CATALexit: EL PROCÉS
INDEPENDENTISTA CATALÁN (I) (Ir a PARTE II)
PARTE I: Las objeciones
sentimentales al sentimiento independentista
El sentimiento independentista es un sentimiento. Nada
podemos ni debemos decir de los sentimientos si no trascienden, si no se
materializan en algún tipo de acción. Es cuando se materializa en una acción cuando
nos cuestionamos el sentimiento y tratamos de ver si se acompaña o contamina de
otros elementos.
Sentimientos, los hay buenos y los hay menos buenos. Es
decir, hay sentimientos que encarna determinados, y apreciables, valores de
identidad, y son buenos, y sentimientos que encarnan esos valores asociados al interés,
al miedo o el desprecio hacia lo ajeno y extraño, hacia lo que se presenta como
lastre o se entiende de orden inferior; que son peores y más habituales. Por
ejemplo, entre un grupo de amigos de un colegio mayor el sentimiento de hermandad
es bueno, pero ya no lo es tanto cuando lleva aparejado las señas del clan, la defensa
frente a terceros o incluso su neutralización o exclusión, acoso o extorsión.
La expresión de esa naturaleza de las cosas, llevada al
ámbito que nos ocupa toma la forma de separatismo: el separatismo se sustenta
en la idea de que la identidad diferenciada, además de ser fiel a la realidad,
tendrá un mayor desarrollo, unas mayores posibilidades de cambiar lo que
quieren cambiar y preservar lo que quieren preservar, por tener una voz propia,
así como la posibilidad de un mayor aprovechamiento económico.
En realidad, este desarrollo ya lo han venido alcanzando los
nacionalismos no separatistas a través de la relación política, en forma de
traspaso de poderes y compensación económica continuada. Respecto a lo primero,
sólo hay que comparar la actual relevancia social y política de Cataluña con la
de Castilla, Extremadura, Canarias…, y, por otro lado, la capacidad de
autogestión, para sacar conclusiones. Respecto a lo segundo, recordar la
autonomía recaudatoria y las ventajas fiscales del País vasco y Navarra, a la
que ha aspirado Cataluña, que no tiene pero que va a la zaga.
La cuestión, desde la óptica estatal, es determinar si lo
natural es establecer nuevos y mayores ventajismos económicos o eliminar los
existentes. Teniendo en cuenta además que buena parte de ese ventajismo es el
pago en especies, y la compensación del silencio, de los diferentes gobiernos,
incluidos los franquistas, en detrimento de otros territorios esquilmados y
comparativamente agraviados (a los 500 millones de euros con los que han sido nuevamente
agraciados los vascos en los presupuestos de este año me remito). Es lamentable
que los vascos tengan ese trato histórico diferenciado y este otro, no histórico
sino actual y puntual, que se traduce en el diferente montante de recursos para
ayudas y protección social que reciben para un sinnúmero de supuestos en
comparación con los de las otras zonas de España. De eso no se habla, se habla
del PER de Andalucía (aunque también tenga su conque). Y, lamentable, que casi
ninguna voz política se haya expresado en estos términos, mucho menos que haya
establecido una línea de trabajo programática orientada a revertir las
diferencias territoriales.
El separatismo catalán no quiere este ventajismo, en realidad
quiere más, quiere todo. Incluso no contempla el federalismo como organización
territorial que permita un reparto más higiénico y eficaz de la riqueza, y paso
intermedio, y en principio más que suficiente, al republicanismo ansiado por
muchos. El procés se presenta como una cuestión mercantilista en la que se
baraja la posibilidad de mejorar las arcas estando fuera, una vez que se ha
agotado la posibilidad de hacerlo desde dentro, aprovechando la posición de
privilegio económica y empresarial, y entendiendo, por encima de cualquiera
otra cuestión, que el Estado español, que tiene el control de su economía, le
está robando.
