La Inversión social - Teoría social (y 6)
1-La inversión social (18ª entrega)
Resumen. Entre las deficiencias más notables de
nuestro sistema social está la propia estructura de escalado y promoción. Esta
estructura está diseñada para establecer una diferenciación clara entre polos,
entre los que mandan y los que no, los que saben y los que no, dando lugar por
diversas causas a una circulación deficiente entre dichos polos y a un
aprovechamiento deficiente de los mismos. Quienes necesitan de determinadas
exigencias o perfiles saben que éstas pueden ser entresacadas suficientemente
de la criba establecida a través del principio de competencia u otros
mecanismos de supervivencia o selección, que pueden verse favorecidos o
desfavorecidos por la coyuntura o la fortuna. Esta selección natural está bien
a falta de otra o cuando las exigencias de la propia naturaleza así lo
determinan (cuando la sociedad es en sí misma, como antaño, supervivencia),
pero no parece apropiada para este estadio cultural y, en particular, para una
situación de abundancia de mano de obra.
Los mecanismos de escalado actuales no sólo ralentizan el progreso de la
sociedad sino que la desestructuran y, lo que es más grave, desatienden las
necesidades sociales futuras, las de la
sociedad del conocimiento en el marco social del trabajo como bien escaso. Esta
necesidades nos llevan a una necesidad única, la de establecer una nueva
orientación social basada en unos nuevos conceptos de ocupación y desocupación,
esto es, de la eficiencia y la rentabilidad social de la misma (y no sólo económica).
Frente a esa máscara de excelencia de los
mecanismos de selección y descarte, y todas las debilidades soterradas
derivadas del principio de competencia, tendremos que establecer otra fórmula
de selección. Esa nueva fórmula de selección nos llevará a un proceso de
inversión social o de utilización apriorística o por defecto de los recursos
humanos, que no sólo dará a una mayor y mejor utilización de éstos sino a una
conexión más natural entre la necesidad/utilidad social y los diferentes
perfiles humanos, esto es, a un establecimiento más sano y equilibrado entre lo
que las personas dan y pueden dar de verdad.
Yendo más allá se establece una conexión
entre el interés y el desinterés (cuestiones claramente psicológicas), como los
dos grandes motores de la eficiencia individual y su repercusión en la
eficiencia social cuando aquéllos se presentan como elementos contextuales de
ésta, es decir, cuando toda eficiencia social es simplemente el promedio de
todo tipo de predisposiciones individuales a hacer o deshacer, presentándose,
en consecuencia, como un ecosistema de mediocridad.
La ineficacia política parece un buen
ejemplo de este ecosistema, de esta mediocridad. En este ecosistema se ponen de
manifiesto tanto las interrelaciones reseñadas como los elementos puesto en
juego en las mismas, esto es, las propias aportaciones (interés, desinterés,
capacidades) individuales, lo que hace necesario un breve estudio de dichas
capacidades, tanto de la parte ejecutiva (uno de los polos) como de la
operativa (el otro), es decir, la diferenciación de toda la ineficacia de fondo
en dos grandes bloques, y su caracterización, su asimilación a los dos polos
sociales (y funcionales), así como de la repercusión en los diferentes flujos o
capacidad de influencia, de acuerdo con el efecto transistor[1].
[1]El estudio de estas capacidades en los dos polos nos
permitirá, en efecto, caracterizar la ineficacia de los mismos y suministrar
criterios para eliminarla o paliarla, otra cuestión muy distinta es si este
estudio se ha realizado ya, y si se ha hecho o se hace para estos fines (los de
alcanzar una sociedad, globalmente, más sana y eficiente) u otros fines bien
distintos, esto es, para implantar la eficiencia estándar, la que se espera y
de la que no se puede escapar.
Los únicos parámetros visibles de
rentabilidad social y económica, en la gestión política o empresarial, son
—traducidos al efecto transistor— los
del incremento o no de la bipolaridad porque son los que repercuten de forma
inmediata en el beneficio y son más fácilmente extrapolables a una estadística
o balance. Así ocurre que un aumento de polaridad puede ir a cargo de una
contención del gasto o de un aumento coyuntural de Fd (flujo dinámico) a cargo
de la sobreexplotación (productividad) y debilidad del sistema, al tratarse de
una productividad asociada a criterios de competitividad (selección y descarte)
y no a otros derivados de los niveles de competencia o idoneidad (selección sin
descarte).
En efecto, se habla de I+D+I, se
habla de recursos empleados en la innovación, pero no se habla de su verdadero
valor, de la verdadera riqueza de una sociedad que son los recursos humanos.
Para ser más exactos, se habla, pero se habla con ese discurso mentiroso, sin
contenido, salvo para esos microsectores sociales (los beneficiaros de los
nuevos estándares de especialización) claramente relevantes, que pone de
relieve que no representa una verdadera idea, sentido o sentimiento (muy
distinto a esta otra idea de toda una sociedad dando, elemento a elemento, lo
que puede dar, y en una única dirección, sin resistencias o tensiones), y que
no obedece a una finalidad o respuesta a problemática alguna más allá de la
utilidad coyuntural (la del desarrollo o aumento de la bipolaridad).
No obedece a otras problemáticas relacionadas con la participación, la contribución y la cohesión, o la deficiencia funcional de éstas, es decir, con la bipolarización del tejido social y la enajenación y, muy principalmente, con la desestructuración social (o desubicación) y la ineficiencia (o disfunción social), que desarrollamos ahora, y que son síntoma del desaprovechamiento ocupacional y de la instalación de un patrón de capacitación inespecífica (sin contenido y sin éxito) en uno de sus polos, es decir, del ostracismo funcional resultante, derivado de un déficit de utilidad pública de las capacidades, y de la desespecialización.
