucha de clases habría que recordar en qué consiste y caracterizarla, es decir, observar cómo se han venido dando las luchas de clases y destacar en ellas un escenario que compartimos ahora.
La situación de crisis es parte importante de ese escenario, de hecho, todas las luchas anteriores (noble, burguesa, proletaria) estuvieron presididas por un escenario de calamidad social más o menos largo; ya sea hambruna, pandemia, simple decadencia, o, como ahora, crisis financiera.
Como indica el historiador E.M. Staerman respecto a “La caída del régimen esclavista”, desarrollado en este mismo contexto (esto es, el de la lucha de clases), ese escenario de calamidad permite que emerjan grupos sociales que hasta entonces no eran esenciales, y formas de propiedad que hasta ese momento habían sido secundarias para entrar en confrontación con otras que hasta entonces habían sido primordiales (Marx). Las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes, que se presentan como una traba para la producción, lo que posibilita su reemplazo y la de todo el marco social en las que se desenvuelven:

La forma de producción antigua se hizo vieja y permitió la ascensión de la nobleza feudal, la preindustrial se hizo vieja y posibilitó la ascensión de la burguesía, y su consolidación como clase hegemónica. La propia forma de producción industrial, en el contexto de la 1ª revolución industrial, se hizo vieja y posibilitó la ascensión de la clase trabajadora y su constitución en una poderosa clase media.

¿Estamos viendo algo de eso ahora? ¿Qué hay de igual y qué de diferente? Indudablemente, al igual que en otros episodios anteriores, está habiendo un cambio en las relaciones de producción, materializada en toda la modificación de la normativa laboral vigente, y de forma análoga en las relaciones de producción, puesto que todos los cambios en materia de pensiones, etc. se traducen en una modificación de la dependencia de la masa social al trabajo y, por ende, al que lo tiene en propiedad. Como indica Marx en “La contribución a la crítica de la economía política”:

Al cambiar la base económica, se transforma más o menos rápidamente toda la superestructura inmensa.

Sin embargo, por cómo se está dando la modificación de esta dependencia o relación de propiedad se desprende que en esta lucha de clases, a diferencia de las anteriores —todas—, el proceso es de regresión social:

1º Es de regresión social por el deterioro en la calidad de la ocupación, que se deriva de las nuevas relaciones de producción: lo que ha querido el hombre desde siempre, a la vez que ocuparse, ha sido liberarse de la ocupación, esto es, ocuparse libremente, y, sin embargo, parece haberse alcanzado un cierto umbral, es decir, un máximo en la relación prestaciones-contraprestaciones derivadas de la vida laboral; y una vuelta atrás, por la que, partiendo de unas jornadas bien establecidas, se está llegando a otras extensivas e intensivas, y a la universalización de la plena dedicación, propia de los sectores ejecutivos, a todo el espectro laboral.

2º Es de regresión social porque mientras que la curva de crecimiento económico parece seguir un desarrollo creciente, el desarrollo social y el bienestar invierten su movimiento, así como la propia evolución social, estableciéndose un punto de inflexión que lleva a una sociedad menos sostenible, a pesar de que la productividad se haya multiplicado por varias veces, a pesar de que las capacidades de generar riqueza y de controlarla hayan aumentado, a pesar de que no sólo contribuyan los hombres a la riqueza sino hombres y mujeres, a pesar de todo.

3º Es de regresión social, fundamentalmente, porque las razones que hicieron al capital propiciar y consolidar a un tipo de mano de obra especializada no se dan, y se dan otras condiciones, otras que invitan a prescindir de toda esa clase media y lo que representa, es decir, a suprimir a esa parte de la sociedad que constituye el nexo de unión entre dos mundos, que establece un camino o paso gradual entre ellos y los hace accesibles incluso desde el punto de vista del progreso personal.

La clase media representa a la sociedad de desarrollo, y la representa, entre otras razones, porque permite la fortificación de sus principios de modo muy diferente a los otros dos mundos, abocados a sus dos tipos particulares de supervivencia.
El desarrollo de esta clase media, tanto en cantidad como en calidad se produce por el propio imperativo del desarrollo, por la necesidad de una clase obrera, primero capaz y luego técnica o especializada, para el sistema productivo, que se incorporó en masa en condiciones ventajosas gracias a un plus de cualificación y necesidad, en el último estadio de la mecanización tecnológica.
Ya durante la revolución preindustrial, la sociedad, y la industria como precursora de su desarrollo, supo que necesitaba de una determinada mano de obra para su impulso y la encontró (donde se empezó a cuestionar las condiciones laborales y a forjar una clase media de obreros), durante el desarrollo industrial también supo que necesitaba una mano de obra específica y la encontró (porque además había una proporcionalidad directa con el beneficio).
Luego se pasó de los sistemas mecanizados a los informatizados, no ya sólo de la parte instrumental de los procesos sino de la lógica, del conocimiento propiamente dicho, por lo que el Capital logra desasirse de esta servidumbre. Mientras que esa nueva clase media se está super-especializando, la anterior camina hacia la des-especialización, hacia la estandarización de su tarea: lo mismo da aporrear un teclado para diagnosticar un coche que para rellenar un formulario de Hacienda. La clase media y cualificada no hace falta ya para el sistema de producción. Como no hace falta, lo mismo que se la elevó se la vuelve ahora a otro paradigma mediante la modificación de los marcos sociales, a la par que es sustituida por una superclase minoritaria que sigue teniendo para el Capital una funcionalidad clara, que se presenta como la heredera de la anterior. La nueva clase es heredera, pero no puede constituirse en clase media por estar compuesta por una pequeña masa social, y no puede, en consecuencia, establecer un escalón real o significativo entre los otros dos grupos sociales, por lo que estos quedan nuevamente disgregados, dando lugar, finalmente, a la bipartición del tejido social y, por tanto, al subdesarrollo o desarrollo propio de épocas anteriores.

Esto quiere decir que históricamente todo el desarrollo social ha estado supeditado al avance del conocimiento, y del manejo especializado y generalizado de las maquinas, y, aquí nos vemos ahora (y esas son las nuevas condiciones) que el Capital, como consecuencia de la super-especialización, está consiguiendo desasirse o desprenderse de esta servidumbre (de la distribución operacional del conocimiento), y con ella de toda dependencia, primero empresarial y luego social y política, lo que le constituye (por esta última independencia) en un nuevo poder no ya económico, que lo era, sino político.

4º Es de regresión porque es el segundo asalto de la lucha del proletariado (o contra él), que por otra parte, ya tuvo un intento fallido en el 29, es decir, el combate de vuelta entre ambos contendientes: la lucha especular de la primera y, por tanto, su puro reflejo.

La transformación de las relaciones de producción habidas hasta la actualidad ha tenido como telón de fondo la relación entre una clase dominante y otra en ascenso. En este caso la clase ascendente es la ya dominante económicamente y su lucha no es otra que la revalidación de su hegemonía, que perdió en parte con motivo de las revoluciones sociales, y su desarrollo ulterior.
La cultura de clase (que se constituyó como resistencia y poder político) sujetó inicialmente el afán burgués, pero pasado ese tiempo ya no sirvió para sujetarlo y se está iniciando una segunda revolución burguesa y liberal, toda vez que las fuerzas políticas que encarnaron dicha resistencia estaban entregadas a su desarrollo como tales fuerzas en el escenario desarrollado por la liberalidad: si en ese escenario pudo con los pilares de la Iglesia, qué no será capaz de hacer con los de la socialización que promovió ella misma.

