EL LIBRO DE LOS CAMBIOS
(Capítulo 1)- La esencialidad
1- Hemos analizado en La crítica de la razón social el devenir de la sociedad, y las posibilidades exitosas del decurso social, que fiamos a la utilización de los principios de verdad, además de aplicar el principio de los vasos comunicantes (VVCC) y la inversión social. Allí presentamos la idea de los principios de verdad, pero no (prácticamente no) a los principios de verdad propiamente dichos. Es decir, allí los principios los presentamos como necesidad o fundamento lógico de la sociedad, para guiar nuestra sociedad convenientemente, de forma saneada, pero no se aportaron principios de verdad, y no se aportaron precisamente porque no los tenemos, porque los tenemos que construir. ¿Cómo, nos podremos preguntar, si no tenemos ya unos principios de verdad de los que partir? Bueno, ya está dicho de forma velada aquí cuando digo que nuestra sociedad debe estar saneada. Ya lo dije en realidad cuando dije que en sociedad se deben hacer las cosas buscando la higiene social, en el convencimiento de que por encima de nuestras verdades está esa higiene social como criterio suficiente, prima facie, para testar cómo de verdad es nuestra verdad: es verdad lo que nos lleva a esa higiene y mentira lo contrario. Éste es un concepto que está presente en todo y es el motor de todo: principios de verdad, inversión social, VVCC; porque todo trata de luchar contra la falta de esa higiene y los estados de asimetría social que le son característicos. Sobre esta premisa debemos construir el debate, esto es, utilizar o extender esa forma de análisis y de exigencia a todas las cuestiones que queramos plantear, que es justamente lo que vamos a realizar a lo largo de este bloque intitulado El libro de los cambios, que comienza aquí.
Vemos, en definitiva, que para construir nuestros principios tenemos que partir de unas cuestiones básicas, llámese categorías, llámese principios esenciales, llámese sentido interno, que comporta alguna forma de espiritualidad o idea elevada de nosotros mismos y de sociedad, y la inevitable traza de lo que realmente somos. Esa forma de espiritualidad a unos les viene por la religión, a otros a través del dolor social, a otros simplemente como un mecanismo intelectual. Esto hace que no tengamos una única forma o que incluso nos identifiquemos a nosotros mismos mediante una forma u otra, y que, en consecuencia, nos identifiquemos y nos juntemos con los que la tienen igual. Eso tiene una cosa buena y una mala. La buena es que estamos en el camino, la mala es que más que probablemente estemos en el camino equivocado, sea cual sea éste, porque más que probablemente estemos en el camino de la creencia, de la visión parcial o en perspectiva de las cosas, la que impone lo que verdaderamente somos.
Ésa es la forma de lo humano, nos hacemos de un equipo, ya sea político o de fútbol y ya todo lo vemos desde la perspectiva de ese equipo. No somos libres, no alcanzamos nuestras verdades de acuerdo a la higiene social y los otros principios esenciales sino a unos principios sesgados o inclinados a aquello que estamos defendiendo.
Hesse escribió: “El pájaro rompe el cascarón, el huevo es el mundo. El que quiere nacer tiene que romper el mundo”. También se dice en el génesis. “El Señor le dijo a Abram: 'Deja tu tierra, tus parientes y la casa de tu padre, y vete a la tierra que te mostraré'.” Estamos hablando de lo mismo, de la necesidad de dejar de ser lo que somos para poder ser otra cosa, de la necesidad de romper esa identidad que hemos construido, para partir de unas premisas nuevas, limpias, verdaderas, verdaderamente espirituales.