Que Cataluña aporta más dinero que el que recibe está claro,
la cuestión es si esto es objetable, y sobre todo si lo es por partidos de
izquierdas, contrarios a priori a la recentralización del capital en áreas de
influencia y a las diferencias territoriales a que da lugar. La izquierda
independentista es localista, no quiere saber nada del déficit económico de las
regiones desfavorecidas de España, aplica principios socialistas en la comarca
y nacionalistas y economicistas (por esto se entiende tan bien con la derecha),
fuera de ella, que son acompañados de un anhelo romántico de expansión
territorial o recuperación de territorios… ¿A qué me recuerda esto? Parece el
germen de un delirio: anhelo, identidad nacional, expansión territorial, recuperación
de la economía nacional…, que tradicionalmente acaba en drama porque es
pertinaz. Un delirio y un apego a la posesión y a la pertenencia, como la de los
fantasmas de los muertos, esos que dicen que moran en sus propiedades y las
vigilan con celo, incluso cuando les resulta inservibles, dejándoles
irremisiblemente atados a lo material durante siglos. La pregunta es si los
catalanes afines comparten esta doble mirada y la atrocidad potencial que
subyace bajo las demandas aparentemente inocuas y, por otro lado, si tomarían
esta deriva por cuestiones estrictamente identitarias (sin mediar rentabilidad
económica alguna), lo que debería ser un cuestionamiento previo y necesario
para discriminar las motivaciones y con ellas su carácter ético o socialmente
aceptable.
Todo esto se suele sustentar en cuestiones históricas,
respecto a lo que hay que decir varias cosas, al margen de que los hechos
históricos expuestos sean discutibles, y hayan sido, en efecto, discutidos. Historia tenemos todos. Todos los pueblos fueron
una cosa y luego otra. En consecuencia, ¿en qué punto situamos la Historia?
Seguramente entre el Imperio Español de Felipe II y lo que somos ahora
podríamos escoger un momento dulce, pero después hubo un tratado, una invasión,
una guerra... Aragón podría reclamar su independencia porque antes de ser algo
junto a Castilla que finalmente dio con esto, tuvo entidad propia. La Historia
es historia: tenemos un territorio y lo perdemos, ya no tenemos el territorio,
es historia. Las musulmanes reclaman el Al-Ándalus, ¿Y qué? Yo tenía un coche y
lo vendí, y ya no lo tengo. Cataluña perdió el condado de Rosellón con la firma
de la paz de los Pirineos, ¿por qué no se lo reclama a Francia, lo anexiona, y
hablamos luego? ¿Qué conservan los catalanes actuales de esa identidad
nacional, si ni siquiera los de entonces la tenían, porque no existía el
concepto de nacionalidad? Pero es que además, la Historia nos lleva o nos debe
llevar, y así ha sido desde que es Historia, a la conexión y equiparación de
los pueblos, a la eliminación del hecho diferencial mediante toda suerte de
tratados y alianzas. No parece lógico establecer que se es diferente porque se
haya sido diferente o por tener una lengua alternativa, cuando el 95% de lo que
somos es actual y es común, y poner el acento y aprovechar ese residuo
histórico del 5% para sacar rendimiento económico, y poco más, por cuanto, por las
identidades supranacionales, el poder económico está cautivo, la soberanía
política, cedida o traspasada, y la voz
propia, esa que se añora, enmudecida… Los Estados Unidos hicieron una nación
después de una guerra levantada sobre una cuestión o diferencia identitaria tan
fundamental como la esclavitud y todo el desarrollo y uso económico que
comportaba, y ahí están. La antigua Yugoslavia tenían una diferencia
identitaria irreconciliable y ahí están también, partida en tres.