Es por todo esto que no podemos hablar de una mera secuencia de acontecimientos ingobernables, fruto de la coyuntura social y económica, sino de una bien perpetrada, dirigida y encaminada en la misma dirección e intención, la de alcanzar una alta cota de disponibilidad del trabajador a bajo precio, esto es, la de llevar los gastos al mínimo (somos gasto), en tanto que se modifican las legislaciones para regular estas disponibilidades (funcional, geográfica) y desregular todo lo demás (jornada máxima legal, vinculación de la subida salarial al IPC y otras garantías), así como relativizar o anular los logros del pasado, y alcanzar un escenario productivo a costa de todo lo demás, a costa del desarrollo social: no es un problema laboral sino de altura social, que debería, por tanto, estar en la mente de todos.
La sociedad Inversa (Manifiesto)
La sociedad Inversa (Manifiesto)
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Hemos dicho que es la reedición del intento fallido del 29. ¿Qué hizo que fallara el intento en el 29, y que ahora no? Sin duda una de las razones, el diferente marco social (entonces, de incipiente bienestar), la fortaleza de los Estados, el todavía débil y poco experimentado sector financiero, y el efecto del floreciente sector tecnológico y de expansión económica entre las dos guerras. Pero sin duda también, lo que hizo reconducir la situación financiera fue la posibilidad de introducir un sistema económico nuevo, la de llevar a la práctica la doctrina keynesiana, es decir, la posibilidad de realizar una contraofensiva (una alternativa) que dio con el fortalecimiento de las socialdemocracias, en tanto que se reforzaba, por esa coyuntura industrial, la clase media. Ahora, además de todas estas diferencias, la crisis no es una crisis más. Podríamos pensar que esta crisis es una crisis más, si se debiera a hechos accidentales como una eventual crisis del petróleo o cosas así, pero lo cierto es que existen razones objetivas, y ya incluso sistémicas, que la hacen diferente y que no parece que puedan mejorar en el tiempo, como son las propias medioambientales y demográficas, la globalización (respecto a las mercancías y la mano de obra), además de las que derivan de los propios excesos del sistema de libre mercado y del desarrollo técnico-científico o la mecanización de los procesos.
No vamos a detallar aquí el efecto particular de cada una de las causas, pero sí a decir que todas ellas contribuyen a la bipartición de la masa social, esto es, al establecimiento de dos clases sociales o su división en estamentos de muy diferente alcance, justo el efecto contrario (de regresión) al que se ha venido haciendo a lo largo de 2000 años de historia, con una particularidad, que a lo largo de este periodo se fue haciendo, conquista tras conquista, contra gradiente, y la actual se está haciendo por difusión, sin oposición real, es decir, como evolucionan los sistemas a los que se le ha tenido constreñidos y que posteriormente se dejan en libertad: hasta que se expanden totalmente; por lo que en esta ocasión la cuestión no sólo es que ha fructificado y que es regresiva sino que es de regresión creciente y perdurable.
Se precisa, en consecuencia, una oposición bien planificada, si no queremos tener a la vuelta de unos años, y por ese camino de regresión, una sociedad irreconocible…, porque hemos hablado del proceso de regresión, e incluso que es perdurable, pero no hemos dicho nada sobre el límite del mismo, que, dicho sea de la mejor forma posible, no es ninguno, porque el límite está en el marco jurídico que circunstancialmente se pueda imponer a una sociedad. En este sentido, las modificaciones que se están haciendo en la actualidad llevan la impronta de la necesidad estructural, la misma a la que se puede aludir para imponer otras cualesquiera, y a la que los políticos, no encontrando mejores vías, se pliegan. Por esa necesidad, ahora estamos en el camino de la servidumbre, pero por ahí se llega a la servidumbre como tal, y de ésta al vasallaje, a la esclavitud…, ¿quién sabe? Esa situación se da por un cúmulo de circunstancias, pero cuando se está sujeto a las circunstancias, una circunstancia más es sólo una nueva circunstancia: salimos de la esclavitud porque resultó interesante y podemos volver a ella porque vuelva a resultar interesante, o inevitable cuando se dan las circunstancias, cuando se ha perdido totalmente el dominio sobre los medios de producción como la más ineludible de ellas.
Todo lo que se ideé en el sentido de parar cualquier cambio legislativo es bueno, porque todo en este contexto va en la línea explicada, pero no es suficiente, y no lo es porque ni corrige los problemas reales, ni el verdadero problema de fondo de nuestra sociedad —diría civilización—, ni determinados mecanismos inerciales. En consecuencia, no vale echar mano de cinco siglos de rencores ni de recetillas del pasado, que no sirvieron ni en el pasado (el marxismos hace un magnífico análisis y da una deficiente solución)…
Sólo sirve, de una parte, una fuerte acción política que sea capaz de mostrar a los Mercados cuáles son las reglas de juego, y hace falta, propiamente dicho, las reglas de juego, otras, un nuevo esquema o teoría social, sustentada por una amplia masa social, que desarrolle la necesidad de establecer unas relaciones de producción bien distintas a las existentes y a las que se están desarrollando: sólo sirve una lucha de clases, opuesta. La socialdemocracia necesita una teoría social que revigorice su proyecto, y la masa social, poder presentar algo más que una protesta particular, caótica o tópica, o un compendio de agravios.
Esta teoría social (como la que, recordemos, sustentó la contraofensiva del 29) debe partir de un conocimiento de la coyuntura económica y, antes de esto, del reconocimiento franco de una realidad. Ese conocimiento, que ya nos ha llevado a que esta lucha debe ser no violenta para con las personas, nos debe llevar a que no debe ser destructiva para con el sistema (ejemplos tenemos en la historia), y para esto desechar maniqueísmos absurdos y primitivos.
Una vez desechados, podemos reconocer que si bien es cierto que con esta acción burguesa estamos abocados a la destrucción, no es menos cierto que sin ella ya hubiéramos sido víctimas de esa destrucción hace mucho tiempo, o de las condiciones pésimas de otros muchos pueblos. Como indican los propios Marx-Engels en el Manifiesto comunista:

La burguesía ha desempeñado, en el transcurso de la historia, un papel verdaderamente revolucionario… Desgarró implacablemente los abigarrados lazos feudales… La burguesía ha producido maravillas mucho mayores que las pirámides de Egipto, los acueductos romanos y las catedrales góticas; ha acometido y dado cima a empresas mucho más grandiosas que las emigraciones de los pueblos y las cruzadas.

La burguesía ha efectuado esto sobre dos pilares fundamentales: crear una profunda desigualdad y llevar la sociedad a un proceso de estandarización. Podemos admitir que las dos cuestiones no son perniciosas de en sí mismas.
La primera, porque podemos partir de un principio básico por el que todo lo que deba crecer lo debe hacer por una desigualdad, por una diferencia entre dos puntos o estados. Esto constituye el principio de bipolaridad del que en realidad parte todo lo que da lugar a un flujo o movimiento, ya sea de carga eléctrica por el voltaje o ddp (diferencia de potencial) de la pila, de agua por la diferente altura en la cascada, o económico por la riqueza acumulada.
La segunda, porque ese proceso es el que ha permitido desasirse del dogma y de otras inveteradas formas sociales. Como se indica en el Manifiesto:

Redujo todas aquellas innumerables libertades escrituradas y bien adquiridas a una única libertad: la libertad ilimitada de comerciar.

