sábado, 24 de junio de 2017

EL PROCÉS INDEPENDENTISTA CATALÁN (II)


CATALexit: EL PROCÉS INDEPENDENTISTA CATALÁN (y II)               (ir a PARTE I)

PARTE II: Las objeciones instrumentales al procés

Sean limpios los sentimientos o no, no se puede luchar contra ellos con otros sentimientos, ni negar -aunque esté mal formulado- un derecho tan fundamental como el de expresarse en  una urna y decidir. Sí podremos, en cambio, poner de manifiesto los elementos que hacen del derecho fundamental algo arbitrario o no definido, como es el caso por varias cuestiones:
La primera es que no queda determinado cómo puede quedar la mitad de la población (menos uno) supeditada a la decisión  de otra mitad (más uno) en un tema tan capital, supeditada a una foto actual, a una instantánea. En qué forma y durante cuánto tiempo, puesto que puede quedar alterado en uno u otro sentido el juicio y el sufragio, supeditados a una variación mínima del censo y de su criterio. Sabemos que el “no” daría lugar a unas elecciones autonómicas y el “sí” a un proceso constituyente, pero nadie se cree que un anhelo frustrado no querría buscar mejor suerte a la menor oportunidad, perpetuando la esquizofrenia social, en tanto que el “sí” por la mínima la llevaría a su convulsión, al sentimiento de quebranto. ¿Por cuánto tiempo se daría un resultado por bueno? ¿Un año? ¿Una década? ¿Una generación? ¿Para siempre? Parecería lógico desear y garantizar que la determinación se mantuviera en el tiempo y no fuese reactiva.
Para que tales cuestiones tengan validez, esto es, aceptación y posibilidades de permanencia en el tiempo tienen que venir respaldadas por un diferencial notable, que evite una continua reedición, de unos y de otros, y el caos. Sin esta garantía no puede existir proceso.

La segunda es qué no está especificado o diferenciado el supuesto sufragio por áreas geográficas o entidades políticas, ni tampoco el más que pertinente tratamiento, dado que, llegado al extremo, mientras exista una de esas entidades políticas contrarias a la CATALexit (salida cataléptica de Cataluña, je,je), esto es, con el derecho y decisión de permanencia, puede obligar a la misma. Esto que parece extraño no lo es tanto, puesto que hasta en una comunidad de vecinos lo nuevo se aprueba por la mitad más uno, en tanto que lo ya aprobado y los estatutos precisan del consenso total, precisamente para evitar esta suerte de mayorías coyunturales en los fundamentos. Aquí con más razón al tratarse de un cambio de paradigma.

Además, sólo hay que aplicar la misma lógica de autodeterminación política, que se reclama, en las diferente entidades jurídicas que tienen representación, y la misma prevalencia de la legitimidad frente a la legalidad (que básicamente es cierta) en cualquier órgano representativo que quiera hacer uso de ella, para entender que lo mismo que el estado español no podría violentar esa legitimidad, tampoco lo podría hacer el catalán con las otras legitimidades. Sin esta garantía no puede existir proceso.