No obedece a otras problemáticas relacionadas con la participación, la contribución y la cohesión, o la deficiencia funcional de éstas, es decir, con la bipolarización del tejido social y la enajenación y, muy principalmente, con la desestructuración social (o desubicación) y la ineficiencia (o disfunción social), que desarrollamos ahora, y que son síntoma del desaprovechamiento ocupacional y de la instalación de un patrón de capacitación inespecífica (sin contenido y sin éxito) en uno de sus polos, es decir, del ostracismo funcional resultante, derivado de un déficit de utilidad pública de las capacidades, y de la desespecialización.
1. Principio de incompetencia.
Una sociedad no se puede permitir
desaprovechar a su población capacitada en tareas que no le son afines o
tenerla entretenida en una búsqueda de recursos propios (su camino) estúpida.
Veamos un simple ejemplo:
Tenemos cien licenciados en
Historia; un caso complicado (la de una licenciatura supuestamente inútil y de
difícil acceso al mercado laboral). ¿Qué hacemos? Sin duda serán más capaces
(estructuración del conocimiento) que los no licenciados en el aprendizaje de
una tarea (camarero, por ejemplo) ¿Los ocupamos de camareros? Evidentemente no.
Seguramente por muy inútil que parezca la licenciatura habrá algo mejor en que
ocuparlos que en esto. Evidentemente, será mejor que de camareros sirvan y se
ocupen los que no tengan otras posibilidades. Es evidente también que,
suponiendo que hayamos contestado que sí, lo susodichos licenciados-camareros
iniciarán un éxodo por el desierto, esto es, que tendrán la mitad de su cerebro
lamentándose de lo que son y la otra mitad tratando de salir de ese estado,
pero salir de ese estado tampoco es ocuparse de lo suyo (entendiendo lo suyo un
abanico muy amplio de cometidos para los que están formados y pueden ser útiles
) sino en articular determinados mecanismos y superar resistencias que en el
fondo (y en la forma) desconoce. De forma promediada, la mitad de la vida
laboral desarrollada en el tercer cuarto de la vida biológica, después de pasar
el primero formándose y el segundo persiguiendo un estatus, supone un índice de
aprovechamiento verdaderamente escaso.
Claramente se ve que el actual
sistema de escalado social es improductivo por la ineficaz utilización de
recursos humanos, tanto por el aspecto estructural de los que no prosperan y
las condiciones en las que llegan los que sí lo hacen (empleo y cuidado poco
racionales de los elementos en la arquitectura social), como el funcional de
los mismos, o desaprovechamiento de las capacidades y los recursos materiales
en todo el proceso. La mecanización de los procesos (des-especialización) y la
necesaria incorporación del tercer mundo al mundo de desarrollo (de una parte
para incorporarlos al desarrollo-bienestar y de otra para aumentar la
polaridad, que el sector empresarial ve mermada por otros factores, ya
descrito) provocan la escasez de unas determinadas actividades ocupacionales,
que da lugar, como hemos tratado ya, a una respuesta inapropiada, y siempre
orientada en el mismo sentido (que no es otro que el de la modificación de la
relaciones de producción, cuando los sistemas están agotados). El empleo a la
corta o a la larga será (siempre es y será) un problema. En consecuencia, ¿qué
hacemos, de acuerdo al ejemplo anterior y a este hecho, cubrimos las plazas de
trabajo menos cualificado con población cualificada (ya vimos lo interesado que
está el sector privado en esto), que por supuesto compite en situación
ventajosa, y creamos dos problemas (los desocupados y los mal ocupados), o las
cubrimos con el personal afín y dejamos, haya o no haya ocupación, a los
cualificados para las innumerables ocupaciones de nivel que, si se quiere,
puede demandar una sociedad de progreso?
Una sociedad debe tener satisfechas
sus necesidades estructurales y de provisión básicas, pero la alternativa no
debe estar entre ocupar una plaza —incrementando la lista del paro— o no poder
ocuparla (ocupándose de abajo a arriba, con la desocupación como estado
residual e improductivo, quedando liberados y subsidiados) sino entre ocuparla
y quedar liberados de ocupación (entre ocuparse y no ocuparse) por lo que se
debe ocupar de arriba abajo (con la ocupación como estado residual plenamente
productivo y regulada por mínimos) : esto es la inversión social. De una forma
quedan liberados y subsidiados los menos aptos (de acuerdo a los criterios de
competencia o competitividad utilizados) y de otra (de acuerdo al nuevo
criterio de competencia o idoneidad) los más aptos y con posibilidad de ser
adscritos a cometidos de valor añadido. Los grandes imperios aplicaron, hasta
la altura de sus posibilidades (los tiempos) y apoyados en la esclavitud, este
sistema. Ellos tuvieron claro que había tareas serviles y tuvieron claro que
las mismas tendrían que ser realizadas por el estamento socialmente y
culturalmente más bajo, fundamentando la riqueza base del Imperio. El problema
en este caso es que el otro estamento llegó a ser totalmente improductivo y que
los estamentos eran estancos, por lo que no alcanzaron una verdadera inversión
social, y, cuando desaparecieron algunos alimentadores económicos de la
bipolaridad, cayeron en la subsistencia. De todo ello se deduce que ni los
estamentos pueden ser estancos como en el sistema del Imperio romano porque en
caso de necesidad se cae en la subsistencia por falta de recursos ni puede
haber una comunicación tan permeable como en el nuestro, que se complete el
estamento inferior indebidamente, y que por algún tipo de necesidad o desorden
estructural se crea una necesidad esencial. Debemos aceptar sin complejos, por
tanto, puesto que es de beneficio común, que el tercer mundo (o los sectores no
cualificados) sea el motor de la economía porque además es la forma de que éste
alcance y se parezca al nuestro, pero de modo que no sólo implique un estado
natural de ocupación sino un orden natural en la misma: si ante la necesidad y
la supervivencia (y nuestro mundo es de continua necesidad y supervivencia)
ponemos a nuestro primer mundo como primero en las colas del paro —para
solicitud de empleo— nos cargamos toda posibilidad de desarrollo al llevar
nuestro primer mundo a la altura del tercero. La cuestión fundamental no es que
los sectores cualificados no puedan formar parte del sector productivo, que sí
pueden, sino que no compita con el sector no cualificado en la ocupación de las
plazas existentes en dicho sector. Una sociedad del bienestar debe ocuparse de
arriba abajo y no al revés porque es la forma de preservar los mediadores y el
núcleo del bienestar. Pero, además, ¿podemos imaginar la cantidad de problemas
neutralizados, además de los citados? Por arriba, todos en todo según sus
capacidades, en tanto que por abajo, la ocupación residual puede estar colmada
de candidatos que servirían para eliminar resistencias al conjunto de la
sociedad (reducción de jornada, servidumbres, etc.) mediante la reducción de
horas disponibles de una supuesta bolsa de trabajo, porque, por abajo, siempre
se encuentra masa social: bien de los de arriba en estado de dejación, bien de
los sectores jóvenes en estado de indecisión, bien de foráneos, bien de la
automatización de los sistemas, bien de un voluntariado; sin contar como mero mecanismo de pago social de delitos, y
otros.