Pero tenemos naturalmente que objetar, de una parte, que esta desigualdad haya estado y esté mal gestionada y en vías de radicalizarse, y, de otra parte, que junto con los dogmas hayamos abandonado principios básicos, en tanto que la estandarización nos está llevando a un proceso de desestructuración social.
Cualquier propuesta debería estar en la idea de alcanzar la corrección de estos dos elementos, sin olvidar la realidad expuesta y aceptada, en la superación o la síntesis (en el contexto de la dialéctica histórica), y en el afán de inventarse otra forma de vivir que preserve todas las grandes posibilidades que nos da ésta; lo que nos obliga, por otra parte, a alcanzar un conocimiento de cómo se materializan estos excesos dentro del sistema económico y, por tanto, del propio sistema, un conocimiento nada pretencioso pero suficiente de los desajustes derivados de un sentido erróneo de la distribución.

 

El sistema económico tal cuál


El sistema económico funciona como un inflador, primero, la ascensión de las clases bajas redundan en la ascensión del todo el sistema, y luego, cuando ya las posibilidades están saturadas, se fuerza el movimiento descendente de aquéllas, de las que no se saca tanto partido; que oxigena y permite un nuevo ciclo. Esto mismo es expresado por el Capital como: “vale, tiro de toda la economía, pero en cuanto no tenga negocio dejo de aportar para el sostenimiento de la sociedad base y me deshago de todo lo que no me es útil (despido), en tanto se den las condiciones en las que se pueda rentabilizar cualquier inversión, y se establezca un escenario adecuado para el planteamiento de cualquier iniciativa”.
Son dos perspectivas. ¿Qué forma de ver se corresponde con la realidad? Para clarificarlo tendremos que hacer otro tipo de análisis, pero entre tanto, sea cual sea la realidad, tendremos que reconocer que, como si de una oruga se tratara, a fuerza de encogerse y estirarse, avanza, es decir, que estas crisis de superproducción son (con este esquema) el motor de crecimiento; y, consecuentemente, promovidas: a pesar de que esta fórmula no sólo sea contraria al desarrollo sino al propio crecimiento económico, a través del deterioro de las posibilidades de consumo de toda una clase media —en la fase de desinflado— como consecuencia de su destrucción.
Desde una perspectiva toda acumulación de beneficios parte del trabajo, desde otra, toda posibilidad de establecer un flujo de riqueza parte de la existencia de un capital acumulado. Debatir cuál es el motor del movimiento, la causa del flujo, puede ser tan absurdo como debatir qué parte de la cadena sin fin genera el movimiento, si la de arriba o la de abajo.

 

En realidad las dos perspectivas son ciertas y constituyen los dos procesos o partes que conforman el principio de bipolaridad o movimiento entre polos, por lo que la cuestión no es si es cierta una u otra sino si están equilibradas.
Ésa es la cuestión y es el problema particular (y, finalmente, el de la coyuntura económica): el empresariado pone su capital al servicio de la sociedad y del crecimiento (primer flujo), pero de igual forma ponen las entidades financieras el capital al servicio del empresariado, que no es otro que el de los particulares (se lleva la riqueza de un polo al otro mediante la financiación y las plusvalías, lo que constituye el segundo flujo).

Este sistema, considerado como un sistema cerrado (esto es, aislado de otros sistemas o economías), tanto a los ahorradores, que tienen el capital (y puede ser invertido), como a las entidades, que lo tienen en segundo orden, como al empresariado que lo alcanza mediante el beneficio, no les plantea, en principio, ningún tipo de problema, pues ante algún tipo de escalada ascendente de precios, guardan la misma referencia entre ellos, es decir, cada uno paga más por un lado y cobra más por otro. Sin embargo se distancian en conjunto del que no tiene ahorro, del que su trabajo, además, no es una inversión sino un valor prefijado. Esta distancia o diferencial es lo que se llama la inflación del beneficio, de la que el IPC es una muestra.
Este esquema muestra claramente el funcionamiento de la economía y responde a la pregunta de qué tipo de funcionamiento absurdo, y asumido con tanta naturalidad, es ése en el que se suben los sueldos, y luego la vida, y luego los sueldo, etc., y pone de relieve que la razón para querer desvincular los salarios de esta inflación en la nueva normativa es precisamente evitar que aquéllos vayan detrás de esa muestra del beneficio (IPC), y así poder gestionar el beneficio sin esa preocupación y ese lastre.
Se ve claro además que de la misma forma que nuestra oruga del desarrollo puede avanzar en un sentido, lo puede hacer en otro mediante los mismos movimientos de distensión-compresión (expansión-recesión), es decir, que el mismo par de movimientos puede dar lugar a un crecimiento neto en un sentido —y al desarrollo— o en el otro, esto es, al subdesarrollo; al margen de que a la vista apreciemos un crecimiento económico. Y entre una situación y otra (lógicamente), un punto de inflexión (y en ésas estamos).
Ahí tenemos, en consecuencia, que todo el beneficio que parte del trabajo es repartido entre todos los elementos del sistema productivo menos el que hace el trabajo, porque ésa es, además, la forma, la única posible en este sistema económico, de crear (de acuerdo con el principio de bipolaridad) una diferencia o desigualdad necesaria para el crecimiento: mediante la acumulación de la diferencia entre el coste de lo producido y su valor.
El Capital, a esto, alega que en verdad el beneficio (derivado de la productividad) no procede del trabajo sino de la mecanización, que es propiedad del Capital. Esto es discutible porque las maquinas parten del trabajo de alguien, de lo que se deduce que en algún momento de la producción (siempre, en realidad) pagaron menos de lo que tendrían que hacer pagado, es decir, que toda acumulación de capital inicial procede de algún desajuste (sobre esto hay toda una teoría económica). Pero, aun suponiendo que fuera así o aceptando incluso la legitimidad de los desajustes, tal afirmación no vendría sino a confirmar nuestros temores, o un temor que tiene varias expresiones, y que deriva de una realidad: las máquinas cada vez alcanzan mayor productividad. Mayor producto, y menos mano de obra para alcanzarlo, implican, de una parte, una menor dependencia a ésta y una mayor precariedad de la misma, y, de otra, que el mercado pueda estar saturado con los productos generados por una pequeña población activa.
En efecto, respecto a lo primero, en el sistema liberal el precio de las mercancías fluctúa por la oferta y la demanda; y la mano de obra lo es, lo que da lugar, dada la cantidad ingente de ella, a un abaratamiento desorbitado. Como se expresó en el Manifiesto comunista:

El obrero, obligado a venderse a trozos, es una mercancía como otra cualquiera, sujeta, por tanto, a todos los cambios y modalidades de la concurrencia, a todas las fluctuaciones del mercado…