Estas dos garantías se podrían resumir en una sola que podría ser trasladada al electorado con una pregunta previa sobre el proceso (que no resuelve el dilema pero lo acota), y que es “¿con qué diferencial estaría dispuesto a asumir esa deriva nacional?”, por cuanto habría una parte dispuesta a la conformación del nuevo Estado sólo con esas garantías, como ocurre de hecho con Catalunya Sí que es Pot, que aboga por la regulación. Eso por la parte catalana, por la otra, por la española, si bien es cierto que sacar la Constitución para frenar la expresión democrática roza lo ridículo no lo es menos que la salvaguarda de los garantías básicas citadas sí tendría esa legitimidad, más allá de la legalidad, puesto que están en liza principios básicos, agravios comparativos evidentes y daños a terceros. Esta verdad se puede decir y defender sin complejos. El procés desconsidera profundamente a esos terceros.
Si contraponemos la legalidad nacional frente a la legitimidad pro-sí catalana gana esta última, pero si contraponemos la legitimidad pro-no catalana frente a la legitimidad pro-sí (que dispone además de todo el aparato político) gana la primera que se ve tutelada o guiada, y ninguneada. Esto es lo que no ha sabido establecer el Estado español como condición insoslayable del proceso que hubiera dejado a los promotores sin argumentos y sin opciones, es decir, en vez de quitar la expresión democrática, exigir un extra de democracia, de trasparencia y determinación política y social (que deberían dar los propios promotores, a sí mismos y a sus ciudadanos). Y esto es lo que deberían demandar estos partidos de posición confusa, que dicen sí con la boca pequeña, porque no quieren decir no, y no saben establecer los argumentos, porque no saben establecer unas jerarquías claras entre unos derechos y otros. Esto es sobre lo que debe hacer hincapié el Tribunal Constitucional cuando aborde las resoluciones catalanas, hechas con todo mimo para, precisamente, pasar los filtros de la Carta Magna.

Decía Ortega y Gasset que las revoluciones son esencialmente injustas porque nos quitan el derecho a seguir como estábamos (no podemos forzar a nadie ni para mejor) ¿Esto quiere decir que no se puede conformar Cataluña como un Estado, que no podemos hacer revoluciones o cambiar? En modo alguno. Las revoluciones están más que justificadas cuando hay una opresión grande de un poder y una imposibilidad de vencerla mediante mecanismos democráticos o la simple expresión del deseo. La revolución frente a la opresión no necesita mayorías, basta la indignación de una sola persona. Cuando no se fundamenta en la opresión sino en el anhelo o el interés se necesitan mayorías. La mayoría simple es la extrapolación del mecanismo asambleario, pero hay cuestiones que no soportan ese mecanismo, que resulta ser una suma aritmética del interés, que nada sabe del interés general o de la repercusión global, esto es, de alteraciones notables en nuestro modo de vida o en relaciones de orden superior. Es cuando existe este interés general o repercusión global cuando necesitamos mayorías abultadas que hagan coparticipe a toda la sociedad de los riesgos. Esto se podría dar si porcentualmente hubiera un número de partidarios que pusiera de manifiesto que obedece a un sentir general, que garantizara (garantizaría) esta determinación en el tiempo, sobre la base del mínimo legal o mayoría simple para cada uno de los entes jurídicos que conforman su realidad, lo que seguramente precisaría del setenta por ciento del sufragio. Ésa es la revolución de la mayoría silenciosa. Hasta llegar a ese punto, educación y sentimiento, como lo entienda cada uno. A partir del mismo, pues a ponerle precio a las cosas y sacar facturas.  No hay otra.
La tercera cuestión es que de igual manera que Cataluña puede tener el derecho de alcanzar una nueva relación con el resto de España, el resto de España lo puede tener de tenerla de una forma dada con Cataluña. O unas partes con otras. ¿Cómo vería esta parte catalana una determinación de este tipo? ¿Tendría derecho Madrid a arrogarse toda la riqueza de Madrid, siendo como es una consecuencia de la capitalidad que ha disfrutado durante siglos? Esa capitalidad que le permite tener una mayor renta per cápita, incluso después de dar miles de millones para para las zonas más desfavorecidas. Está claro que no.

Está claro, existen dos Españas, o dos identidades dentro de ella, una que nunca ha tenido nada y no sabrá si algún día lo tendrá, y por esto vive en régimen de gananciales en los territorios y en el seno de las familias, y otra que tiene y teme perder y por esto reclama una separación de bienes territorial, ésa misma que en el ámbito del hogar pueden convertir una comida familiar en un apunte contable.
 