2. Sobre la eficacia.
Dada la conexión de los aspectos
estructurales y funcionales, la inversión social se constituye en fin y medio,
y permite llegar a través de esta inversión de los criterios estructurales a la
inversión de los competenciales u optimización de la funcionalidad o eficacia. De este modo, todo lo visto respecto a la
desestructuración o deficiencia en la arquitectura de nuestro modelo actual,
incide en la eficacia del sistema e incide también en la adecuada alimentación
de los factores psicológicos por los sociales y de los sociales por los
psicológicos, que de otra forma se convierte en un sistema contaminado,
contaminante y esencialmente insalubre o, lo que es lo mismo, sin posibilidad
de alcanzar un estado de salud por encima de las cotas que le marcan los
factores externos que se presentan así como condiciones de contorno: la
distorsión en la retroalimentación de los sistemas, y la transformación de los
problemas estructurales en funcionales, se produce mediante el factor humano,
por lo que toda sociedad debe ofrecer a todo individuo esa posibilidad; la
oportunidad de darse y dar lo máximo. En un sistema coherente y bien diseñado,
cada uno debe dar a la sociedad lo mejor que pueda en cada uno de los momentos
de su vida: ni cuando puede estar, no estar, ni estar cuando no puede estar; lo
que da lugar a una ineficacia por defecto o exceso de oportunidad y a sendas
patologías psicológicas o alteraciones derivadas de dos formas distintas de
insatisfacción e inutilidad. Todo coste individual tiene uno social: no es lo
mismo una sociedad formada de individuos satisfechos con el espectro y el
desarrollo de sus posibilidades (naturalmente, el fracaso siempre es una
posibilidad) que una formada de puro psicologismo del fracaso (no es lo mismo la asunción-resignación que la
aceptación) que en caso extremo lleva a la
disgregación social de los individuos o desvinculación social: todo coste
social tiene uno individual. No obstante, pondremos de manifiesto otros
factores que implican la competencia y, por ende, la incompetencia y cuan harto
difícil puede resultar dominar todos los elementos porque los mismos, como
hemos indicado y veremos, son consustanciales a nuestra propia naturaleza, pero
también a la propia naturaleza de nuestro sistema social que impulsa, propicia,
avala o sostiene determinados comportamientos y se constituye como el común
denominador que lo empaña todo.
Para empezar habría que decir que hay dos cosas fundamentales que afectan a la
eficacia que son el interés y el desinterés. ¿Se entiende, verdad? No haría
falta decir más, sólo desarrollar esta idea. Esto, como es el fundamento
último, se puede hacer desde el estudio de las motivaciones personales —ya
aludidas y descontadas con anterioridad— que son una cuestión de cada cual (el
interés y el desinterés endógenos) o desde las sociales, que son desde las que
podemos incidir o manejar, que actúan como factores exógenos para las
anteriores. La cuestión es que por una cosa o
por otra, se crea desaliento y se aprende a hacer todo al 30 o 40 por ciento:
el análisis, la tramitación o gestión…, la solución de los problemas; todo
parece moverse en una supina mediocridad de la que sólo aquéllos que alcanzan
el éxito parecen escapar por lo que son doblemente admirados (por escapar de
algún sitio y por llegar a algún otro).
A. La ineficacia política como paradigma
Esto se pone de relieve de forma
particular en la vida política y se constituye en referencia. La vida política
está llena de grandes temas, de cuestiones de Estado que los políticos tienen
que abordar. Algunos de ellas son asuntos esenciales, podríamos decir de vida o
muerte, para el decurso social. Estos grandes temas sobre los que los políticos
tienen que decidirse están sujetos a muchos intereses y afectados por presiones
de todo tipo sobre las que el político tiene que pugnar y alcanzar un difícil
equilibrio, tanto, que finalmente la solución no es solución sino un apaño que
pospone, que no soluciona pero que, al menos, no descontenta a nadie, o
descontenta a todos pero no de forma importante puesto que la decisión no ha
sido contraria con rotundidad. Con esto tenemos que el margen de maniobra del
político es estrecho en las cuestiones generales y muy condicionado (por
ejemplo, lo que defiende en una comunidad es contrario al interés de otra, y
mantienen ambos mensajes) por lo que no se espera de ellos ninguna
determinación clara o valiente, y sí una estrategia de plazos que dejen dormida
finalmente la problemática; ocupando inútilmente su tiempo y nuestros recursos.