No voy a desarrollar ahora la verdadera espiritualidad a sabiendas de que aparecerá de forma natural en el discurso cuando dejemos lo social y nos introduzcamos en lo humano, y, de forma particular, en la forma higiénica de vivir lo humano, esto es, la desposeída de falsas identidades. No la voy a desarrollar a pesar de ser esta forma higiénica de vivir lo humano la que mejor conecta con un compromiso social libre de lastre. Y no la voy a hacer porque existen formas alternativas o modos diferentes de explicar esa conexión, más adecuadas, cercanas, asépticas y rigurosas (que de forma más extensa, y más o menos similar, está en las entregas 14-15 de la WEB), sobre todo para las personas a las que esta conexión entre la espiritualidad exigible y la praxis social le suena al toco mocho, esto es, que quieren prescindir de toda forma de psicologismo, o de otras cuestiones que toman su forma (aunque no lo sea):
Pensemos que nuestro mundo social es el espacio geométrico euclídeo (plano). Este espacio está construido a partir de cinco axiomas que se cumplen en virtud de su métrica (plana), esto es, de la forma de medir en él. Axioma es de lo que se parte (ejemplo: “Dados dos puntos se puede trazar una recta que los une”, o “Dos rectas paralelas guardan entre sí una distancia finita”). A partir de ahí se construye todo un espació matemático, esto es, toda una serie de verdades: proposiciones, teoremas, en ese espacio.
Pues bien, de lo que hablamos es lo mismo, nosotros tenemos que construir nuestras verdades, que son los principios de verdad, a partir de unas verdades esenciales que son elementos como “la higiene social”, esto es, elementos que limitan nuestras posibilidades a la hora de construir esas verdades, nuestro espacio social, en función de su existencia. Y que cambian en función de la misma, de la misma forma que si quitamos el segundo axioma citado (esa limitación) ya no estaremos en un espacio euclídeo o euclidiano, que tiene la limitación de ser plano, sino en uno curvo, tal como ha ocurrido de hecho en la representación de nuestra realidad física en virtud de la teoría de la relatividad general.
Existe además toda una suerte de limitaciones formales, lógicas y propiedades a las que debemos atenernos (además de un básico principio de contradicción), que la matemática preserva y que sin embargo en sociedad se transgrede constantemente, pudiendo decir que de dos posiciones en pugna, una de ella, si no son las dos, está en la mentira dialéctica, esto es, en la utilización fraudulenta de las reglas.
Por cierto, que (a modo de curiosidad) el conocimiento noético, éste que se puede establecer a través de la meditación, tiene mucho que ver con esta forma de alcanzar el conocimiento, siendo por así decirlo una manera de alcanzar las verdades respecto a ciertos órdenes a partir de unas verdades esenciales (internas, en este caso), mediante una conexión rápida e intuitiva, como aquellas que hacía Srinivasa Ramanujan, el matemático que los dioses susurraban fórmulas imposibles. Es decir, la estructura es la misma, en lo que se diferencia es en la forma de transitar desde esas verdades esenciales a las siguientes, el mecanismo, y la velocidad del mecanismo noético, del tránsito intuitivo, que sin embargo, como vemos, no es privativo. Es extraño, inusual, pero no más de lo que lo es donde se supone que no lo es, de hecho, la creatividad, incluso la científica, tiene mucho de esto: de ver de una manera antes de ser capaz de ver de la otra. Todo esto representa, dicho sea de paso, un reencuentro fantástico, a través del concepto de productividad, entre dos cosas o mecanismos aparentemente contrarios, casi en lucha, el de la metodología científica y el intuitivo, precisamente por esa habitual diferencia de velocidades y la consecuente imposibilidad de fiscalizar los logros paso a paso cuando surge de la intuición y no del razonamiento lógico.
Salvado esto último, lo que estoy diciendo en este caso es que tenemos que ser escrupulosos con los teoremas y con los axiomas de los que se parte, también en sociedad, en la que por ignorancia principalmente no hemos sabido establecer esos axiomas básicos (verdades esenciales), de lo que se infiere que los principios de verdad que construimos no son tales. Ésa es nuestra Historia como sociedad, como civilización. Necesitamos, por tanto, que ser capaces de dotar a nuestro conocimiento social de la misma fortaleza estructural (o casi) que tiene la geometría euclidiana o cualquier otra área de las matemáticas o de la física.