Sobre lo segundo, como consecuencia de la mecanización de los procesos, la tecnificación y la productividad, muy bien pudiera ocurrir en un futuro, y llevado al extremo, que la mano de obra sea realmente inaplicable y, por tanto, inservible: ¿qué hacemos si el 100% de la producción se logra con el 5% de la población? ¿Qué hacemos con el resto, con la mano de obra sobrante?
Esto que se plantea como un problema de futuro, sobre un esquema de futuro, es una realidad ya, de perpetuo equilibrio inestable, que pone en evidencia cómo junto con el dominio de los medios de producción se aniquila el dominio personal y la dignidad, quedando a manos del gesto graciable y la relación sumisa.
En este caso, la pregunta es obvia: ¿toda la riqueza producida por las máquinas y los mecanismos pertenecen a sus propietarios?, ¿no será toda la población, que ha dado lugar a esta forma de desarrollo, generación tras generación, beneficiaria o usufructuaria de la misma? Podemos aceptar la legitimidad de los desajustes económicos y sociales (o consentirla), pero no su progresión geométrica. En cualquier caso, no podemos aceptar la desestructuración social y el subdesarrollo que conllevan estas formas de crecimiento.
La sociedad Inversa (Manifiesto)
La sociedad Inversa (Manifiesto)
La sociedad Inversa (Manifiesto)
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En cambio, sí les plantea problema al tejido empresarial esta forma de funcionamiento si consideramos al sistema económico como un sistema abierto (y lo es), esto es, en relación con otros sistemas, que es el problema que se ha puesto de manifiesto en esta crisis, como consecuencia de la deslocalización del ahorro, es decir, de la existencia de un sistema supranacional o de un ente de intermediación o fondo común. El esquema de funcionamiento es más parecido a este otro:



La deslocalización del ahorro ya se puso de manifiesto mediante la configuración de las superestructuras empresariales transnacionales, pero mucho más con la gestión global del ahorro (que trata de hacer útil todo el ahorro), que puede dirigir el mismo de forma caótica o intencionada hacia unas economías en perjuicio de otras. Al dinero no le importa el desarrollo, ni el nuestro ni el del tercer mundo: saca partido del desarrollo del tercer mundo y saca partido de nuestra pérdida de bienestar.
Mediante este sistema, las economías han pasado de ser nacionalistas a ser globalistas y, más allá, antinacionalistas, pues el propio ahorro nacional rehúye la inversión local no garante. Esto mismo es lo que ocurría antaño con la fuga de capital, contra la que con tanto empeño se legislaba. Ahora no, ahora se puede mover libremente el capital sin cuidarse de que el mismo tenga su repercusión local.
Esto en realidad se debe a una falta de cálculo político (o poder) respecto al libre comercio y, de forma análoga, en el proceso de unificación económica, para poner coto a la centralización de la actividad y del capital; la misma que ha hecho que haya ciudades y pueblos, zona norte y zona sur, etc. La centralización del capital ocasiona que la riqueza generada no sirva para generar riqueza en donde se sustrae, y tampoco donde se acumula, a partir de un cierto umbral.
¿Podría darse el caso que una vez debilitadas las economías débiles, se ataquen las fuertes, se debiliten, y el ahorro se vaya a otras latitudes? ¿Podría ocurrir que el dinero necesario para sacar a un pueblo de esta supuesta situación de crisis proceda en realidad del mismo pueblo, es decir, que le estén prestando su propio dinero?
El sistema, considerado como abierto, precisaría de acciones políticas encaminadas a la redistribución en la zona euro y otras destinadas a la recuperación local del ahorro que necesariamente tiene que pasar por una modificación en la ciudadanía del sentido de rentabilidad, y de la responsabilidad (sacar el 4% en vez del 3% por invertir en economías emergentes, por ejemplo, no es rentable si causa todo este destrozo), que muy bien puede venir marcada por una directiva gubernamental, amparada —como digo— en la exigencia de los ahorradores, es decir, la nuestra.
El problema que está generando la deslocalización del ahorro se puede entender de otra forma aún más práctica, si nos atenemos a lo que representa el dinero como una forma de acumular el trabajo o una medida del trabajo acumulado y no usado. El dinero nos permite acumular, transportar e intercambiar el trabajo, y los productos hechos con el mismo. Tal como refiere Diana Wood (El pensamiento económico medieval), ya habla Aristóteles en su Ética del dinero como bien duradero, como reserva de valor, esto es, un modo de acumular excedentes en una forma que no se corrompe. Desde esta perspectiva no es ni tan siquiera que el ahorro esté deslocalizado, es que no está, es que esa acumulación de trabajo, cuya función es convertirse en un valor de uso, no existe. La función de esa acumulación es crear un polo activo en el ciclo energético, si este hecho no se produce disminuye la bipolaridad, lo que da lugar a que esta tenga que ser incrementada de forma artificial o forzada, lo que da lugar a una pérdida del bienestar o que caigamos, como consecuencia de ese decremento, en la subsistencia.
La sociedad Inversa (Manifiesto)
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Las deficiencias en el sistema económico nos llevan a la cuestión de la regulación y la redistribución. Toda redistribución es y ha sido la redistribución de bienes ajenos por un tercero (mediador) mediante un principio de justicia: si el poder político es el económico, no hay un tercero o mediador, por lo que o se hace por un principio superior o no se hace. Si el poder político es el económico no se hace porque éste no reconoce responsabilidad en la desigualdad de la distribución ni en el sufrimiento infligido, y porque se aplicaría, según lo entiende, sobre los propios bienes (nueva regulación constitucional del déficit). Todo esto hace a la redistribución problemática, siendo además más necesaria y más dificultosa en épocas de escasez.
Todo esto se da ahora.


La Sociedad Inversa


Ya dijimos que en el modelo actual, el sistema económico necesita de una bipolaridad económica fuerte para procurar el crecimiento, y que no encontrándola de forma natural lo hace (sea de forma perpetrada o no) bajando la referencia inferior, lo que implica un debilitamiento del polo inferior y del polo medio, y de las posibilidades de desarrollo social y de crecimiento: el sistema crece mal y hace del bienestar un subproducto.
La sociedad puede seguir funcionando con la fórmula actual, pero lo hará creando grandes desajustes y tensiones hasta que ya no lo pueda soportar más. Es por esto que es necesario establecer un modelo de sociedad higiénico, que reconozca y corrija por sistema los problemas esenciales que presenta nuestra sociedad ahora que por otros factores (medioambientales, superproducción, globalización, escasez de determinadas materias primas, etc.) parecen más importante que nunca, y así darnos la posibilidad de prepararnos como sociedad en los próximos 30 o 40 años para afrontar el futuro con garantías.
Nosotros como sociedad estamos expuestos a las circunstancias, pero podemos hacer, y estamos en la obligación de hacer, que, de una vez por todas, todo deje de ser un puro avatar, una contingencia, o una circunstancia. Para ello hay que marcar una dirección.
Las sociedades deben caminar hacia el bienestar. Una sociedad de bienestar tiene que procurar el bienestar de todos. Este bienestar de todos significa el desarrollo social sobre la base de una clase media suficientemente amplia (que es la que se ha ido fraguando hasta la inflexión), no dos sociedades separadas: una que lo tiene todo y otra que no puede tener ni aspiraciones. El bienestar de todos, con nuestra estructuración actual, y sentido del bienestar (el de la sociedad de consumo), pasa —para empezar— por el que todos podamos acceder a los productos.
Refundiendo los requisitos sociales y los económicos, concluimos que una sociedad de progreso no puede estar apoyada en una bipolaridad o desigualdad grande sino en un flujo grande fundamentado en una clase media amplia, que garantice la pervivencia del sistema y haga de esa distribución sistémica su esencia. La distribución, así, deja de ser justa o misericordiosa para ser consustancial y necesaria para el propio sistema.
Se precisa, por tanto, de un ajuste o regulación que haga innecesaria la redistribución —haciendo del sistema un sistema eficiente y equilibrado—, y desarrollado sobre formas de crecimiento que no estén apoyados en esta desigualdad, porque ésta es cada vez más difícil de alcanzar o se alcanza elevando las cotas de subdesarrollo.
¿Pero, cómo lograr este flujo si el desarrollo futuro no puede estar apoyado en la bipolaridad grande, esto es, en la desigualdad, mientras que tampoco en una tal igualdad que lleve a crecimiento cero, a una economía de subsistencia y carente de progreso? ¿Cómo obtener ese ajuste?
Esto lo conseguimos regulando la bipolaridad socioeconómica mediante la inversión social (que tiene que ver con la estructuración eficiente de la sociedad) y la bipolaridad política mediante los principios de verdad (que tiene que ver con la recuperación de una forma particular de principios básicos o inversión de la estandarización); que en conjunto dan lugar a una eficiencia del sistema por supresión de las resistencias internas del mismo, y a “La Sociedad Inversa” como nuevo modelo social.