Sólo hay que ver cómo los grandes temas estructurales (de los que hablaremos),
que son tan nuestros como la bandera: Justicia, Educación, Administración, se
eternizan en la abulia sin solución.
Para las cuestiones importantes su
acción es tardía, escasa y predecible, derrochadora de recursos y atenciones,
que olvidan multitud de problemáticas menores, que tampoco encuentran solución.
¿Quién de nosotros, yendo a la clínica a realizarnos unas pruebas médicas
respecto a una dolencia grave, no se para en el camino para quitarse unos
molestos chinarros del zapato? La vida se compone de grandes problemáticas y
pequeñas problemáticas, cotidianas y molestas, a las que la ciudadanía tiene
que estar volviendo la mirada injustificadamente a cada tanto a pesar de tener
una solución fácil y concreta. ¿Por qué las personas tienen que perder un
segundo de sus vidas en obtener, reclamar o defender aquello que le pertenece
por derecho? ¿Por qué tienen que estar volviendo la mirada? ¿Habrá un síntoma
más claro que éste de ineficacia social? La verdadera sociedad de bienestar no
es la que tiene todo tipo de artilugios sino la que no tiene esa serie de problemas
(a la que nosotros hemos llamado de forma genérica resistencias) que hace de la
vida una constante supervivencia. Parece obvio que un principio de justicia, de
modernidad, de simplicidad está apoyado en esto. En este caso, ¿por qué no hay
un verdadero propósito de poner en su sitio lo que está claramente fuera de él?
Puede pensarse que por razones presupuestarias pero algunas soluciones no
cuestan dinero y sólo se precisa de una directriz amparada por un único
presupuesto, el de hacer la vida de las personas más fácil o, dicho de otra
manera, no añadir dificultades innecesarias a la existencia (para conservar la
potencia no importa conservar la tensión siempre y cuando disminuya la
resistencia, y recordemos que de eso se trataba) y esto va, más que con los
condicionantes económicos, con la capacidad resolutoria y la pervivencia de
determinados comportamientos inerciales.
La sociedad plantea problemas
concretos (quiere decirse que alguien sabe de la problemática real) de los que
sus dirigentes no se enteran, no quieren enterarse o se enteran tarde y mal, y
para los que se elaboran informes que no alcanza el fondo de la problemática o
que sirven para decir lo que ya todo el mundo sabe, y que las más de las veces
quedan olvidados en un cajón. Una vez enterados (de, supuestamente, haber
tenido contacto con esa realidad) y superados los prolegómenos, se establecen
propuestas que en origen pueden ser concretas pero que alcanzan paso a paso un
grado de artificio importante, que, finalmente, las alejan de la problemática
que tratan y, en cambio, se acercan, parecen o mimetizan con la realidad y se
hacen indistinguible de ésta, es decir, que la solución está tan en el entorno
del problema y utiliza tanto su propio lenguaje que no puede alcanzar ese
elemento diferencial al que llamamos solución o que hace de ésta algo
inservible.
B. La eficacia: competencia ejecutiva
Solucionar un tema sólo exige
pensar el problema, la solución, y tomar una decisión concreta. En ocasiones,
el problema y la solución están hartamente planteados por los agentes sociales
y por los afectados, esto es, están pensados, por lo que sólo resta tomar la decisión;
y no se toma. ¿Qué ocurre entonces?, ¿cuál es la razón? En la solución, además
de con el problema, hay que contar con demasiadas cosas por lo que las
verdaderas medidas que podría apuntar a la solución eficaz no aparecen o se
pierden en el camino. Los políticos-gestores no resuelven, sólo presentan un
abanico de soluciones que como tal, promedian, reajustan y, la más de las
veces, enturbian el problema o lo enmascaran. Los problemas tienen una causa
concreta y real, por lo que no tienen por qué estar protocolizada ni insertada
en ningún modelo o sometida al criterio del grupo, son, simplemente, una cuestión a resolver: un objeto de la
voluntad. Una situación de normalidad sería aquella en la que del análisis del
problema se llegue a la solución, a la simplicidad.
En nuestra sociedad, en nuestro
entorno, el conocimiento o inmersión en determinada problemática y su
profesionalización sirve, en el mejor de los casos, para determinar y alcanzar
clarividencia sobre los límites, sobre lo que no se puede hacer o existe un
impedimento, pero casi nunca para saber las posibilidades y muchos menos para,
de acuerdo con las pretensiones, encontrar o perseguir con arrojo los
mecanismos que rompen esos límites. Esto sólo puede acontecer cuando se reúne
un conjunto de facultades personales, rasgos o pilares de la competencia ejecutiva (de
la que el político es su paradigma), en cada
cometido: para solucionar un problema hay que ser consciente de él y
potencialmente capaces, además de tener la posibilidad material, y la libertad
para emprender las acciones pertinentes.