La sociedad inversa es el desarrollo de esa idea, es el planteamiento aséptico o, cuando menos la expresión de la necesidad social del mismo, que no pretende ser la verdad, objetivo imposible por cuanto la verdad está hecha de muchas sensibilidades, sólo racionalizar esas sensibilidades al objeto de encontrar esos principios de verdad, que es eso que queda cuando a la sensibilidad de cada uno le quitas todas las tonterías, y algunas mentiras, mediante la aplicación de esas verdades esenciales, que es en la práctica la mejor forma de ir dejando lo que queremos encontrar al descubierto. No pretendo tanto llevar la razón o la verdad en todas las cuestiones como construir un discurso minucioso que sirva para establecer un debate honesto sobre ellas, acotarlo mediante principios de verdad preexistentes (verdades esenciales) que nos permitan la formulación de otros nuevos. Ése es el trabajo que tenemos por delante, para el que tendremos que dejar a un lado ideologías, credos, apetencias y dolencias, es decir, atenernos a esas verdades esenciales y a las que seamos capaces de alcanzar limpiamente a partir de ellas, objetivos ambiciosos que si bien están fuera de nuestro horizonte cercano, son condición sine qua non para dar un salto cualitativo como sociedad, imprescindible para optar a la supervivencia o al progreso.
Lo que voy a desarrollar aquí, pues, tratará de sentar las bases para un debate aséptico sobre algunas materias, que luego podremos compartir o no compartir pero que tiene los elementos necesarios, por cuanto están estructurados (como el espacio euclídeo), para ser fiscalizados intelectualmente, a diferencia de lo que hace el debate político y todos sus defectos formales, lógicos, estructurales... etc.
Esa es la estrategia que voy a adoptar para todos los temas. A partir de ahí, a efectos de clasificación, aunque sean temas independientes unos de otros, se seguirá un orden necesario puesto que a la vez lo tienen contextual. De hecho, de algún relato se podría derivar al otro de forma natural sin solución de continuidad, y si no se hace es para no complicar el primero o hacerlo inacabable, y para darle su sitio al segundo: para no hacer como esos trabajos en los que van de una cosa a otra sin cerrar, sin llegar a unas conclusiones mínimas. Esa misma pretensión hace que los temas sean extensos, y con ello que puedan parecer más literarios, menos divulgativos, lo sé, pero no se puede todo, y, como no se puede, opto (por lo ya dicho) por encapsular los temas de esta manera. Decía Kant que algunos libros serían más claros si no hubieran querido ser tan claros. Seguramente esto se lo aplicara a sus propios escritos. Seguramente yo también sería más claro si no quisiera ser tan claro, más entendible, si no quisiera librar de todos los malentendidos a “la verdad mínima” que se pretende alcanzar.
Lo haré abordando los temas que están en continuo debate en nuestra sociedad, expuestos a cambios y tensiones, pero sin solución, es decir, que se habla y se habla de ellos pero no se llega a nada, a ninguna certeza (o sólo a alguna interesada), precisamente porque no se debaten en el entorno de trabajo ya planteado, esto es, porque no se manejan las estructuras discursivas correctas ni los propósitos correctos.
Se debate sólo con datos y con el empleo de las herramientas pobres que nos dan las diferentes disciplinas (economía, justicia, sociología, política) sin reparar, o querer reparar (a pesar de no llegar a conclusiones), en que hay una verdad esencial en cada debate que pone de manifiesto que el debate es estéril y el objeto a debatir es otro. Si no cambiamos ese objeto a debatir, el debate siempre estará en un conflicto argumental y emocional, que es el que trata de alimentar los que sacan partido del mismo.
Podemos darnos cuenta hasta qué punto esto es así y somos víctimas de esto que estoy hablando si pensamos en cualquier estadística sobre cualquier tema social o político, donde se pone de manifiesto que no se puede llegar a un consenso, sólo a una indeterminación más o menos mediatizada, que evidencia los parámetros de indefinición de la cuestión y de todo aquel que quiera afrontarla para su resolución: lo poco posible que es llegar a la verdad y lo poco que importa.
Aquí vamos a debatir cambiando el objeto a debatir (por esto es El libro de los cambios). Cambiar el objeto a debatir, nuestra atención, es ver cuál de todos los objetos es el de mayor jerarquía entre todos los presentes. Es muy sencillo: ¿qué es más grande 8 o 9? Lo pregunto otra vez: ¿qué es más grande 09 o 80? En la primera pregunta hemos obviado los ceros y con ellos el orden o poder jerárquico de los otros números. El discurso mentiroso se construye a base de eliminar el orden jerárquico de las proposiciones, lo que deriva en que todas ellas estén en el mismo orden o estén el que quiera el especulador de turno. Llevado a lo que nos importa, llegar a la verdad o apartarnos de la mentira es encontrar el verdadero orden jerárquico de las cosas.