ESTO FUE TRATADO COMO PARTE DE LA TEORÍA SOCIAL EN:

El principio de verdad y la bipolaridad política
 
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viernes, 23 de junio de 2017

EL PROCÉS INDEPENDENTISTA CATALÁN (I)


CATALexit: EL PROCÉS INDEPENDENTISTA CATALÁN (I)                     (Ir a PARTE II)
PARTE I: Las objeciones sentimentales al sentimiento independentista
El sentimiento independentista es un sentimiento. Nada podemos ni debemos decir de los sentimientos si no trascienden, si no se materializan en algún tipo de acción. Es cuando se materializa en una acción cuando nos cuestionamos el sentimiento y tratamos de ver si se acompaña o contamina de otros elementos.
Sentimientos, los hay buenos y los hay menos buenos. Es decir, hay sentimientos que encarna determinados, y apreciables, valores de identidad, y son buenos, y sentimientos que encarnan esos valores asociados al interés, al miedo o el desprecio hacia lo ajeno y extraño, hacia lo que se presenta como lastre o se entiende de orden inferior; que son peores y más habituales. Por ejemplo, entre un grupo de amigos de un colegio mayor el sentimiento de hermandad es bueno, pero ya no lo es tanto cuando lleva aparejado las señas del clan, la defensa frente a terceros o incluso su neutralización o exclusión, acoso o extorsión.
La expresión de esa naturaleza de las cosas, llevada al ámbito que nos ocupa toma la forma de separatismo: el separatismo se sustenta en la idea de que la identidad diferenciada, además de ser fiel a la realidad, tendrá un mayor desarrollo, unas mayores posibilidades de cambiar lo que quieren cambiar y preservar lo que quieren preservar, por tener una voz propia, así como la posibilidad de un mayor aprovechamiento económico.
En realidad, este desarrollo ya lo han venido alcanzando los nacionalismos no separatistas a través de la relación política, en forma de traspaso de poderes y compensación económica continuada. Respecto a lo primero, sólo hay que comparar la actual relevancia social y política de Cataluña con la de Castilla, Extremadura, Canarias…, y, por otro lado, la capacidad de autogestión, para sacar conclusiones. Respecto a lo segundo, recordar la autonomía recaudatoria y las ventajas fiscales del País vasco y Navarra, a la que ha aspirado Cataluña, que no tiene pero que va a la zaga.
La cuestión, desde la óptica estatal, es determinar si lo natural es establecer nuevos y mayores ventajismos económicos o eliminar los existentes. Teniendo en cuenta además que buena parte de ese ventajismo es el pago en especies, y la compensación del silencio, de los diferentes gobiernos, incluidos los franquistas, en detrimento de otros territorios esquilmados y comparativamente agraviados (a los 500 millones de euros con los que han sido nuevamente agraciados los vascos en los presupuestos de este año me remito). Es lamentable que los vascos tengan ese trato histórico diferenciado y este otro, no histórico sino actual y puntual, que se traduce en el diferente montante de recursos para ayudas y protección social que reciben para un sinnúmero de supuestos en comparación con los de las otras zonas de España. De eso no se habla, se habla del PER de Andalucía (aunque también tenga su conque). Y, lamentable, que casi ninguna voz política se haya expresado en estos términos, mucho menos que haya establecido una línea de trabajo programática orientada a revertir las diferencias territoriales.
El separatismo catalán no quiere este ventajismo, en realidad quiere más, quiere todo. Incluso no contempla el federalismo como organización territorial que permita un reparto más higiénico y eficaz de la riqueza, y paso intermedio, y en principio más que suficiente, al republicanismo ansiado por muchos. El procés se presenta como una cuestión mercantilista en la que se baraja la posibilidad de mejorar las arcas estando fuera, una vez que se ha agotado la posibilidad de hacerlo desde dentro, aprovechando la posición de privilegio económica y empresarial, y entendiendo, por encima de cualquiera otra cuestión, que el Estado español, que tiene el control de su economía, le está robando.