Consciencia. Cuando hablamos de consciencia decimos tanto la
consciencia de advertir las cuestiones, como la de reconocernos como capaces de
actuar sobre ellas, como la de la necesidad de hacerlo, sin condicionamientos,
en todas direcciones: reconocemos que las cosas se pueden hacer bien o mal y
que esto en ocasiones repercute en las personas porque a las personas
circunstancialmente se le presentan dificultades que las convierten en
impedidos ocasionales en cuestiones tan peregrinas como la de encontrar un
formulario de entre varios que nosotros podemos mezclar. Para un sector sólo se
le presenta como problema lo que para él es problema, que va relacionado con la
necesidad (ya vista), el instinto de conservación (nuestros miedos), y la calidad humana, esto es, lo sumidos que estemos en la corriente inercial de la vida,
nuestros prejuicios y en definitiva con lo que nos importe las personas, y los
problemas de las personas, y en dónde pongamos el acento (también en virtud de
nuestra experiencia) u orientemos nuestros sentimientos primarios, en
definitiva —como dijimos—, de nuestro interés y nuestro desinterés. En este
sentido, estamos acostumbrados y sabemos, por ejemplo, que las personas que
están en situación jerárquica superior han obtenido dicha situación (y de aquí
la necesidad de la Inversión
social) a base de prescindir de la problemática de los otros —cuyo prototipo lo
encontramos en el competidor— y preocuparse sólo de la propia y de las de los
jerárquicamente superiores que son frente a los que se tiene que dar los
resultados (en vez de hacerlo, liberados del mérito promocional, al conjunto de
la sociedad: donde el mérito y desmerito se obtiene más a largo plazo por las
cosas bien/mal hechas) por lo que la atención está focalizada sobre sí misma.
En consecuencia quien verdaderamente tiene posibilidad de actuar sobre las
cosas generalmente es consciente de la problemática que está en su plano y la
de los planos más elevados (se corrige con la Inversión), a la par que
es correa de transmisión de la problemática en la dirección descendente y
filtro o freno de la ascendente.
Potencialidad. La solución de los problemas exige un grado de
inteligencia para poder contener el problema en todas sus variables y poder
estructurarlo (que nos se nos presente como una rueda pesada, inabordable, como
un pulpo de cien tentáculos), y así poder brindar un grado de eficacia. Con una
buena estructuración llegamos a una síntesis y simplificación del problema, es
decir a un diagnóstico. Además esta estructuración o debe dar lugar a una
solución completa o debe ser la base de las estructuraciones empleadas por el
resto de los segmentos afectados. Sobre esto se podrían poner muchos ejemplos y
darnos cuenta de que, aunque pensemos que todos somos capaces, no es verdad. La
vida se simplifica tanto intelectualmente que prácticamente ésta discurre a
través de cuatro pautas y cuatro conversaciones aprendidas, que nos hace pensar
que pizca más o menos todos tenemos unas capacidades similares; pero no es
verdad: sólo tendríamos que acordarnos de lo que fuimos cada uno de nosotros en
la escuela, y de aquel entorno, para darnos cuenta de que no es cierto; se
podría asegurar que el 99% de la población tendría problemas para plantear una
ecuación de primer grado con una incógnita correspondiente a primero de
secundaria, esto es, a un niño de doce o trece años. Estamos hablando de que la
mayor parte de la población sería incapaz de conjuntar tres condiciones previas
con el fin de alcanzar una conclusión o una única condición que las comprenda a
todas. Ese 99% luego podrá manifestarse con toda la soberbia del mundo en el
planteamiento de esas cuestiones rutinarias de la vida como si fueran el
resultado de un dominio perfecto de la problemática, pero lo cierto es lo
anterior. Antes, desde el reconocimiento de la ignorancia, existía a su vez un
reconocimiento del conocimiento ajeno, pero ahora todo el mundo quiere sentirse
capaz si bien es cierto que todo él aplica esa metodología y se inhibe en la
solución de los problemas porque en buena medida darle una solución a los
propios ya le cuesta. Lo mismo que hablamos de la destreza matemática podemos
hacerlo de la semántica por la que, aunque todos hablemos la misma lengua, no
hablamos el mismo idioma. Estos dos elementos, junto con la lógica formal —de
la que ya hemos hablado—, hacen que verdaderamente se interponga un telón
infranqueable en la comprensión íntima de los problemas y que parezca o se
quiera hacer parecer como criterio propio (origen de una decisión) lo que en
verdad es ignorancia o incapacidad para abordarlos con todos sus elementos. Los
sistemas o funcionan o no funciona, aunque el fallo es por un bloqueo puntual o
causa concreta, la solución implica la contemplación en varias direcciones, por
lo que difícilmente puede ser el resultado de un análisis lineal o del tanteo,
esto es, de la comprobación de los efectos. La cuestión es que el planteamiento
y la solución de las cosas de la vida pueden ser muy variopintos y podemos no
apreciar, o diferenciar por la solución, un tratamiento multidimensional de
otro establecido mediante sencillas concatenaciones aprendidas, pero existe esa
diferencia, y hay problemas que se pueden atender de una forma lineal, paso a
paso, y hay problemas que no, que hay que contemplarlo todo. Esto se pone de
manifiesto —porque en realidad obedece a una falta de inteligencia, sin señal
de alerta de la consciencia— en las lecturas polarizas, sesgadas, en el
maniqueísmo que nos lleva de forma ineludible a un mismo punto o en los
prejuicios que nos hacen repetir un esquema porque empezando el mismo, por un
punto, acaba en otro conocido —de donde se ve que ambos están unidos como por
una cuerda y que en medio no existe elementos de ruptura o desviación—; que
limita nuestras posibilidades de elección.
Actualmente hay un alto grado de
ineficacia en la problemática social porque las personas que supuestamente
tienen que abordarla adolecen de los conocimientos o capacidades para hacerlo
porque con la mecánica actual, salvo para algunas ocupaciones en las que se
requiere específicamente un perfil creativo y divergente, el sistema busca unos
elementos reconocibles de los que lo único que se puede esperar es la
repetición de un patrón (lo del sistema de selección mediante el principio de
competencia) —del patrón— por lo que las deficiencias del mismo tenderán a
perpetuarse, a perpetuarse en ellos a la par que ellos se perpetúan en las
deficiencias. Con esta fórmula la sociedad va arrastrando sus deficiencias, su
incompetencia de fondo porque son muchos los elementos involucrados o adscritos
a la permanencia de las cosas: a todos les gusta jugar y sacar partido con unas
reglas, y sobre todo les interesa mantenerlas una vez que lo han sacado. La Inversión nos obliga a
aquilatar estos y otros valores en el ejercicio público, pero, en este caso, no
sólo o exclusivamente para dejar en manos de los supuestamente más listos o
preparados (Doctores) el mismo, porque sin duda algunos de ellos lo son o están
rodeados de los que sí lo son (aunque a veces no lo parezca y no representen
una garantía), sino para alterar la conciencia
social y anular los condicionamientos que nos llevan al pensamiento único o
forma única e interesada de abordar los problemas.