No cabe duda que la realidad es compleja, pero la hace más compleja la indefinición teórica que permite que cualesquiera argumentos sean válidos, y que puedan ser, por tanto, pertrechados y revalidados por apoyos interesados. Frente a esa complejidad sólo cabe una voz única, que se haya hecho única a través de un fundamento lógico.
2- Con estas premisas, esto es, para alcanzar los objetivos y desarrollar la metodología presentada, nosotros podríamos abrirnos en abanico a raíz de lo expresado en La crítica de la razón social y ahondar en las diferentes problemáticas, o podríamos establecer una secuencia de problemáticas sobre un determinado hilo conductor. Nosotros haremos fundamentalmente lo segundo. El hilo conductor son los principios de verdad y la problemática de partida no puede ser otra que el resurgimiento de los partidos de ultraderecha que es la que pone más en evidencia la cuestión de los principios de verdad (por razones que quedarán sobradamente explicadas), es decir, que tanto nos sirve el resurgimiento de la ultraderecha para abordar la importancia de los principios como los principios para abordar el resurgimiento de la ultraderecha.
Ya dije que unos temas nos llevarían a otros de la mano. Los principios nos llevan a la cuestión jurídica. Pero el resurgimiento de la ultraderecha también nos lanza a una cuestión tal como la revolución social de la mujer, y de lo femenino, y su forma de ocupar todas las cosas de la vida, que no será hilo conductor pero sí tema recurrente, y capital para el entendimiento del momento actual, que a su vez tiene elementos jurídicos.
A- Ya se verá como recorreremos el camino para tratar cada cosa en el momento adecuado y abordar el análisis de lo que sin duda es la mayor revolución conocida, o cambio de paradigma, con toda la profundidad que merece, y en el formato o con las pretensiones que en cada situación o recurrencia sean las adecuadas. El asunto nos sirve de momento, a expensas de ser tratado oportunamente, para ejemplificar todo lo dicho a respecto de la jerarquía de las cosas, y la esencialidad de las mismas (los cambios). A este respecto, la cuestión no radica en que la mujer sea o pueda ser la protagonista de los cambios (podemos olvidarnos de ese detalle en el análisis), tampoco en que esos cambios puedan ser tan representativos a algunos efectos como la supresión del esclavismo, la cuestión es si apreciaríamos alguna diferencia en las pautas de penetración social si en vez de ser la mujer la que ocupa el espacio fueran alguna suerte de seres reptililoides (sí, como aquellos que se presentaron en sociedad mediante la película V) con sus aparentemente espléndidas pretensiones, o, mejor todavía (para que no parezca tan conspiranoico), si lo que está ocurriendo no es, de hecho, lo que se representaba en el film “The Invasion”, protagonizado por Nicole kidman.
Es decir, la cuestión no es, tal como sucede en la película, si el mundo al que se llega es mejor o peor, o incluso si es al que podríamos querer aspirar (un mundo sin emociones malas), sino si lo alcanzamos de forma natural o lo alcanzamos mediante un proceso que nos transforma fraudulentamente, tanto que, propiamente dicho, ya no somos nosotros, porque lleva aparejada la supresión de esas emociones malas (de todas, en realidad) o las señas de identidad de lo humano; o de lo masculino, en nuestro caso, como paradigma de lo emocionalmente malo o desechable. La cuestión es de qué manera tan productiva, a los efectos del proceso de sustitución o la estrategia invasora, los infestados se reconocen y se diferencian de los otros, esto es, se establece una frontera de contagio, que se expande, y que diferencia a los adaptados al nuevo diseño de los que no, y que criminaliza irremisiblemente, a estos últimos, o los arrincona socialmente.
Aquí es donde viene la necesidad de hacernos las preguntas correctas, y de no atender a otras que hacen otros, que quieren desorientar, desacreditar e inducir al contagio. Aquí es donde viene la necesidad de encontrar las verdades esenciales y determinar con ellas si lo que ocurre en sociedad es lo que tiene que ocurrir o es una adulteración interesada y forzada, y luego si es interesada por sí misma o por algo más.