Que Cataluña aporta más dinero que el que recibe está claro, la cuestión es si esto es objetable, y sobre todo si lo es por partidos de izquierdas, contrarios a priori a la recentralización del capital en áreas de influencia y a las diferencias territoriales a que da lugar. La izquierda independentista es localista, no quiere saber nada del déficit económico de las regiones desfavorecidas de España, aplica principios socialistas en la comarca y nacionalistas y economicistas (por esto se entiende tan bien con la derecha), fuera de ella, que son acompañados de un anhelo romántico de expansión territorial o recuperación de territorios… ¿A qué me recuerda esto? Parece el germen de un delirio: anhelo, identidad nacional, expansión territorial, recuperación de la economía nacional…, que tradicionalmente acaba en drama porque es pertinaz. Un delirio y un apego a la posesión y a la pertenencia, como la de los fantasmas de los muertos, esos que dicen que moran en sus propiedades y las vigilan con celo, incluso cuando les resulta inservibles, dejándoles irremisiblemente atados a lo material durante siglos. La pregunta es si los catalanes afines comparten esta doble mirada y la atrocidad potencial que subyace bajo las demandas aparentemente inocuas y, por otro lado, si tomarían esta deriva por cuestiones estrictamente identitarias (sin mediar rentabilidad económica alguna), lo que debería ser un cuestionamiento previo y necesario para discriminar las motivaciones y con ellas su carácter ético o socialmente aceptable.
Todo esto se suele sustentar en cuestiones históricas, respecto a lo que hay que decir varias cosas, al margen de que los hechos históricos expuestos sean discutibles, y hayan sido, en efecto, discutidos. Historia tenemos todos. Todos los pueblos fueron una cosa y luego otra. En consecuencia, ¿en qué punto situamos la Historia? Seguramente entre el Imperio Español de Felipe II y lo que somos ahora podríamos escoger un momento dulce, pero después hubo un tratado, una invasión, una guerra... Aragón podría reclamar su independencia porque antes de ser algo junto a Castilla que finalmente dio con esto, tuvo entidad propia. La Historia es historia: tenemos un territorio y lo perdemos, ya no tenemos el territorio, es historia. Las musulmanes reclaman el Al-Ándalus, ¿Y qué? Yo tenía un coche y lo vendí, y ya no lo tengo. Cataluña perdió el condado de Rosellón con la firma de la paz de los Pirineos, ¿por qué no se lo reclama a Francia, lo anexiona, y hablamos luego? ¿Qué conservan los catalanes actuales de esa identidad nacional, si ni siquiera los de entonces la tenían, porque no existía el concepto de nacionalidad? Pero es que además, la Historia nos lleva o nos debe llevar, y así ha sido desde que es Historia, a la conexión y equiparación de los pueblos, a la eliminación del hecho diferencial mediante toda suerte de tratados y alianzas. No parece lógico establecer que se es diferente porque se haya sido diferente o por tener una lengua alternativa, cuando el 95% de lo que somos es actual y es común, y poner el acento y aprovechar ese residuo histórico del 5% para sacar rendimiento económico, y poco más, por cuanto, por las identidades supranacionales, el poder económico está cautivo, la soberanía política,  cedida o traspasada, y la voz propia, esa que se añora, enmudecida… Los Estados Unidos hicieron una nación después de una guerra levantada sobre una cuestión o diferencia identitaria tan fundamental como la esclavitud y todo el desarrollo y uso económico que comportaba, y ahí están. La antigua Yugoslavia tenían una diferencia identitaria irreconciliable y ahí están también, partida en tres.