C. La eficacia: competencia operacional
Con el sistema actual parece obvio
que es aplicable, que se justifica e instala, el principio de Peter por el que
la incompetencia estaría ocasionada precisamente por estar regulada y
justificada la promoción hasta allí donde alguien deja de ser competente en
alguno de los factores de la competencia ejecutiva, con lo que, dado que el
sistema de promoción obliga, además, a un cambio de actividad o de esquema al
que finalmente se responde con desidia o apatía (el desinterés), la situación
de las personas sería: o es competente —por tanto en eterna dedicación
promocional— y susceptible de ocupar un cargo superior (justo el que le viene
grande y no le permitiría promocionar más), o es supercompetente —y no sólo
entregado a la promoción sino infeliz—, esto es, directamente desaprovechado y
cercenado por las deficiencias de los mecanismos de escalado social, o no lo es
(procede de un cargo anterior) por lo que ya no promocionará más y ejercerá su
incompetencia; que el principio de
incompetencia corrige en algunos de sus aspectos, puesto que en vez de
promocionar los competentes hacia un destino final de incompetencia, descienden
en la escalera promocional por incompetencia desde la supuesta competencia, o
situación de partida, a un posible destino de competencia, que rompe la idea
del promocionado y una cierto marco de destino alcanzado.
Pero el principio de Peter, aunque
cierto grosso modo, no justifica toda la incompetencia de la sociedad o todo lo
que se presenta como tal en virtud del grado de eficacia de la acción. Para
empezar, porque mediante el mismo estaría reflejada una incompetencia final en
el proceso de escalado promocional (entre bloques o escalones) pero además de
ésta existe otro, adscrita a cada bloque, que se pone en evidencia en cada uno
de ellos, y que se da cuando la promoción responde a un perfil que no contempla
la eficiencia como uno de los aspectos prioritarios del candidato —de hecho muchas
de las promociones se completan con personas de cualidades mediocres— como
consecuencia de estar desprovisto los puestos del factor personal en la
consecución de objetivos, es decir, que lo que se pretende está decidido o
trazado desde otras esferas y los candidatos sólo cumplen una función gris para
la que fundamentalmente se requiere un cierto nivel de disposición y nada más.
En segundo término, el principio de Peter no justifica toda la incompetencia
porque ésta, además, hay quien la desarrolla en el primer escalón, ése para el
que, verdaderamente, cualquiera puede ser competente o en el escalón de
supuesta competencia (antes de llegar al de la incompetencia), y porque la
sociedad no se constituye de una escalera promocional en la que todos al cabo encontramos
un peldaño falso sino que esa incompetencia la encontramos realmente en la
ocupación para la que de una forma u otra alguien se ha estado preparando toda
la vida o para la que no necesita una preparación seria, lo que pone de relieve
que en la misma hay tantos factores externos como propios. El problema, por
tanto, es mucho más amplio y agudo: existe en la sociedad un grado de
ineficacia intrínseca (de fondo) al margen del grado de preparación y
consciencia (aunque también las impliquen) de sus elementos, que se pone de
manifiesto además en todos los ámbitos de la sociedad y supera el tratamiento
anterior.
La incompetencia (y la ineficacia) se da en cualquier
cometido para el que en principio estamos habilitados (o estamos asignados) al
margen de su relevancia, esto es, aunque el mismo se restringa a una operativa
regulada. Precisamente sin esa relevancia, sin la importancia del cometido, sin
la especialización, se puede dar con mayor facilidad la diversificación de
tareas (pensemos en la movilidad funcional o en la multifuncionalidad) o el
cambio de actividad (sin que medie promoción alguna) y la provisionalidad,
todos sus problemas asociados (el desinterés) y determinadas casuísticas que
confluyen en la imposibilidad de una verdadera competencia operacional u operativa
eficiente, en consecuencia, de una verdadera efectividad, sin que en este caso
pueda ser corregida directamente por la inversión social porque esta
incompetencia no es consecuencia de la arquitectura social (el escalón base
siempre será el escalón base); aunque también la sufre y se presente como tal
para el usuario final. La competencia operacional, no obstante, sufre la
arquitectura en cuanto que sufre la competencia ejecutiva de los estamentos
superiores (las directrices) —que se presenta como extrínseca—, derivada, entre
otras causas, de políticas económicas mercantilistas, materializadas en una
productividad tecnocrática e irreal —como la que se da en los diversos sectores
productivos a los que constantemente se le va cambiando la operativa de trabajo
y de herramientas, y que nunca llegan a dominar la tarea, o alcanzar una
verdadera capacitación, y a rentabilizarla, porque la actividad se mueve en
términos estadísticos y no en otros reales—, que sacrifica todos los parámetros
fundamentales de salud laboral, como la estabilidad, el grado de interés y el
sentido de utilidad, es decir, la alteración de estos factores endógenos
(incluso psicológicos), que derivan en desidia y en la enajenación como
resistencia emocional al sistema productivo. Así tenemos:
Productividad tecnocrática: El capital ha prescindido de la eficacia del asalariado
mediante la mecanización y otros procesos, es decir, ha tratado de eliminar ese
grado de libertad que pertenece al entusiasmo, a la iniciativa y ha dejado sólo
trabajo bruto (pagado como trabajo bruto). El sistema económico apunta, en
consecuencia, a la mediocridad, pero la propicia y se nutre de ella. Durante
tiempo primó la eficiencia de la técnica basada en la especialización porque de
ella se derivaba una eficiencia económica, posteriormente, mediante la
mecanización se ha llegado a la no especialización y mediante la informática a