La cuestión, en este sentido, no está en que ocurra sino en que ocurra de un modo concreto y a una velocidad determinada, tal como tenemos aceptado respecto a las características de nuestra curva de progreso y bienestar social, y su punto de inflexión. En ambos casos, si se observa que unas determinadas transformaciones son consecuencias inevitables de causas preexistentes, se acepta como parte del decurso, si, en cambio, se observa que se dispone algo para que esas transformaciones sean inevitables y de un signo, es distinto. Dando como más cercano a la realidad la segunda forma de proceder, no podemos nada más que extrañarnos del alto grado de silenciamiento y connivencia del mundo político, cultural y mediático, es decir, de la total ausencia de análisis o cuestionamiento, ni siquiera para alcanzar una perspectiva histórica respecto a los pros y los contras, las luces y las sombras, o una proyección de futuro de lo que sin duda será nuestra realidad próxima, seguramente deslumbrados por los elementos liberadores que comporta y sus expectativas, y los demás cantos de sirena: Pinocho fue a la feria también, creyendo que era una feria, y se convirtió en un asno, un asno de feria.
Este silenciamiento nos lleva a la idea, volviendo a la película, de que en buena medida gran parte de esos mundos ya están infestados, y que son los encargados de propagar o construir esa realidad, ese nuevo orden social. Pensamiento que puede parecer exagerado si pensamos en el desarrollo escénico, en su desencadenante vírico y las transformaciones biológicas que conllevan. No lo es tanto si pensamos que ese virus no es un virus, es una idea. Y no lo es tanto, tampoco, si observamos de qué manera tan extraña e inusitadamente rápida se ha infestado buena parte de la población en el proceso, alterando sus patrones de conducta, que se ven modificados, bien por el contagio bien por la necesidad de permanecer camuflados (como en la película), de no ser descubiertos, de no desentonar, lo que supone, de facto, un contagio por adaptación o mímesis, que expande igualmente la frontera y posibilita el contagio de otros por simple contacto.
Es decir, la sociedad no se infesta por virus sino por ideas. La cuestión es, en consecuencia, si esa idea es nuestra o estamos infestados con ella. Algo que deberíamos plantearnos con cualquier idea, sobre todo si está claramente activada y patrocinada. Una idea, por otra parte, fácilmente insertable en sociedad, tal como evidencia el resultado, por cuanto existe una carencia ancestral de lo que comporta, una necesidad primigenia, además de la que legítimamente visibiliza la mujer, en virtud de la cual millones de personas podemos tener la intuición de que la regeneración del mundo o el mayor cambio paradigmático, jamás visto, tendría que venir de la mano de lo femenino, del retorno a la madre, donde todo se une y se fusiona, como idea de lo común. La cuestión es: ¿esto que se está incorporando al mundo es “lo femenino”, o es otra cosa? Y otra, respecto del mencionado retorno a lo común, que puede ser lo común en una pareja, en una sociedad, en el mundo o en el universo entero: ¿esto une o separa? Vemos que si escarbamos en esa idea reconocible, y a priori no rechazable, encontramos a través de la esencialidad de las cosas que es como un caballo de Troya, un engaño. Un engaño que nos enseña que ni siquiera esa forma familiar o coincidente nos puede hacer pensar que es nuestra idea, levantar la guardia u olvidar que detrás de ella puede haber algo escondido, sucio, "no higiénico".
Un engaño en el que no caen, por cierto, muchas mujeres, porque ellas mejor que nadie saben lo que le es propio, y en donde está su verdadera frustración o su verdadero objetivo, y que saben, como sabemos todos, que las relaciones no (tan) reguladas jurídicamente pueden ir bien o mal, pero las otras, no son relaciones. Ése es el engaño, del que sólo podemos salir buscando la esencialidad, la jerarquía correcta, y comprendiendo que de lo malo no puede salir nada bueno, que no se puede corregir una asimetría con otra, y que quien lo hace, algo busca de otra naturaleza.
Nosotros dijimos que había que ver si era una adulteración interesada, y luego si lo era por sí misma o por algo más, pues bien, ya vamos con esto último tras la pista, que no es otra cosa que la estandarización o desestructuración de las relaciones entre géneros a través, como veremos, de la judicialización, el miedo, y otras cuestiones que, sin duda, tendremos oportunidad de desarrollar.