Inversión social

Nuestra sociedad está apoyada en el principio de competencia, como motor de la bipolaridad y, por tanto, del crecimiento, pero en realidad esto es causa de una profunda desestructuración social y de ineficiencia del sistema productivo, es decir, el modelo actual de sociedad tiene muy en cuenta los beneficios que alcanza por la aplicación de este principio y no sus perjuicios, que son muchos.
Una sociedad no se puede permitir desaprovechar a su población capacitada en tareas que no le son afines o tenerla entretenida en una búsqueda de recursos propios (su camino) estúpida. Veamos un simple ejemplo:

Tenemos cien licenciados en Historia; un caso complicado (la de una licenciatura supuestamente inútil y de difícil acceso al mercado laboral). ¿Qué hacemos? Sin duda serán más capaces (estructuración del conocimiento) que los no licenciados en el aprendizaje de una tarea (camarero, por ejemplo) ¿Los ocupamos de camareros? Evidentemente no. Seguramente por muy inútil que parezca la licenciatura habrá algo mejor en que ocuparlos que en esto. Evidentemente, será mejor que de camareros sirvan y se ocupen los que no tengan otras posibilidades.
Es evidente también que, suponiendo que hayamos contestado que sí, los susodichos licenciados-camareros iniciarán un éxodo por el desierto, esto es, que tendrán la mitad de su cerebro lamentándose de lo que son y la otra mitad tratando de salir de ese estado, pero salir de ese estado tampoco es ocuparse de lo suyo (entendiendo lo suyo un abanico muy amplio de cometidos para los que están formados y pueden ser útiles ) sino en articular determinados mecanismos y superar resistencias que en el fondo (y en la forma) desconocen.
Y es evidente que, de forma promediada, la mitad de la vida laboral desarrollada en el tercer cuarto de la vida biológica, después de pasar el primero formándose y el segundo persiguiendo un estatus, supone un índice de aprovechamiento verdaderamente escaso.

Claramente se ve que el actual sistema de escalado social es improductivo por la ineficaz utilización de recursos humanos, tanto por el aspecto estructural de los que no prosperan y las condiciones en las que llegan los que sí lo hacen (empleo y cuidado poco racionales de los elementos en la arquitectura social), como por el aspecto funcional de los mismos, o desaprovechamiento de las capacidades y despilfarro de los recursos materiales en todo el proceso.
La mecanización de los procesos (des-especialización) y la necesaria incorporación del tercer mundo al mundo de desarrollo (de una parte para incorporarlos al desarrollo-bienestar y de otra para aumentar la bipolaridad, que el sector empresarial ve mermada por otros factores, ya descritos) provocan la escasez de unas determinadas actividades ocupacionales, que da lugar, como hemos ya tratado, a una respuesta inapropiada, y siempre orientada en el mismo sentido (que no es otro que el de la modificación de la relaciones de producción).
El empleo a la corta o a la larga será (siempre es y será) un problema. En consecuencia, ¿qué hacemos, de acuerdo al ejemplo anterior y a este hecho, cubrimos las plazas de trabajo menos cualificado con población cualificada (ya vimos lo interesado que está el sector privado en esto), que por supuesto compite en situación ventajosa, y creamos dos problemas (los desocupados y los mal ocupados), o las cubrimos con la población afín, y dejamos, haya o no haya ocupación, a los cualificados para las innumerables ocupaciones de nivel que, si se quiere, puede demandar una sociedad de progreso?
Una sociedad debe tener satisfechas sus necesidades estructurales y de provisión básicas, pero la alternativa no debe estar entre ocupar una plaza o no poder ocuparla (ocupándose de abajo a arriba, con la desocupación como estado residual, improductivo y subsidiado) sino entre ocuparla y quedar liberados de ocupación, es decir, ocupándose de arriba abajo, con la ocupación como estado residual plenamente productivo y regulada por mínimos: esto es la inversión social.
De una forma quedan liberados y subsidiados los menos aptos (de acuerdo a los criterios de competencia o competitividad utilizados: la competencia de los competidores) y de otra los más aptos (de acuerdo al nuevo criterio de competencia o idoneidad: la competencia de los competentes) y con posibilidad de ser adscritos a cometidos de valor añadido.
Esto no sólo comporta una mejora estructural sino de la eficiencia, en cuanto a la mejora de la aplicabilidad y en cuanto a la supresión de resistencias (dicho de otra manera, poniendo al idóneo no sólo ponemos al idóneo sino que quitamos al que no lo es, o que lo es para otro cometido), y esto, desde el punto de vista de la higiene psicológica, de la ejecución, de la comunicación entre los diferentes planos de ejecución es notablemente mejor.
Los grandes imperios aplicaron, de acuerdo con sus posibilidades y aunque apoyados en la esclavitud, este sistema. Ellos tuvieron claro que había tareas serviles y tuvieron claro que las mismas tendrían que ser realizadas por el estamento socialmente y culturalmente más bajo, fundamentando, como en el caso romano, la riqueza base del Imperio. El problema en este caso es que el otro estamento llegó a ser totalmente improductivo y que los estamentos eran estancos, por lo que no alcanzaron una verdadera inversión social, de modo que, cuando desaparecieron algunos alimentadores económicos, cayeron en la subsistencia. De lo que se deduce que ni los estamentos pueden ser estancos como en el sistema del Imperio romano porque en caso de necesidad se cae en la subsistencia por falta de recursos ni puede haber una comunicación tan permeable como en el nuestro, que se complete el estamento inferior indebidamente, y que por algún tipo de necesidad o desorden estructural se cree una necesidad esencial.
Debemos aceptar sin complejos, por tanto, puesto que es de beneficio común, que el tercer mundo (o los sectores no cualificados) sea el motor de la economía porque además es la forma de que éste alcance y se parezca al nuestro, pero de modo que no sólo implique un estado natural de ocupación sino un orden natural en la misma: si ante la necesidad y la supervivencia (y nuestro mundo es de continua necesidad y supervivencia) ponemos a nuestro primer mundo como primero en las colas del paro —para solicitud de empleo— nos cargamos toda posibilidad de desarrollo al llevar nuestro primer mundo a la altura del tercero (y no al revés).
La cuestión fundamental no es que los sectores cualificados no puedan formar parte del sector productivo, que sí pueden, sino que no compita con el sector no cualificado en la ocupación de las plazas existentes en dicho sector. Una sociedad del bienestar debe ocuparse de arriba abajo y no al revés porque es la forma de preservar los mediadores y el núcleo del bienestar.
Pero, además, ¿podemos imaginar la cantidad de problemas —además de los citados— que se quitarían con esto? Por arriba, todos en todo según sus capacidades, en tanto que por abajo, la ocupación residual puede estar colmada de candidatos que servirían para eliminar resistencias al conjunto de la sociedad (reducción de jornada, servidumbres, etc.) mediante la reducción de horas disponibles de una supuesta bolsa de trabajo, porque, por abajo, siempre se encuentra masa social: bien de los de arriba en estado de dejación, bien de los sectores jóvenes en estado de indecisión, bien de foráneos, bien de la automatización de los sistemas, bien de un voluntariado; sin contar como mero mecanismo de pago social de delitos, y otros.
No nos podemos permitir realizar un gasto (que es mucho) en la formación de los individuos que luego no revierta en la sociedad, y que sólo una pequeña parte alcance ese éxito mediante mecanismos de competencia de los que se beneficia quien verdaderamente no paga la formación. En esta sociedad todos pueden hacer algo por ella de acuerdo a su formación y otros criterios de valía, y tienen que tener la oportunidad de entregarlo a la sociedad, en tanto que una sociedad de bienestar debe saber y tener en qué emplear a su ciudadanía.
Ya dijimos que a la corta o a la larga el trabajo será un bien escaso, por lo que parece lógico hacer una distribución racional del mismo, y que el conjunto de la sociedad se beneficie de este hecho dado que, si trabajo productivo hay el que hay, producción hay la que hay, es estúpido rivalizar por él, y mucho mejor ocuparnos de forma inteligente en cuestiones de valor añadido o incluso desocuparnos, es decir, estar disponible para las otras cuestiones de la vida: educación, investigación, cuidado de niños y mayores, etc., esto es, de todas las cuestiones que representan a una sociedad de desarrollo y cohesionada.