la homogeneización, que permite juntar varias técnicas y compartir los recursos
de las mismas tanto materiales como humanas, lo que deriva en una nueva
optimización y eficiencia empresarial técnica y económica. Aquí se cambia el
trabajo en serie y completo por el trabajo en paralelo o multifuncional
fraccionado de la tarea desestructurada que, además, posibilita el recuento
directo. El análisis se apoya en una serie de sondas, de muestreos de algunos
parámetros elementales que caracterizan la producción pero que prescinden de
otros parámetros de calidad que se rectifican arreglo a estudios de mercado
interesados o se abandonan definitivamente. Por ejemplo, se dividen los
departamento como unidades independiente que sólo tiene que dar cuenta de sus
resultados, que posibilita la libre elección de los recursos que se les ofrece
en la competencia y prescinde de la problemática de las otras unidades Entre
estas problemáticas están las incidencias en los procesos que, anulada la
comunicación verbal (por la mecanizada), deben soportar todo un protocolo de
actuación y demora (entre las partes) que, mediante la acción personal y el
sistema continuo, era de inmediata solución. En realidad, prescindir de la
acción personal, es en sí un fin: no existe el puesto-persona, sólo el puesto y
una política de cajas negras y comunicación de las mismas. Se llega a un
sistema rentable desde la perspectiva de los costes, pero de funcionamiento
ineficaz, particular y globalmente, esto es, con muchos efectos residuales que,
además, dada la partición, son difícilmente detectables y corregibles, en
cuanto que, una vez sectorizado, difícilmente se puede implicar a las partes en
un supuesto “bien común”. Podemos darnos cuenta de que ésta es la
judicialización o su equivalente económico, esto es, la pérdida de una
referencia superior y el establecimiento de distintas partes que no saben o
quieren saber nada más que de su realidad, de su verdad, de su problemática, y
que luego, de acuerdo a las sondas y los estudios de mercado citados hay que
coordinar de forma forzada, esto es, por unos criterios de eficiencia que sólo
saben ajustar el dividendo o el divisor para obtener un determinado cociente, y
poco más.
Capacitación: Implica
que es capaz de afrontar la tarea intelectualmente, para lo que debe darse que
dicha tarea, o el conocimiento que le acompaña, esté suficientemente
estructurado. La estructura no es el mecanismo de desglose ad infinitum que se
está imponiendo en la actualidad, y que responde más bien a una
desestructuración, sino un esquema sobre el que poder aplicar las diferentes
particularidades (no infinitas particularidades sin esquema) que debe servir
como soporte a cambios futuros. En consecuencia, hay dos formas de entender y
aplicar los usos, arreglo a un procedimiento o esquema y sin él. Si bien es
cierto que el exceso procedimental de la vida va contra la libertad y dignidad
del ser humano, su ausencia va contra la efectividad y la higiene mencionada.
El desorden en la actividad lleva a la negligencia, inefectividad y a la
imposibilidad de mejorar los sistemas pues no existe una estructura de
referencia. Este esquematismo es el que realiza la mente como tal y es a lo que
llamamos inteligencia, al menos un tipo de inteligencia, y es la que se espera
alcanzar después de efectuar unos determinados estudios o de una experiencia
profesional.
En nuestro entorno, y esto es causa
de mucha inefectividad y enajenación, se tiende a no estructurar la tarea en lo
que importa y sí en aquellas cosas que van al terreno de lo accesorio o
irrelevante (cuando no indecente). Esto se pone de manifiesto en muchos
sectores productivos en los que a falta de tener verdaderamente reguladas las
tareas, por incompetencia ejecutiva, se regula un cierto comportamiento
estándar, dicho de otro modo, por no saber regular la producción (encaminadas a
mejorar la productividad), se regula otras cuestiones anexas que supuestamente,
de forma genérica o por pasiva, la mejoran, pero que no dejan de ser o
conformarse como sistemas primitivos basada en la cosificación del esfuerzo
(que mediante la inversión social procederíamos a derogar). En efecto, cuanto
más primitivos son los sistemas más basan la producción en el ratio de
ocupación, contrariamente a los desarrollados en los que aparecen índices de
productividad, o de objetivos alcanzados y retos; si bien es cierto que los
sistemas de producción últimos tratan de rentabilizar o llevar a extremo ambos
factores.
Que es capaz implica que se puede
hacer, y hacerse en un tiempo razonable, esto es, posibilidad material. La
posibilidad material es la relativa al propio ejercicio y la consustancial a la
propia vida, a la ineficacia de la propia vida y sus complicaciones y
servidumbres. Las personas en los puestos de trabajo están pensando en las mil
cosas de la vida: los niños, los médicos, la compra diaria, y toda una serie de
cuestiones que hay que atender, más otras accesorias y resistencias diversas;
muchas de las cuales, se eliminarían con la inversión.
Utilidad: Que es
útil su ejecución quiere decir que el esfuerzo de su trabajo no se pierde en
alguna parte y que, por tanto, no es igual efectuarlo que no. La no utilidad de
la tarea viene muy condicionada a su vez por la ineficacia del entorno al que a
su vez se le alimenta con nuestra propia ineficacia. La ineficacia así es un
estado mórbido de abandono en el que alguien se mira a sí mismo y ve que
debería hacer las cosas de otra manera, que es mejor para el funcionamiento
pero que desierto de alicientes se deja ir y se instala en la suciedad, en la
misma que ve y que contempla. La ineficacia es a lo social lo que la depresión,
a lo psicológico o personal, y, en ambos casos, consecuencia de un déficit de
higiene (estructural-mental). Salir de este círculo es un problema de gestión,
pero las políticas no van encaminadas a solucionar esto que no aparece en las
estadísticas y, muy al contrario, sí a incrementarlo.