La identidad lleva además connotaciones psicológicas. Uno puede sentirse diferente o no igual a los otros pero no querer diferenciarse, o sentirse diferente y querer diferenciarse. Cuando ocurre esto último es que se entiende diferente, pero mejor, de otra clase, y no quiere que le confundan, que le mezclen. Dicho de otra forma, hay una identidad diferenciada clasista y otra que no lo es. Pero incluso dentro de la identidad diferenciada clasista hay dos tipos, uno que se entiende mejor y da la mano, y otro que se entiende mejor y la suelta, desdeñosa, que pone una distancia, que es separatista. Esto nos sirve para establecer quién repudia a quien, es decir, que aunque las relaciones son reciprocas y tienen reciprocidades lógicas de desafecto, parten de motivaciones diferentes, uno se pone a una distancia por rechazo identitario y el otro no puede nada más que tratarlo con la cercanía o afecto que da esa distancia. Luego viene la sensación de no ser querido (Junqueras dice: “No quiero que mi gente comparta su futuro con gente que no la respeta, que no la quiere, que no la quiere escuchar”), lo de aumentar la distancia (más, cuánto más extraños sentimos que nos sienten) y buscar el nuevo país como espacio amigo, como amparo o refugio, como el seno de la madre. Imaginemos que cada comunidad es una pareja y la relación de las comunidades como una relación de cada pareja con las otras, pues bien, tratamos a Cataluña de forma dual, como a esa pareja en la que él es un Gollum desconfiado (¡mí tesoro!), rácano y desdeñoso, y ella una persona bella, hospitalaria, inteligente, amante de la música, precursora, subversiva, de elevada conciencia social, comprometida, y un montón de cosas más que nos dan envidia: no queda otra. Determinar, como catalán, qué identidad tiene más fuerza y predomina, es saber de su verdadera esencia, lo que la sustenta, de la pureza de los sentimientos.
Sentimientos hay muchos, pero no todos son limpios, los violentos tienen los suyos. Ellos también derraman lágrimas como Junqueras, pero éstas no dan un átomo de verdad, porque el sentimiento es sentimiento y bien nace de lo mejor de nosotros como de lo peor, y nos emocionamos igual, y temblamos, aunque sea abyecto. La identidad habla fundamentalmente de la vanidad resentida, del ego ultrajado. Las lágrimas hablan de frustración,  la frustración de un deseo no satisfecho, y el deseo de un apetito o un sentimiento de vacío o pérdida que muy bien puede ser patológico (por inexistente) o un objeto del delirio: no parece de recibo que mientras media humanidad está apostando por el mestizaje, por la elevación de la naturaleza humana, de las personas, y el abandono de atavismos estúpidos, aquí se esté apostando por su reedición y por la segregación. Aquí se tiene un sentimiento de menoscabo y se cubre de emociones entrañables, llevando a la confusión de su verdadera naturaleza a propios y extraños, provocando incluso ese dilema en las personas, que en modo alguno quieren decidir sobre este particular, y que quieren abandonar un traje que ha podido servir durante un tiempo, pero que no sirve ahora por mucho que se empeñen, porque es de otra época. Esto le ha pasado al terrorismo (que seguro han vivido los propios terrorista como épico). Le ha costado aceptar que era la herramienta inadecuada para un fin equivocado. Eso le pasa a esa parte de la sociedad catalana que busca, y si no encuentra se las inventa, señas de identidad que en algún momento pudieron ser significativas o tener significado pero que ahora son viejas y expresan una idea pobre de ellos mismos, obsoleta, en un mundo que busca, sustentado en el conocimiento, otro tipo de identidad más transversal, dejando atrás las formas del pasado.