La identidad lleva además connotaciones psicológicas. Uno
puede sentirse diferente o no igual a los otros pero no querer diferenciarse, o
sentirse diferente y querer diferenciarse. Cuando ocurre esto último es que se
entiende diferente, pero mejor, de otra clase, y no quiere que le confundan,
que le mezclen. Dicho de otra forma, hay una identidad diferenciada clasista y
otra que no lo es. Pero incluso dentro de la identidad diferenciada clasista
hay dos tipos, uno que se entiende mejor y da la mano, y otro que se entiende
mejor y la suelta, desdeñosa, que pone una distancia, que es separatista. Esto
nos sirve para establecer quién repudia a quien, es decir, que aunque las
relaciones son reciprocas y tienen reciprocidades lógicas de desafecto, parten
de motivaciones diferentes, uno se pone a una distancia por rechazo identitario
y el otro no puede nada más que tratarlo con la cercanía o afecto que da esa
distancia. Luego viene la sensación de no ser querido (Junqueras dice: “No
quiero que mi gente comparta su futuro con gente que no la respeta, que no la
quiere, que no la quiere escuchar”), lo de aumentar la distancia (más, cuánto
más extraños sentimos que nos sienten) y buscar el nuevo país como espacio
amigo, como amparo o refugio, como el seno de la madre. Imaginemos que cada
comunidad es una pareja y la relación de las comunidades como una relación de cada
pareja con las otras, pues bien, tratamos a Cataluña de forma dual, como a esa
pareja en la que él es un Gollum desconfiado (¡mí tesoro!), rácano y desdeñoso,
y ella una persona bella, hospitalaria, inteligente, amante de la música, precursora,
subversiva, de elevada conciencia social, comprometida, y un montón de cosas
más que nos dan envidia: no queda otra. Determinar, como catalán, qué identidad
tiene más fuerza y predomina, es saber de su verdadera esencia, lo que la
sustenta, de la pureza de los sentimientos.
Sentimientos hay muchos, pero no todos son limpios, los violentos
tienen los suyos. Ellos también derraman lágrimas como Junqueras, pero éstas no
dan un átomo de verdad, porque el sentimiento es sentimiento y bien nace de lo
mejor de nosotros como de lo peor, y nos emocionamos igual, y temblamos, aunque
sea abyecto. La identidad habla fundamentalmente de la vanidad resentida, del
ego ultrajado. Las lágrimas hablan de frustración, la frustración de un deseo no satisfecho, y el
deseo de un apetito o un sentimiento de vacío o pérdida que muy bien puede ser
patológico (por inexistente) o un objeto del delirio: no parece de recibo que
mientras media humanidad está apostando por el mestizaje, por la elevación de
la naturaleza humana, de las personas, y el abandono de atavismos estúpidos,
aquí se esté apostando por su reedición y por la segregación. Aquí se tiene un
sentimiento de menoscabo y se cubre de emociones entrañables, llevando a la
confusión de su verdadera naturaleza a propios y extraños, provocando incluso
ese dilema en las personas, que en modo alguno quieren decidir sobre este
particular, y que quieren abandonar un traje que ha podido servir durante un
tiempo, pero que no sirve ahora por mucho que se empeñen, porque es de otra
época. Esto le ha pasado al terrorismo (que seguro han vivido los propios
terrorista como épico). Le ha costado aceptar que era la herramienta inadecuada
para un fin equivocado. Eso le pasa a esa parte de la sociedad catalana que
busca, y si no encuentra se las inventa, señas de identidad que en algún
momento pudieron ser significativas o tener significado pero que ahora son
viejas y expresan una idea pobre de ellos mismos, obsoleta, en un mundo que
busca, sustentado en el conocimiento, otro tipo de identidad más transversal,
dejando atrás las formas del pasado.
Algunos catalanes han necesitado acendrar las señas de identidad
y ahora son esclavos de esas señas de
identidad, de ese vínculo. Existen ejemplo de personas de izquierdas que
superan esta idea (la izquierda en sí es contraria) y sin embargo están
constreñido en ella. Contraponiendo independentismo y nacionalismo, como si
fueran ideas distantes o no incluyera una a la otra, y maquillándola con la
heterodoxia del republicanismo para parecer otra cosa. Curiosamente, incluso
esa izquierda apátrida, el anarco-independentismo catalán (que debe ser el
único anarquismo nacionalista del mundo), busca la patria catalana, mientras
que esa otra, anticapitalista o antisistema, se constituye en pieza clave de la
constitución de un sistema promovido por la burguesía más capitalista de
España, la catalana, amparando criterios e intereses economicistas. El sentimiento
lo puede todo, es superior a los esquemas de ordenamiento social, les parasita
y les lleva a la contradicción. Estar parasitado es eso, tener una personalidad
pareja que modula nuestra relación con las cosas, que se exalta y nos hace
pensar que estamos exaltados, y se entristece y nos entendemos tristes, por mor
de una quimera.