B- Vuelvo a repetir, si no ha quedado claro, que la cuestión no es si la mujer debe y tiene que alcanzar otro papel diferente en sociedad (mejor), al que ha mantenido tradicionalmente (que seguro que sí), o si se ha hecho socialmente acreedora de esa revolución social, sino si ese cambio de papel lo está alcanzando de forma natural o se está introduciendo de forma forzada y perversa por alguna entidad (persona o no) muy interesada en que esto sea así y con otras pretensiones (troyano), y de forma particular si no se está utilizando a la mujer como vehículo o pretexto para llevar a cabo alguna forma de alienación o subyugación, aprovechando sus demandas intemporales, o, de otra forma, si se está presentando como progresista y liberador algo que encierra otros fines que no son ni progresistas ni liberadores.
¿Quién, y por qué? (Esto ya es otra cuestión al hilo de ésta que tendremos que tratar de forma más pausada, pero…) En principio, los mismos de siempre y por lo de siempre, que no es otra cosa, en primer orden (sin querer apuntar de momento a razones de otra enjundia), que una desestructuración social ventajosa para los procesos productivos. Se estará conmigo en que, siendo los mismos de siempre, que hacen todo tipo de cosas para alcanzar sus fines, el elemento conspiratorio se puede dar como plausible, se vea acompañado o no de una piel de lagarto.
Estoy diciendo que los cambios en las cosas no se producen por causalidad, que algunas veces los promotores de los mismos los realizan a las bravas y otros, sin embargo, de una forma sibilina (haciendo coincidir sus planes con determinadas demandas), y que la conspiración o la manipulación es algo que está siempre presente, y es mayor cuanto más inconfesable y más a largo plazo es el cambio pretendido. Para advertir esto sólo tenemos que reparar en qué cambio se presenta como más favorecido (incluso financiado) desde ciertos ámbitos, de qué manera y con qué pretensiones, y qué otros no se producen porque no son de su agrado o conveniencia a pesar de ser más significativos o esenciales (sobre el hambre, la desigualdad) para el desarrollo.
A efectos económicos ya lo expresamos, diciendo que a esos efectos el Capital tenía diseñado un esquema de sociedad, que era una sociedad estandarizada. La pregunta es qué otra cosa puede querer alcanzar el Capital de la sociedad para alcanzar esa sociedad estandarizada. La respuesta puede ser la estandarización a los efectos que estamos hablando, esto es, la que atañe a la relación entre géneros, de lo que se deduciría que las pretensiones del Capital trascienden del plano económico y apuntan directamente al diseño social del porvenir, incluso como especie.
Tal vez, también, a inhabilitar la respuesta social, esto es, a planificar alguna suerte de cortafuegos. Por ejemplo, ¿sería posible que alguien esté planificando de esta guisa la superpoblación y el resto de las cuestiones que nos llevan al colapso social? Lo voy a preguntar de otra manera. ¿Alguien se cree que no hay ya quien está pensando en este particular y todo lo que implica o implicará en las próximas décadas, y tiene diseñado un perfecto plan de contingencias que puede incluir esto que estamos hablando? Es evidente que sí, y que si se está pensado en un planeta alternativo de otra estrella, no ha sido como la primera opción o la más factible. Y otra pregunta que muy bien podría haber ido antes de ésta: en nuestro momento social y con los avances científicos, las técnicas reproductivas, ¿quién está mejor adaptado al entorno?, ¿quién es más prescindible? La respuesta es obvia. Lo único que la puede apartar de la realidad es que, en un sentido más general, prescindibles somos todos.