Enajenación e inhibición: El capital toma la mano de obra
como una mercancía más, sujeta a la oferta y demanda, que trata de minimizar.
Es un gasto, no una inversión como lo pueda ser la ficha de un directivo. En el
primer caso, contrariamente al segundo —y por lo mismo que a un tablón de
madera tiene su valor en un uso o en otro, pero no en dos simultáneos—, no
existe un valor del trabajo adicional al correspondiente a la función, es
decir, que el tiempo de la función se corresponde con el de la jornada laboral
y no queda hueco en ésta para darle un valor extra temporal ni ocasional
(asociado a la iniciativa o creatividad), por lo que hay una identificación
entre la ocupación y el salario. En el segundo, se valora la percepción
económica en función del incremento de plusvalías o de cierto valor añadido por
lo que lleva implícito un concepto de productividad o eficacia. El capital
trató de obtener productividad en el asalariado a través de la eficacia, pero,
llevando el salario al mínimo, el asalariado entiende que el empresario no ha
contratado eficacia y sí trabajo bruto o trabajo base solamente. El diferencial
de eficacia que en el asalariado no representa valor del trabajo se transforma mediante la plusvalía (que es el valor del trabajo del empresario o
gestor) en un gran valor, es decir, la eficacia es gratuita en origen (se paga
lo mínimo o no se paga) pero no en destino puesto que repercute en el beneficio
(de ahí la enajenación). El trabajador no puede darle un valor a su diferencial
de eficacia porque no le corresponde a él pero sí llevar ese diferencial al
mínimo o anularlo. La enajenación se presenta como una resistencia natural
psicológica al desarrollo de la efectividad de un sistema que no contabiliza la
suya propia y la revierte, de este modo uno
paga lo mínimo por el valor del trabajo y otro
hace lo mínimo entendiendo que el valor
del trabajo se corresponde con el mínimo valor del mismo y esto con su
mínima rentabilidad; porque otra cosa ya es efectividad extra, llegándose a un estado
o sentimiento de inutilidad, de desidia, de abandono, de mediocridad general y,
cuando menos, de inhibición en el desarrollo eficiente del sistema, en las mejoras y en la
corrección de las deficiencias, esto es, en suplir o corregir
la incompetencia ajena (suponiendo que se pueda, porque ocasionalmente ocurre
que dichas correcciones chocan con dicha incompetencia) o la desestructuración
del sistema.
D. Ineficacia y bipolaridad
Cualquier competencia tiene un
valor ejecutivo porque cualquiera, incluida la puramente operacional, afecta a
un estamento inferior, aunque sea al usuario final y, en consecuencia, está
sujeta a los factores de conciencia y potencialidad, si bien es cierto que ésta
en un grado mínimo, precisamente por tener una mínima incidencia y por el
pequeño grado de autonomía, que, por otro lado, ocasiona que el sentido de
utilidad y el interés no nazcan de forma natural (de una cierta iniciativa)
sino que haya que aportarlos de forma adicional. De igual forma toda
competencia conlleva una parte operacional porque toda tarea está sujeta a
requerimientos ajenos y en toda ella al final se cumple una función para la que
se precisa una determinada capacitación. Podríamos decir que la diferencia
entre capacitación y potencialidad es que mientras que ésta diseña estructuras
aquélla sólo necesita moverse por ellas (la capacitación precisa de un buen
diseño o escenario). De donde tenemos que existe una incompetencia intrínseca
que sufre los problemas estructurales y que sufre la incompetencia extrínseca
que no es otra que la intrínseca de los estamentos superiores que repercute en
la efectividad de los procesos y en la creación de los mencionados problemas
estructurales, que a su vez sufre como extrínseca las deficiencias de los
estamentos base por lo que todo se traduce en una circulación de deficiencias,
y a un hábitat. La diferencia es que en este proceso circulatorio unos pueden
activar medidas para la alteración del mismo y otros no, es decir, unos actúan
o pueden actuar y ejercer una acción y otros sólo lo pueden hacer como simple
reacción, si bien es cierto que es anónima y pesada. El polo inferior sólo
necesita saber en este caso que lo que dice al superior tiene algún tipo de
efecto, es decir, que ese flujo de vuelta será tomado con la consideración
suficiente, tratado con las capacidades suficientes (con una captación adecuada
de la problemática) y los medios, lo que se manifestará en el flujo de ida y,
consecuentemente, en una circulación fluida. Esto nos da una situación de
partida que justifica doblemente la inversión puesto que coloca a los
estamentos que pueden alterar las estructuras con mejores cualidades
competenciales minimizando la creación y circulación de elementos negativos (y
en consecuencia de valores reactivos) llevando el nivel de ineficacia al mínimo
derivado de la incompetencia intrínseca, que es inexcusable. Vemos que aquí se
trata, como en todo lo tratado, de dos polos entre los que puede circular bien
el flujo dinámico o no en función de la intervención de los mediadores citados
(enajenación) u otros, esto es, se trata del efecto transistor aplicado a la eficacia. No obstante de todo esto,
son tantos los factores sociales que intervienen en la ineficacia, la
incompetencia y la mediocridad que analizarlos todos de forma genérica es
ineficaz, por lo que se precisa particularizar el estudio a los casos más
relevantes, y su posible superación en el contexto de la Sociedad Inversa,
tomando en consideración la estructura política, ya desarrollada de forma
general mediante los principios de verdad.