Existen ejemplos del mundo de la cultura que viven parasitados
por ese vínculo, como Lluis Llach, abanderado del independentismo, que ha
cantado a esta forma de amor y al amor extenso de los pueblos y que está
inmerso inevitablemente en esta contradicción y este absurdo, al enfrentar una
forma de amor al otro rudimentario, ligado, pequeño, que excluye, separa y
limita, al no amor. Una cosa es la identidad como sentimiento y otra su
expresión social. La identidad estaba bien cuando no existía o te la querían
quitar, cuando había que recuperarla, pero existiendo hay que saltar por encima
de ella, hay que establecer, cantar y perseguir otros ideales más elevados: la
convergencia para ser humanos iguales a otros, el rechazo de una afiliación, identidad
o cualquier forma de psicologismo, que es eso que se apodera, a través de la
forma social e intelectual, de nuestra alma libre, y nos impide ser esplendidos,
esto es, iguales a los demás. Raimon, cantó a la rebelión y a la espiritualidad
de Espriu, siendo por dos veces atento y capaz. Llach tendría que tener fácil superar
los anhelos que no lleven la marca del amor, porque sus melodías vienen del
alma. Él no tiene que inventar el discurso o cambiarlo, sólo recordar, decir lo
que sabe, aplicarlo:
Pero
afuera, Pilar, hay tanta mierda, mierda, mierda.
La
mierda de banqueros que cagan miseria para los pobres de mierda.
La
mierda de políticos con horizontes de mierda.
La
mierda de nuestros intelectuales con cerebros de micrófono,
que desde sus babosas poltronas nos mandan ideas
de mierda.
O tal vez no, y por encima de todo haya una fijación delirante
y un apego a la tierra y a los sentidos. ¿Quién sabe? ¿Quién sabe si los
sonidos bellos son como las lágrimas de Junqueras? Itaca es más que eso, o debe
serlo:
has de
rogar que sea largo el camino,
lleno de
aventuras, lleno de conocimiento.
Has de
rogar que sea largo el camino…
Has de
llegar a ella, es tu destino,
pero no
fuerces nada la travesía.
Es
preferible que dure muchos años
que seas viejo cuando fondees en la isla
El camino largo es el que nos permite decidir si la búsqueda
que iniciamos es verdaderamente nuestra búsqueda y es lo que de verdad ansiamos,
o es un sinsentido y una obcecación. El camino largo es el que nos permite
dudar. Y, sin embargo, se ha forzado la travesía, desechado lo aprendido y tomado por suficiente.
Tú no tienes que inventar el discurso o cambiarlo, sólo recordar, decir lo que sabes, aplicarlo, y darte cuenta que aquéllos banqueros, aquellos políticos e intelectuales son ahora tus compañeros de viaje, que son los que verdaderamente parasitan para hacer lo suyo más y mejor, haciendo de esta identidad un negocio nacional o personal, y, algunos, de esa nacionalidad, un pasaporte hacia la impunidad. ¿No ocurre a veces que dudamos de nuestras convicciones cuando las escuchamos en los demás, porque es en los demás donde vemos el despropósito, el exceso de pasión? Pues escucha a todos ellos y duda.
Tú no tienes que inventar, sólo recuperar la libertad.
Tú no tienes que inventar el discurso o cambiarlo, sólo recordar, decir lo que sabes, aplicarlo, y darte cuenta que aquéllos banqueros, aquellos políticos e intelectuales son ahora tus compañeros de viaje, que son los que verdaderamente parasitan para hacer lo suyo más y mejor, haciendo de esta identidad un negocio nacional o personal, y, algunos, de esa nacionalidad, un pasaporte hacia la impunidad. ¿No ocurre a veces que dudamos de nuestras convicciones cuando las escuchamos en los demás, porque es en los demás donde vemos el despropósito, el exceso de pasión? Pues escucha a todos ellos y duda.
Tú no tienes que inventar, sólo recuperar la libertad.
ESTO FUE TRATADO COMO PARTE DE LA TEORÍA SOCIAL EN:
El principio de verdad y la bipolaridad política
No hay comentarios:
Publicar un comentario