Esta forma de modelado social ha sido así desde siempre en la Historia de la humanidad. Los grandes cambios han seguido una agenda que se ha puesto en marcha cuando ha resultado interesante, con sus más y sus menos (recordemos la supresión del esclavismo o el de la concepción de usura, la creación de la clase media, y ahora su supresión). Es tanto así, que es muy posible que, de cara a la esencialidad de las cosas, lo que tuviéramos que plantearnos fuese qué es verdaderamente lo que hay detrás de cada cambio social, qué se pretende. Es decir, dar por descontado que obedece a algún interés circunstancial que está aprovechando el nuestro, y preguntarnos por cuál puede ser ese interés, para tratar de dibujar ese diseño o anticiparnos a él, sobre todo ahora que somos testigos de la ejecución paso a paso del plan, que muy bien puede ser el de amortizar una lucha de clases con otra, y, en último término, el de mantenernos distraídos (ocupados y divididos) mientras gobiernan el mundo, y evitar que levantemos la mirada y nos preguntemos quién lo hace y con qué rumbo.
C- Cuando se levanta la mirada se puede ver el poder de los que están arriba o se puede ver una representación de ese poder. Cuando se levanta la mirada y se ve una representación de ese poder, se deja de ver al poder en sí, y se deja de ver el poder que hay por encima de ese poder representativo, sea democrático o no, es decir, que el poder representativo sirve para desdibujar el propio poder que encarna y el de todo aquello que está por encima: es un filtro, un espejo semitransparente que sólo permite la visión y control hacia un lado. Ese poder representativo en continua lucha de opuestos no llega sistemáticamente a ninguna solución en las cuestiones importantes. Pensamos que no llega como consecuencia de esa lucha de opuestos o de la falta de consenso, pero no es así, no se llega porque no tiene las competencias para arreglar la cuestión, y se camufla esa falta de adscripción competencial mediante una lucha de opuestos, que trata de buscar segundas soluciones toda vez que no pueden tomar las primeras, las más lógicas y efectivas. Sólo hay que ver lo que ocurre en los Presupuestos Generales, en cómo se despreocupan de las cifras mayores y se vuelcan sobre las menores, llenándolas de ideología, de partidarios y de ruido para que parezca que entre lo que dicen unos y lo que dicen otros hay un cambio radical del rumbo (aunque algunas veces, porque todo es susceptible de empeorar, lo haya). Nadie toma o intenta tomar las soluciones de primer orden, las que luchan contra las verdaderas causas de la desigualdad y la calamidad humana.
No pueden tomar las de primer orden porque la adscripción competencial la tienen otros, que no actúan porque no quieren, porque quieren mantener las cosas en ese estado. Eso es lo que pasa con los temas del hambre, del desarrollo de los pueblos, en los que los poderes representativos no tienen esas competencias ni autoridad para reclamarlas ni, por supuesto, forma de obligar (por causa del espejo) a los que sí la tienen, a pesar de que la desigualdad mate gente.
No digo que el sistema sea desigual y mate gente, digo que los verdaderos poderes fuerzan esa desigualdad intencionadamente para crear ese espacio de penuria que finalmente acaba en muerte. Ellos fuerzan esa desigualdad, porque persiguen juntar todo el poder y todo el dinero en su polo, en detrimento del otro polo. Es decir, que cualquier idea de reparto va en contra de sus planes, del modelo de bipolarización extrema que imponen gracias a la riqueza y a toda una política consentida de estandarización que les ha permitido situarse en referencia única de los procesos, que es lo que ha hecho que se puedan situar en esa posición de poder al suprimir las vías alternativas, esto es, en la forma más implacable de totalitarismo, dado que, además, ese polo de poder es único a nivel mundial, aunque se trate de aparentar lo contrario (¡¡¡ Cada vez menos, por cierto !!! ).
La cuestión es que lo mismo que esos poderes representativos no tienen poder respecto a la situación actual, tampoco lo tienen para cualquiera de las otras cosas que se quieran establecer desde ese poder: ahora es el hambre y la creciente desigualdad, mañana será la miseria y la semiesclavitud o la desigualdad extrema. Que el poder representativo no tenga poder no quiere decir que no sea consciente de él y de su repercusión dramática, algunos lo son, lo que justificaría la codicia insaciable, el intento de garantizarse una posición de privilegio y pasar el corte: no servirán más credenciales que tener una cuenta corriente tan suficientemente abultado como para que resista el primer fulgor.