Principios de verdad

La inversión social representa la corrección de uno de los desajustes introducidos por el modelo liberal y más propiamente por la implementación que se hace del mismo en el sistema capitalista. Pues bien, ahora vamos a tratar de corregir la estandarización, como el otro gran elemento de desestructuración social introducida por el liberalismo, mediante la introducción de los principios de verdad.
El proceso de estandarización conlleva el abandono del dogma, de las referencias (acertadas o no), para tomar el camino de la judicialización (la Fe única y estándar), que implica una despolarización política, definida como la igualación social de los roles en los diferentes ámbitos sociales, y promovida desde los mismos.
El Capital, lo mismo que ha promovido la desespecialización de la mano de obra, ha procurado su universalización, y ha dejado de interesarle tener hombres trabajadores, o incluso, hombres/mujeres trabajadores, para tener trabajadores de forma indiferenciada.
El progreso, con sus mecanismos educacionales, nos enseña a ser lo más iguales posible uno de otros porque es ventajoso para la producción o un requisito de ella, o, dicho de otra forma, porque las relaciones vigentes de desigualdad representan trabas para la misma. En este sentido, todavía no son visibles todas las consecuencias o logros productivistas de la desintegración familiar ni todos los mecanismos puestos en marcha, orquestados mediáticamente, es decir, proyectados y ejemplarizados, y que al Capital le pueda resultar interesante; como le está resultando interesante ya el modelo unisex o andrógino como perfeccionamiento del prototipo de productor-consumidor.
Todo ello, que, además de por el interés del Capital, ha partido del anhelo natural y general de abandonar un sinfín de atavismos injustos, ha dado lugar a una importante desestructuración social y a una pérdida de roles o la duplicidad de los mismos en la pareja como unidad política esencial o relación elemental de dos polos, y con ello a un deterioro del proceso de socialización soportado en la familia, o de su tarea educadora.
¿De dónde viene toda esta desestructuración social, o cómo se da?... El acervo cultural, lejos de ser sólo un glosario de nuestros aciertos o nuestros errores, y, por tal, aquello que tenemos que preservar o desechar, se constituye en una herramienta de transmisión, que dispone de dispositivos de distribución y repetición, y de mecanismos de asimilación (multiplica las fuentes, corrige las deficiencias y fija los resultados).
No sólo establece una determinada dirección social —con mayor o menor acierto—, y única, porque sus directrices le vienen de planteamientos que trascienden las posiciones particulares (mandamientos, principios y seudoprincipios), sino que pone en juego los mecanismos de pervivencia de todo el sistema mediante la incorporación de la tradición, del dogma e incluso de la liturgia, y su repetición inequívoca en el sustrato social (toda la sociedad educa). Un marco jurídico no tiene mecanismos de exportación. Exportarlo no sólo es trasladarlo sino deslocalizarlo y llevarlo a las familias; pero es difícil hacerlo con una disposición jurídica por muy justa que sea.
Esta desestructuración se da además como consecuencia de que todo el tejido social y sus unidades básicas (las familias) se hallen focalizadas en la tarea productiva (y, ya como rebosadero, en el ocio) y, por tanto, incapacitados (puesto que ocupan todos sus recursos) para la incorporación de elementos de transformación social mediante el mecanismo de la educación.
En consecuencia, aunque la bipolaridad económica tiene repercusiones en otros ámbitos, vemos que presenta su acción más nociva, tal como ocurre con la despolarización política, sobre los aspectos educacionales y de integración social, por ser los que verdaderamente se presentan como deficiencias sistémicas y de progresión geométrica. Pero, tras un breve análisis, podemos advertir que la imposibilidad funcional de las familias para la transmisión de la cultura es más profunda y no sólo motivada por la bipolaridad económica y la consiguiente reestructuración de la arquitectura familiar (la familia moderna como tal) ni de la despolarización política en el conjunto de la sociedad, sino una desestructuración interna derivada del propio proceso de despolarización política (judicialización) en este ámbito, esto es, al de supresión-equiparación en el que se ha visto envuelta la pareja, donde se ha pretendido alcanzar una despolarización o acercamiento de dos entidades diferentes y ajenas a través del concepto de igualdad como si una cosa llevara a la otra, y fueran, consecuentemente, intercambiables o equivalentes. Es decir, el mismo principio de justicia que se impone y tiene sus consecuencias en lo social, se aplica y tiene también su repercusión en cada unidad política, en cada relación de dos.
Mediante la igualdad, se sustituye el sometimiento por la pugna o confrontación de dos realidades, que o bien se concreta en un aumento de la bipolaridad (fricciones), o deriva hacia la convergencia (despolarización), como desarrollo sicológico o connatural a la condición humana, o a la lucha de dos identidades que se aproximan y convergen pero que parejamente se preservan, que sólo tienen estas dos posibilidades finales, u otra bien diferente sobre la base del amor (pero esto es otra historia)
La fricción puede llevar a la violencia o la disolución, en tanto que la convergencia está caracterizada por la duplicidad de los roles o asimilación de ambos por alguno de los elementos, anulación o intercambio entre ellos, lo que conlleva la anulación del diferencial (de la bipolaridad), y con ésta la de un flujo o acción neta y positiva, que es en esencia la que da lugar a todo el problema de la educación actual, originada por la confusión y pérdida de efectividad de los diferentes planos en los que ésta se tiene que dar: sociedad, escuela, familia.
Resumiendo esta parte, podemos decir, que, sobre una determinada situación socioeconómica potenciada por el liberalismo económico, que eleva a través de la bipolaridad del tejido social la imposibilidad de educar (de alcanzar verdaderos elementos de transformación social), se da otra derivada del marco político, que tiene dos vertientes, la social y la familiar, que redunda en lo mismo mediante la supresión de los principios y la igualación de todos los elementos activos en el proceso y, consecuentemente, en el debilitamiento del flujo, si no en su acción confusa o inespecífica por las mismas causas.
De un lado, en lo social, mediante la convergencia, la judicialización de la vida alcanza su techo en el igualitarismo, que deriva en desintegración social y es aprovechado por el Capital como factor de estandarización de los elementos de producción, mientras que en lo particular hace lo propio con la familia, además de minar los mecanismos educacionales, y condicionar la evolución social.
El problema no es que cambiemos o nos transformemos como sociedad, el problema no es que lo hagamos de una determinada manera, el problema es que dicha transformación esté tan altamente condicionada por los modelos sociales o por un factor (el económico) y dirigida por quien lo encarna, y no por una suma estadística de anhelos y propuestas varias. El problema no es que la familia tradicional se rompa, porque puede ser que esta sociedad tenga la necesidad de romperla y aspirar así a una fórmula mejor, el problema es cuando esta desintegración está patrocinada o impulsada por el interés. El problema no es que las personas encuentren su bis homosexual porque puede ser que impliquen valores humanos desconocidos para el mundo heterosexual, el problema es que dicha transformación esté tan altamente mediatizada y la realidad tan altamente adulterada que se confunda lo que somos con lo que, tan abiertamente, algún sector quiere que seamos.
La sociedad Inversa (Manifiesto)
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Vemos que la judicialización, aunque nos ha procurado un mundo mucho más plural, es confusa y problemática, teniendo su versión, o expresión propia como problema, en la propia justicia, es decir, en la delimitación clara de deberes y derechos, por la concurrencia de diversos derechos sin una jerarquía clara. Es esta des-jerarquización la que hace que se eternicen los problemas en política y se debatan eternamente sin remisión, lo que de otra forma, por una simple exclusión, se delimita de forma natural.
Y vemos que, igualmente, la excesiva polarización de antaño, es decir, la rigidez de las formas, el espacio constreñido, etc. era —a pesar de ciertos aspectos clarificadores—, no sólo perjudicial sino dañina.
¿Qué hacer, entonces? ¿Cómo superar esto? Dicho de otra forma, ¿en qué punto tenemos que colocarnos para resolver esta dicotomía? En este sentido, respecto a la resolución de las cosas, es curioso que para el resto de las cuestiones de la vida utilicemos todo lo que sabemos y, en cambio, para esta cuestión capital no situemos en una perpetua indefinición, en la falta de rigor, y nos abandonemos al instinto, a la creencia y a la falacia, puestos continuamente de manifiesto en el discurso político desde el principio de los tiempos. Nosotros trataremos de incorporar ese rigor a partir de un conocimiento sabido y difícilmente cuestionable:

En la Matemática todo parte de los principios matemáticos o axiomas. En la Física todo está regulado por principios que justifican todos los comportamientos de la naturaleza material y no material, y, de otra forma, todos los comportamientos derivan de la observancia de estos principios, en tanto que todo un conjunto de conceptos y categorías (conceptos puros del entendimiento) son coincidentes con ellos.

Concluimos rápidamente que estas categorías deben estar complementadas con otro juego de categorías, a las que denominamos metacategorías, que se constituyen en los conceptos puros del metaconocimiento, para que nuestros juicios no sólo estén encuadrados en nuestra realidad física sino que estén extendidos a toda nuestra capacidad de enjuiciar, es decir, a nuestra realidad humanista. Algunos comentarios al respecto.
Obtenemos la noción de principio porque tenemos la concepción de que todos los sistemas parten de un esquema básico de funcionamiento: los sistemas matemáticos lo tienen, los sistemas físicos lo tienen, y nuestro universo y con él todo lo que representa el conocimiento lo debe tener.
El problema es que no todos tenemos los mismos principios. No todos tenemos los mismos principios porque éstos están formados para cada individuo por un conjunto de certezas, derivadas del conocimiento, y de creencias personales y sentimientos.
Los principios identifican a nuestro ser, y las metacategorías a la primera expresión de su desarrollo o aplicación al mundo. Los principios entran en contradicción con las metacategorías y de ahí su perfeccionamiento, y las metacategorías con los principios, por ser éstos no sólo expresión de los que somos sino de aquello que aspiramos a ser, de nuestra idea de ser.
Ahora bien, puesto que hasta llegar a la perfección (a la idea que me voy haciendo de ella), mis principios entran en contradicción con el mundo, la cuestión subsiguiente es —en buena lógica— si, de forma análoga, hay algo en el mundo que lo identifique claramente, y que, expuesto a la contradicción, opte a un cierto grado de perfección, es decir, si existen unos principios universales.
Vemos que, en este caso, las metacategorías universales, contrariamente a las individuales, implican tal cantidad y diversidad de casuísticas y perspectivas que no se pueden alzar en principios únicos o, lo que es lo mismo, no se pueden alzar en principios porque no existe un sentido interno universal, y porque, además, son mudables debido a que la experiencia, la vivencia, y la información que genera lo es (esta mutabilidad es la esencia de la dialéctica social).
No obstante hay un espacio común formado por aquellas cuestiones sociales que en su desarrollo más se parecen a la idea de principio —que por tal es común—, pues representa, aunque no en su estadio de máxima simplificación, una idea de éste: estos son, o así los denominaremos, los principios de verdad, que se compone por ese conjunto de cosas que queremos, que la sociedad quiere que sea de una determinada forma.
Si, tal como dijimos, el principio de verdad está en el camino del principio, no es menos cierto que está en el camino de la verdad. Las verdades en general, y los principios de verdad en particular, suponen un tipo de sujeción en lo que yo puedo decir o pensar (además de otras tipos de sujeciones del lenguaje y de la lógica), que procuran un marco conocido para todos los interlocutores y un tipo de limitación u obligación en la realidad de la vida. En consecuencia, nosotros podemos dejar un margen de maniobra al político, al gestor, al médico, al profesor, al juez, que es suma de su libertad de hacer, pero, en cambio, establecemos otras formas fijas e indispensables para proyectar a la sociedad en una determinada dirección.
Esa dirección la marca el principio porque el principio recoge el espíritu de lo que como sociedad queremos que sea, de lo que como sociedad queremos que se cumpla, no un asfixiante articulado de derechos y deberes, sino un espíritu, una intencionalidad clara. Estas formas no admiten que se diluyan o caigan en olvido, por lo que se establecen en forma de mandato claro que sólo se puede quebrantar por otro de mayor jerarquía.
La funcionalidad del principio moral, que en el marco judeo-cristiano se circunscribía a los Mandamientos, fue precisamente la de superar aquella carencia y proporcionar este esquema. Ahora, no pudiendo echar manos de ellos por haber perdido el carácter universal, estamos en la obligación de dar una solución a la altura de los tiempos: no de determinación equivocada, no indeterminación, sino determinación suficiente.
Esa determinación suficiente es la que, para empezar, se debería desprender de la propia Constitución o de la declaración de Derechos Humanos, y que no hace precisamente porque es derecho y no principio, es decir, no es algo de lo que parta o tenga que partir esta sociedad.
Comprender esta necesidad es comprender que no podemos aspirar a una sociedad higiénicamente económica sin una higiene social y política, que no podemos cambiar las relaciones económicas sin transformar nuestra exigencia personal, sin darles a los tiempos una conciencia social, y espiritual, necesarias, y una mirada superior.


