Todo lo
expuesto y propuesto es, aunque no lo parezca, la parte buena, que habla de un
camino proceloso o de calvario y sufrimiento hacia un mundo mejor alcanzado
paso a paso mediante transformaciones realizadas en todos los frentes gracias a
una mejor higiene social y psicológica y un círculo saludable entre ambas
formas de higiene. La parte mala es el círculo malsano y vicioso establecido
entre hombre y sociedad, entre las necesidades de ambos, en las que esto me lleva a aquello
y aquello a lo de más allá o a aquello otro, simplemente por la
fuerza de las circunstancias o de la lectura que se hace de ellas.
Éste es el
caso (no es el primero y no será el último) de la reforma de la ley de seguridad ciudadana. No voy a cebarme con el poder perverso que la pone en
marcha, voy a hacerlo con el pragmatismo que hace justificar toda una suerte de
regulaciones que garanticen la paz de esa parte de la sociedad que no ha visto
(sufrido) la calamidad (como se hace o se hará respecto al derecho de huelga),
voy a hacerlo respecto a esa praxis política por la que las penas van en
función de lo soportable que sea el daño (tal como postuló Nietzsche), y voy a
hacerlo respecto al carácter de esas penas y la capacidad de anular (más allá
de la acción judicial) toda posibilidad de reacción, como la que posee la
sanción administrativa (cuestión parecida a quitar el pan de los hijos en vez
de la propia vida) y otras medidas de ingeniería coercitiva o extorsión.
El
planteamiento es separar cada vez más a los que producen de los que no producen
y eliminar toda posibilidad de que los segundos disturben lo más mínimo a los
primeros, eliminar toda posibilidad de hacer frente a su caso, toda presencia.
El planteamiento es separar cada vez más a dos sectores de la sociedad y
garantizar la pervivencia del sistema en esta situación, que es tanto como
decir la pervivencia de ese sector acomodado que por lo mismo lo ampara.
Nuestro relato
social ya explica todo esto y explica cómo esa suerte de pequeños pasos aquí y
allá nos lleva al esclavismo o relaciones de producción de semejante patrón. Para
que esos pasos nos lleven de un punto a otro de forma inequívoca sólo hay que
marcar una dirección, todo lo demás lo hace la propia inercia del sistema. Esto
que se está haciendo, que estamos viviendo, son esos pequeños ajustes de
dirección que al cabo nos llevan a un universo bien distinto. Ese círculo, como
se ve es algo más que un círculo vicioso, es una tendencia clara a formas sobre
las que casi no cabe oposición, y de implantación tan rápida que incluso el
mejor y más bien intencionado planteamiento teórico resulta inaplicable y
alejado de lo que verdaderamente acontece, de la dura realidad.
La cuestión
es cómo neutralizarlo, cómo romper el círculo. Está claro que la única forma de
hacerlo es mediante la exposición clara de lo que se quiere hacer, la
comunicación y la asunción por algún poder político, pero incluso ese poder
político está obligado por la realidad, por esa inercia, por lo que lo único
que cabe es presentar fórmulas económicas y sociales emergentes que hagan prescindibles
a las actuales.
Tenemos, por
tanto, que plantearnos qué formas emergentes son posible y en función de qué. Más
concretamente, tenemos que preguntarnos qué formas económicas y sociales
emergentes son posibles tras el mileurismo o el setecientoseurismo, ése que no da
ni para lo mínimo.
La verdad es
que ya se dieron antaño esas formas emergentes y que, lejos de suponer un
revulsivo, supusieron una parada, un retroceso en el progreso y el esplendor (hablamos
del medievo tras la caída del Imperio romano), una perpetuación del ocaso, una
solución in extremis y sin futuro sustentada en una forma nueva y empobrecida de
relacionarse, la del nuevo poder económico (los señores) con aquéllos que no
poseían ni los medios de producción.
Allí se pasó
de la necesidad a la dependencia, en similares circunstancias, por lo que todo
apunta a que se establezca un nuevo orden basado en la relación de dependencia,
esto es, en estar al servicio por lo puesto. Esto, que ya está desarrollado en
el breve repaso histórico realizado en el cuerpo teórico, podrá parecer
exagerado o anacrónico, pero ¿cuántos de estos parados, sin casa, sin medios,
sin nada, no accedería a una relación laboral a cambio del simple mantenimiento
y tal vez un extra para acceder a algunos servicios o elementos accesorios
(móvil, tele, etc.)? Yo lo diré, muchos de ellos, ya sin futuro, lo tomarían
como la mejor vía. Otra cuestión, ¿Qué se necesita para que sea posible? Yo lo
diré, sólo hace falta una sutil modificación legislativa para hacerlo posible.
Para hacerlo
posible sólo hay que ver finalmente la ventaja, esto es, tiene que ver la
ventaja el capital. No es difícil verla porque una vez más nos encontramos
frente a la situación presentada entre el Imperio romano y los señores
feudales, la de esconder parte del beneficio (o rentabilizar) a través de una
estructura opaca (el feudo).
Estamos
diciendo que estas formas emergentes (las que necesitamos como solución) no
vienen nunca a solucionar el problema de las clases necesitadas sino la
ineficacia y la falta de rentabilidad de las relaciones de producción, por lo
que no hacen sino buscar una nueva superestructura para las mismas.
Ese intento
de rentabilizar y esconder es el que ha hecho que proliferen las empresas de
subcontratación como intermediarias (que son las que en realidad se han quedado
con el diferencial entre lo que se venía ganando antes de la crisis y los
setecientos euros actuales), o esquema básico de la superestructura, pero es el
que puede hacer que se vaya un paso más allá en el sentido descrito, que no es
otro que el de equiparar la fuerza del trabajo a los gastos de subsistencia,
dejando todo lo demás como plus-producto.
Idénticas
formas de relación nos llevan a un idéntico grado de bienestar porque nos llevan
a un alto tanto porcentual de la masa social ocupada con un salario mínimo, y a
un diferencial que se acumula (ahora de forma más productivista) en reservorios
de riqueza y de poder. En aquel caso fue la caída del gran imperio (destrucción)
en beneficio de toda una suerte de mini-imperios diseminados por toda la geografía,
en este caso ha sido la diseminación calculada para evitar su derrumbamiento,
mediante la incorporación de esos feudos como unidades intermediarias que se benefician
de esa intermediación y nutren con ello al gran reino económico.
Esa pequeña
jerarquía social, que en la actualidad se compone de toda la pequeña estructura
de las empresas y de todo aquel que sea capaz de diferenciarse, formará un mundo
similar al de bienestar que conocemos, y todo el sector que simplemente
disponga de la fuerza de su trabajo, ya sea cualificado o no (obreros, médicos,
técnicos) pasará a formar parte de un submundo gris de varios tonos, dándose
por descontada su funcionalidad anodina, y como tal recompensada. Esto nos pone
frente a la gran táctica del sistema socioeconómico actual, la de echar del sistema
de bienestar a quienes se presenten como una carga o a quienes no les reporte
un plus, esto es, algo más de lo que ofrece un sistema mecanizado.