Los poderosos de verdad tienen innumerables formas de iniciarlo porque, junto a ese inmenso poder, las tienen de crear tragedias, ya sea mediante las herramientas financieras o mediante otras tecnológicas, como el HARRP, capaz modificar masivamente las pautas de comportamiento o los procesos mentales mediante un disparo electromagnético y de alterar la ionosfera y provocar sequías y otros desastres naturales y humanos (se piensa que buena parte de los todos los últimos), o simplemente mediantes guerras provocadas, y epidemias. Algunas de ellas, aunque se han utilizado experimentalmente o de forma eventual, no se han utilizado bajo la prescripción que estamos adelantando.
No se han utilizado con esta especificación porque no ha llegado el momento, pero tienen la capacidad financiera, logística y técnica. Cuando digo que tienen capacidad quiero decir que tienen los medios para quebrar el sistema financiero, crear los desastres o los conflictos necesarios y llevarnos a la edad media en una semana (lo que dure la comida del frigorífico), además de existir unas posibilidades nulas de respuesta. Uno podría pensar que, a pesar de todas esas posibilidades, es impensable que esos poderes hagan uso de ellas, impensable que las lleve a extremo, sin reparar en que el Capital y todos los poderes que se esconden con él ha hecho siempre lo que ha podido hasta donde ha podido, y que si no ha hecho más es porque circunstancialmente no le ha interesado o le ha sido imposible.
De hecho, ha sido a lo largo de estos últimos treinta años cuando ha terminado de encontrar las piezas que les faltaba para poder ser totalmente autosuficiente, o lo que es lo mismo, para que todo lo que no pertenezca a su entorno de dominación sea prescindible. Dicho de otra forma (o en otro sentido), ha sido en estos años cuando ha encontrado los mecanismos para ser implacable y poder hacer de forma general lo que de hecho ya está haciendo en algunos países de forma discrecional, en los que si hay que hacer, se hace.
Ese espejo semitransparente les hace ser invulnerables, desconocidos, en un sentido y les permite ser implacables y eficientes en el otro. Como dioses, y así se sienten, cada vez más fuertes, y cada vez más ajenos a la naturaleza humana y sus miserias, y a la importancia moral de sus decisiones o, lo que es lo mismo, considerando sólo la instrumental. Es por eso que la decisión meramente instrumental de llevar nuestro sistema al reset, a la dominación total, está ahí, está tomada, a la espera de dar definitivamente la orden y ejecutarse, a la espera de que se den las condiciones o la oportunidad que las hagan instrumentalmente exitosa. Será ahora, en un año, en tres o en cinco, pero será.
Cuando se den esas condiciones, ¿quién lo evitará? ¿Será ese poder representativo, que no tiene fuerza ni para atarse los cordones, o seremos nosotros que estamos discutiendo de nuestras pequeñas cosas como si fueran las cosas más importantes del mundo y no hubiera otras, llenos de soberbia y de ignorancia? Otra pregunta interesante es quiénes serán nuestros amigos en ese caso. Desde luego no será la derecha ni será la izquierda, sino aquellos, los únicos, que podrán constituirse en alguna forma de resistencia.
En lo que sigue trataremos esas pequeñas cosas, esas cuestiones que tratamos como si nos fuera en ello la vida, para clarificarlas y, en la medida de lo posible, olvidarlas (como secundarias), y tratar con la importancia capital esto que está pasando en el mundo, en nuestro mundo, y así cambiar el debate. El libro de los cambios quiere cambiar el debate para cambiar el mundo que ya otros están cambiando. Tenemos que acercarnos a la discusión para llegar a la conclusión de que el debate es otro, olvidarnos de esas pugnas, y establecer la verdadera jerarquía. Seguro que cuando pongamos lo primero en primer lugar lo demás caerá por su peso: nada se sujeta sin una buena base, y la que tenemos ahora es perversa. Hablamos de la relación de la mujer con el hombre, o del hombre con la mujer, pero qué decimos de los hijos con los padres, o de la opresión laboral, o de la vida casi inerte que este mundo les ofrece a muchos. ¿Por qué no pensamos en el común denominador en vez echarnos la culpa unos a otros de las imperfecciones del mundo? Ahí este la auténtica jerarquía de la cosas ¿Por qué no nos olvidamos de nuestras miserias y pensamos qué miseria hay en el mundo más grande que la nuestra, y luchamos por ella? Sólo tendremos esperanza cambiando la naturaleza de nuestras demandas. Lo demás, es método.