Praxis social


La introducción de estos conceptos da lugar a grandes cambios, porque da lugar a un concepto totalmente diferente de sociedad o una forma diferente de concebir las relaciones políticas (tanto sociales como personales), las jurídicas, las educacionales y propiamente las económicas o de administración, mediante la incorporación de elemento de higiene, y por tanto de eficacia y rentabilidad, ya sea económica o social. Los dos pilares en los que se apoya La Sociedad Inversa no son dos medidas sino dos palancas de transformación. No vamos a desarrollar aquí todos los aspectos, pero sí a hacer un pequeño apunte de cómo se concreta dicha acción en el ámbito económico, y del cambio de concepción en dicho ámbito.
En primer lugar, es verdad que no se puede gastar de forma indiscriminada pero más verdad es que no se puede volcar el gasto sobre lo accesorio y luego alegar que no hay recursos para lo necesario. La sociedad necesita ajustes pero estos deben estar promovidos por una ley de vasos comunicantes y no por la del balancín, que ha imperado hasta ahora. La cuestión no son las medidas a tomar sino el contexto en el que se toman: por la primera ley se va al sacrificio y a la aceptación, por la segunda, a la bipartición del tejido social, la enajenación y el desarrollo de resistencias. Por la primera ley se establece una jerarquía clara de las prioridades y de los sacrificios sociales y la coparticipación en los mismos, en un todo es de todos, como ya ocurre en las empresas de economía social y cooperativas, mediante el movimiento natural entre estados de ocupación y otros de desocupación perfectamente asimilados e integrados, y libre de tensiones sociales, por la segunda, no. La inversión social y los principios de verdad están en esta idea, esto es, en la idea de alcanzar un flujo neto, limpio, grande y eficiente, y no otro que supere las deficiencias del sistema mediante ajustes malsanos.
Este flujo se alcanza por aplicación de estas ideas, que es la idea de una distribución esencial o sistémica, pero también de la aceptación del cambio de una realidad que viene dada por nuestra altura social o progreso: esta sociedad ha pasado de intercambiar productos a comprarlos, y, luego, de comprar productos a comprar productos y servicios, ahora es el momento en que tiene que superar esta concepción y entender que el siguiente estadio debe estar sobre la base del intercambio de servicios, dado que, además, lo que tiene un valor monetario (a no ser que se le quiera dar de forma artificial), respecto a todo la acción del hombre en la sociedad de desarrollo, es una pequeña proporción. Ahora, el trabajo que no tiene un valor monetario no se puede acumular mediante este valor o entregar como producto a la sociedad: se pierde.
Se entenderá que el intercambio de servicios sobre la base estatal se puede hacer de forma casi ilimitada, cosa que no se produce cuando a estos se le da un valor monetario, es decir, cuando cuesta un dinero que no se tiene. El intercambio de servicios da lugar a una beneficiosa ocupación plena, y a un bienestar progresivo e incesante, que en la sociedad del conocimiento significa calidad de vida y altura social: no hay razón para que unos trabajen mucho y otros nada, para que haya médicos sin enfermos y enfermos sin médicos, para que no se redefinan los criterios de ocupación pensando principalmente en la educación.
La Sociedad Inversa exige otro concepto de distribución, pero también precisa otra exigencia: la consideración del bienestar como un factor de la producción, es decir, contemplar determinados gastos (el salario, salud laboral, etc.) como requisitos de la producción que implicarían (y así se aceptaría) un encarecimiento consentido de la misma y, a priori, un determinado coste de oportunidad, como lo representa la preservación del medio ambiente o la eficiencia energética etc., es decir, una menor competitividad; y una mayor inflación.
Ahora la competencia determina los precios, ajustándose el beneficio mediante la reducción de costes entre los que se incluyen el salario. Según lo explicado, la inversión social exigiría una determinada referencia en la producción basada en las condiciones sociales a tener en cuenta para determinar el precio, pero no afectaría a la competencia, contrariamente a lo esperado, por tratarse de una referencia común. Ésa es la acción política, las reglas de juego a imponer. A los Mercados les da igual unas que otras porque en realidad lo que quiere es una referencia; a nosotros, no.
En verdad pudiera ser que a los Mercados, tampoco, porque una sociedad que intercambia servicios puede minimizar los ingresos económicos de los ciudadanos (contrarrestando la supuesta acción inflacionista anterior), en tanto que los ciudadanos podrán dosificar los gastos, o consignarlos sin temor a la adquisición de productos y servicios de valor añadido (en su calidad de excedentarios), y el desarrollo de la sociedad de libre mercado sobre la referencia establecida.
No se está promoviendo un reparto de miseria sino un modelo que libera a los ciudadanos de la misma porque libera al sistema capitalista de sus propios excesos y limitaciones, en lo que creía parte consustancial de su funcionamiento, en tanto que introduce otras fórmulas de desarrollo económico (derivadas de la inversión social en la sociedad del conocimiento) impensables en el sistema actual.
La sociedad Inversa (Manifiesto)
La sociedad Inversa (Manifiesto)La sociedad Inversa (Manifiesto)
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Esto que he expuesto toma carácter de Manifiesto, una proclama de las veleidades del sistema y un nuevo esquema social, o fórmula alternativa, desarrollado desde el principio de bipolaridad y la aceptación de nuestra propia realidad, y la solicitud o conquista de demandas irreprochables.
La vida está hecha de deseos y de realidades. Una realidad es que para que fluya el agua con fuerza tiene que haber presión, que se puede alcanzar por una diferencia de altura en la caída. Alguien puede decir: “es que a mí me gustaría que el agua cayera hacia arriba o que existiera ese flujo sin haber esa diferencia de altura”. Bueno, muy bien, pero no es así, así no se puede: podemos hacer que el flujo sea ancho, estrecho, que produzca electricidad en la caída o que haga destrozos en la misma, pero aquello otro, no. Por lo mismo, yo puedo desear que los de arriba estén abajo, o que todas las hipotecas se cancelen, o que todo el dinero se reparta, o que siendo peón albañil pueda tomar las decisiones del arquitecto…, pero esto no funciona así, no en este contexto.
El deseo es lo que queremos y la realidad, es un promedio de los deseos, un conjunto de fuerzas que se suman o se anulan. No tenemos los mismos deseos unos que otros, incluso nosotros mismos no tenemos los mismos deseos en una situación que en otra, no deseamos lo mismo cuando pagamos un servicio que cuando lo cobramos. No podemos ser hipócritas, una transformación social no puede nutrirse sólo de deseos porque éstos son fundamentalmente interesados u obedecen al instinto de conservación o ciertas formas de supervivencia, o de dolor existencial o coyuntural.
Tendremos que desear todos lo mismo, tenemos que desear aquello que desearíamos igual en una situación que en otra. Ahí es donde se tiene que poner de manifiesto la perfección de la idea de “conciencia social” que debe imperar: en saber diferenciar nuestro ideal de sociedad de nuestra miseria personal, en diferenciar las exigencias de primer orden de aquéllas que o bien son de segundo orden o bien quedarían en franquicia tras las primeras, y que en cualquier caso representan un lastre o una desvaluación de las pretensiones.
La Sociedad Inversa no persigue satisfacer deseos, sólo establecer medidas higiénicas para el funcionamiento redondo y limpio del sistema, es decir, satisfacer todos los deseos, o evitar que unos y otros entre en contradicción, o en contradicción con la realidad y sus principios básicos, o, lo que es lo mismo, buscar su perfección: no se puede eludir el principio de bipolaridad o desigualdad inherente, no se puede anular ni invertir o poner del revés, pero sí se puede optar a otro tipo de inversión social, conceptualizar la desigualdad de forma diferente y optar a una transformación esencial de la sociedad y de nuestro modo de vida.