Antes de
proseguir con el resto de la obra, reflexionaremos sobre algunas cuestiones,
algunas que vienen al hilo de lo que se ha desarrollado en los dos últimos
apartados de la teoría social, que son los que verdaderamente importan respecto
a la propia teoría (su cuerpo teórico - su Sw y su Hw), y otras que trascienden
a otros ámbitos y se extienden a un esquema (y necesidad) que va más allá de lo
social para ir, desde la cuestión fundamental del conocimiento, a otra más
prosaica –pero también más vital– del comportamiento.
Éste es el
caso de todo lo dicho en “Los principios de verdad”, donde además de expresar
la necesidad de alcanzar la verdad social, o repertorio suficiente de criterios,
se expresa ésa otra de alcanzar una determinada higiene y orden en todos los
ámbitos, es decir, la de romper con la confusión, y eliminar, por tanto, la
lucha de opuestos innecesaria e improductiva. Esta lucha de opuestos se
concreta en el marco que nos ocupa –tal como venimos desarrollando– en la falta
de convergencia respecto del (la idea de) futuro de nuestra sociedad, pero se
traduce más dolorosamente en el mismo sentido en otros marcos como son el de la
educación y el de las relaciones sociales de todo tipo, esto es, en la
conformación más o menos sana y eficiente de individuos (que luego se tendrán
que relacionar) y en la relación, propiamente dicha, de esos individuos, y muy
particularmente en la relación de pareja como forma fundamental, y más
susceptible de alcanzar el éxito o el fracaso (el aprovechamiento eficiente de
lo que somos o hemos aprendido) en eso que llamamos amor (desarrollo iniciado
en la entrega 4ª de la teoría y completado en la 16ª).
En este caso,
estamos diciendo que eso que llamamos amor no es más que la eficiencia en la
relación de dos polos que se encuentra a una determinada diferencia de
potencial, esto es, las características del flujo en función de la bipolaridad
y de las resistencias, alimentadores psicológicos, valores etc. que pueda poner
cada uno, que da lugar a un punto u otro de trabajo en el efecto transistor; y
que una vez más el éxito o el fracaso dependerá de los objetivos que sean
nuestros criterios, y, en consecuencia, de lo coincidentes o libres de
elementos subjetivos, problemáticos, ineficaces y antagónicos.
Diremos de forma más definitiva
y general, y una vez más, que se trata de alcanzar la bipolaridad adecuada y el
punto de trabajo correcto, prevaleciendo el criterio aséptico y la metodología
práctica frente a la lucha inútil y absurda, y de llevar ese
equilibrio fundamental en nuestras vidas mediante la incorporación de criterios
reales, justos y resueltos que esclarezcan qué es lo que se espera (esperamos) de
nosotros mismos y a qué podemos optar, cuestión que pasa en buena medida, como
es lógico, por la supresión de la servidumbre (supervivencia) y el miedo, que
son los que verdaderamente hacen que tengamos comportamientos excesivos e
injustos.
Estos excesos
son los que crean el círculo vicioso entre hombre y mundo, entre una parte del
mundo y otra, y el establecido entre sus despropósitos: que dos soluciones distintas
a un mismo problema deriven en problemas diversos y distintos, da lugar, a su
vez, a que esas soluciones se radicalicen o se dogmaticen, o que alguna nos
lleve o pretenda llevar a posiciones anteriores, como solución particular, al
caos instalado. Hablamos por esto de fundamentalismos sociales o religiosos que
buscan en el mandato ese patrón cuando deberíamos hablar de unos nuevos mandatos,
de los que unos no quieren saber nada porque suponen una cortapisa a su
capacidad de utilizar al ser humano como instrumento para el beneficio
económico (abogan por la estandarización) y otros tampoco porque sólo saben
establecer ideas difusas que tratan de contemplarlo todo sin definirse en nada
(abogan por el igualitarismo).
Algo parecido
ocurre con la inversión social. Con ella hablamos de eficiencia, de eficiencia
de la ocupación, pero también hablamos de administrar la ocupación y
equilibrarla con la desocupación. Hablamos de un mundo bien ocupado y hablamos
de seres humanos bien ocupados o incluso desocupados u ocupados en la infinidad
de tareas alternativas a la ocupación mercantilista o dineraria. La forma de
actual de ocupación (hasta la extenuación de algunos) y desocupación (la del paro de
otros) es un sinsentido social, pero además es un sinsentido vital.
La sociedad y
el ser humano tienen que entrar en este cuestionamiento y aspirar a otra forma
de ocupación, más equilibrada. Pero en un sistema situado en el umbral de la
supervivencia no cabe preguntarse nada (salvo lo ideado para lograrla) porque
el ser humano no está instruido, orientado a esa posibilidad (la de divergir o escapar),
ni tiene posibilidades materiales de aspirar a nada más, como ya ocurre en esas
miríadas de trabajadores sujetos a toda una legislación pro-esclavista, puesto que a esclavismo apunta
o es trabajar lo máximo por lo mínimo (ya hablaremos de esto). Es decir, el ser
humano puede pensar o en cómo lograr estar mejor o en cómo lograr no estar peor
(su problemática particular), lo que implica que ciertas perspectivas
prácticamente no quepan, y que se haga necesario introducirlas mediante
planteamientos teóricos que superen la realidad, porque además ese estar peor o
mejor puede representar una visión pobre de la comodidad o de la plenitud
psicológica (la falsa realización personal, la falsa conciencia) que encuentra
natural escapar de las servidumbres mediante el desarrollo profesional
individual sin cuestionar la naturaleza de las servidumbres presentes.
Estos
planteamientos suponen proponer un ideal social práctico (praxis social
vertebrada por principios de verdad), es decir, una referencia siempre presente
que nos ponga frente a ella además de estarlo frente al problema concreto y
circunstancial. Esta proposición supone, dicho de otra forma, establecer una
ligadura (acotar el movimiento) o condicionar el movimiento sobre un movimiento
fundamental irrenunciable.
Con las dos palancas
propuestas pretendemos equilibrar (y distribuir) la ocupación (la fuerza del
trabajo) para que ésta proporcione un flujo constante, haciéndola eficiente,
eliminando todo tipo de resistencias estructurales (derivadas de la estructura
social y de la política), lo que permitirá alcanzar unas plusvalías superiores
con una bipolaridad social menor, que se tendrá que ajustar finalmente con el
reequilibrio económico (cuyo desarrollo acometeremos en otro momento).
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