Algunos catalanes han necesitado acendrar las señas de identidad y ahora son esclavos de  esas señas de identidad, de ese vínculo. Existen ejemplo de personas de izquierdas que superan esta idea (la izquierda en sí es contraria) y sin embargo están constreñido en ella. Contraponiendo independentismo y nacionalismo, como si fueran ideas distantes o no incluyera una a la otra, y maquillándola con la heterodoxia del republicanismo para parecer otra cosa. Curiosamente, incluso esa izquierda apátrida, el anarco-independentismo catalán (que debe ser el único anarquismo nacionalista del mundo), busca la patria catalana, mientras que esa otra, anticapitalista o antisistema, se constituye en pieza clave de la constitución de un sistema promovido por la burguesía más capitalista de España, la catalana, amparando criterios e intereses economicistas. El sentimiento lo puede todo, es superior a los esquemas de ordenamiento social, les parasita y les lleva a la contradicción. Estar parasitado es eso, tener una personalidad pareja que modula nuestra relación con las cosas, que se exalta y nos hace pensar que estamos exaltados, y se entristece y nos entendemos tristes, por mor de una quimera.
Existen ejemplos del mundo de la cultura que viven parasitados por ese vínculo, como Lluis Llach, abanderado del independentismo, que ha cantado a esta forma de amor y al amor extenso de los pueblos y que está inmerso inevitablemente en esta contradicción y este absurdo, al enfrentar una forma de amor al otro rudimentario, ligado, pequeño, que excluye, separa y limita, al no amor. Una cosa es la identidad como sentimiento y otra su expresión social. La identidad estaba bien cuando no existía o te la querían quitar, cuando había que recuperarla, pero existiendo hay que saltar por encima de ella, hay que establecer, cantar y perseguir otros ideales más elevados: la convergencia para ser humanos iguales a otros, el rechazo de una afiliación, identidad o cualquier forma de psicologismo, que es eso que se apodera, a través de la forma social e intelectual, de nuestra alma libre, y nos impide ser esplendidos, esto es, iguales a los demás. Raimon, cantó a la rebelión y a la espiritualidad de Espriu, siendo por dos veces atento y capaz. Llach tendría que tener fácil superar los anhelos que no lleven la marca del amor, porque sus melodías vienen del alma. Él no tiene que inventar el discurso o cambiarlo, sólo recordar, decir lo que sabe, aplicarlo:
Pero afuera, Pilar, hay tanta mierda, mierda, mierda.
La mierda de banqueros que cagan miseria para los pobres de mierda.
La mierda de políticos con horizontes de mierda.
La mierda de nuestros intelectuales con cerebros de micrófono,
que desde sus babosas poltronas nos mandan ideas de mierda.
O tal vez no, y por encima de todo haya una fijación delirante y un apego a la tierra y a los sentidos. ¿Quién sabe? ¿Quién sabe si los sonidos bellos son como las lágrimas de Junqueras? Itaca es más que eso, o debe serlo:
Cuando salgas para hacer el viaje hacia Itaca
has de rogar que sea largo el camino,
lleno de aventuras, lleno de conocimiento.
Has de rogar que sea largo el camino…
Has de llegar a ella, es tu destino,
pero no fuerces nada la travesía.
Es preferible que dure muchos años
que seas viejo cuando fondees en la isla
El camino largo es el que nos permite decidir si la búsqueda que iniciamos es verdaderamente nuestra búsqueda y es lo que de verdad ansiamos, o es un sinsentido y una obcecación. El camino largo es el que nos permite dudar. Y, sin embargo, se ha forzado la travesía,  desechado lo aprendido y tomado por suficiente.
Tú no tienes que inventar el discurso o cambiarlo, sólo recordar, decir lo que sabes, aplicarlo, y darte cuenta que aquéllos banqueros, aquellos políticos e intelectuales son ahora tus compañeros de viaje, que son los que verdaderamente parasitan para hacer lo suyo más y mejor, haciendo de esta identidad un negocio nacional o personal, y, algunos, de esa nacionalidad, un pasaporte hacia la impunidad. ¿No ocurre a veces que dudamos de nuestras convicciones cuando las escuchamos en los demás, porque es en los demás donde vemos el despropósito, el exceso de pasión? Pues escucha a todos ellos y duda.
Tú no tienes que inventar, sólo recuperar la libertad.

ESTO FUE TRATADO COMO PARTE DE LA TEORÍA SOCIAL EN:

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