Todo está
frío. Todo ha regresado a su estado inicial, a la equidistancia de todas las posiciones.
El movimiento social ha sido prácticamente anulado, amortizado o superado por
la maquinaria del poder (más la del contrapoder oficialista). En realidad ha sido
superado por lo que ya dije que era su peor enemigo: su propia
realidad, precipitada a la nada por la otra realidad, esto es, por las
previsibles estrategias de represión y por el amejoramiento de la situación
económica, o de índices económicos tan significativos como la prima de riesgo.
Es esto
último lo que más preocupaba a (casi) todos porque sin esto no cabía otra
preocupación. Ahora ha cesado esta tensión y volvemos a nuestra rutina, eso sí,
un 20% más pobres como consecuencia de la disminución del gasto y la prestación
social en esa cantidad.
Los mercados
exigen disminuir el gasto para conservar el margen de beneficio u obtienen éste
directamente de los mecanismos de financiación o de su manipulación. Ellos
ponen la distancia y rompen la equidistancia mediante la necesidad de mantener
el margen de beneficio: inapelable. La ciudadanía la pone con el rastro más que
visible de su necesidad: inapelable.
La
equidistancia se había roto circunstancialmente con el aumento casi caótico o
irrefrenable del mencionado índice (con la manifiesta inestabilidad del sistema), pero una vez
vuelta a los márgenes de normalidad, ¿en qué basar ese rompimiento, cómo hacer
una necesidad más necesaria que otra? No se puede, y como no se puede todo deja
de ser de una importancia capital para simplemente estar ahí, como están ahí
tantos temas de esa cotidianidad nefasta (la Corona , el extesorero del PP, corrupción y
financiación ilegal, Independencia de Cataluña, Gibraltar), como una parte más
de nuestra realidad.
El movimiento
social trata de romper el empate técnico con “envidos a la
grande” que magnifiquen el deterioro y lo saquen de ese interesado in pass
o del olvido, pero sin una razón instrumental ni un argumento unificado y
suficiente que aglutine a la opinión pública. En efecto, algunas de esas
cuestiones están ya abordadas por el poder judicial (y se quiera o no se quiera
tienen que seguir su trámite), y otras, lejos de representar un elemento de
consenso, pueden dividir a la ciudadanía en dos facciones claras y bien
diferenciadas, por lo que debe seguir su decurso natural y supeditarse al
hallazgo de un nuevo marco, de una nueva coyuntura histórica.
Desde aquí no
queremos engordar la polémica o ser parte de ella, no queremos decir algo que
sin duda ya ha sido dicho (ya estamos demasiados para opinar, y por esto hemos restringido
en estos últimos meses nuestro discurso). Sólo queremos reiterar la necesidad
de incorporar elementos, nuevos y objetivos a la demanda social, muy
particularmente la necesidad de superar la propia necesidad o coyuntura, y romper
la equidistancia.
Esta equidistancia
sólo se puede superar con una verdadera proyección de futuro del problema (que
sigue ahí) y una solución plausible, es decir, restringiéndonos a un escenario objetivamente
ineludible por unas causas también ineludibles en este contexto, y a un ideal verosímil
y asumible en mayor o menor grado (con diferente grado de implicación) por la
práctica totalidad de la sociedad, tal como ocurre con la sostenibilidad medio
ambiental del planeta.
Ese escenario
ineludible es el que tenemos que alcanzar para el planteamiento y solución de
los problemas. Siendo más exactos, saber de lo eludible e ineludible es saber
de la verdad de las cosas en política y de las posibilidades en desarrollo de
las sociedades. ¿Qué es ineludible? Ineludible es la superpoblación y el
incremento de la esperanza de vida, el incremento de productividad (o trabajo
equivalente) y el consecuente incremento en la relación existente entre horas
de trabajo libre (o no empleadas) y horas empleadas. No ineludible y presentado
como tal es el desempleo derivado de esto último, el proceso de concentración del
capital en unas manos (natural sin control político), su deslocalización, y la
infrautilización consecuente de los recursos económicos: en un sistema da igual
no tener recursos a que éstos estén cautivos y sin aplicación.
En este
contexto, si nos atenemos a la crisis, una crisis económica no es nada más que la
concurrencia de estos elementos perversos y de políticas —toda una suerte de
mecanismos (abaratando los procesos de despido y desocupación actuales y
venideros, por ejemplo)— ideadas para desarticularla y darles solución desde
algún punto de vista, que las más de las veces introducen nuevos elementos
perversos, de desajustes o precarización, como ocurre con la
reforma de las pensiones.
La clave de
una crisis no parece estar en los hechos ineludibles sino en esos elementos
difícilmente eludibles que hacen de los primeros un drama vital, pudiéndonos
llevar su desarrollo a concepciones bien distintas, válidas y contrarias, es
decir, a formas opuestas y legítimas de tratar las cuestiones y darles solución
en función de lo ineludibles que entendamos (depende de nuestra percepción y
posición) las situaciones.
La superación
de la equidistancia no está, por tanto, en advertir y cuestionar lo aparentemente
ineludible de la situación o de la intervención, que puede ser discrecional,
oportuna y legítima, sino de la progresión (acordémonos de los rescates
bancarios) , en caso de que la tal intervención pueda representar sólo una
solución de los efectos, o de causas aisladas de otros problemas que lo
condicionan gravemente, como ocurre en el tema ya mencionado de las pensiones respecto
a la imposibilidad de tener una ocupación y, por ende, una cotización, de forma
continuada. Es decir, la distinción cualitativa de unas y otras posiciones no
está en la diferente posición frente a las necesidades actuales porque no está
en las necesidades actuales, propiamente dichas, sino en la necesidad futura común
y en la posibilidad más que probable de llevar el sistema social al caos sin la
participación de determinadas medidas de control, sujeción y ruptura con la
tendencia actual.
La superación
de la equidistancia consiste en este caso, por tanto, en ver y hacer ver que
este paro no es un paro coyuntural, ni siquiera estructural, sino que es un
paro sistémico, y que lo que se ha presentado no es nada más que la primera
manifestación de un problema más hondo de dudosa respuesta a los distintos
ensayos pero de conocido resultado por los factores determinantes ya expuestos.
El problema no está ni siquiera en que el 1% de la población tenga el 99% de la
riqueza (que también) sino en que cada vez más la obtiene sin hacer uso de ese
99%, con todo lo que conlleva respecto al desempleo y la garantía de las
pensiones futuros (he oído que han dicho que dicen que ahora se está haciendo
eco en Europa de esto). El problema es la incapacidad real para adoptar medidas
de ruptura, esto es, capaces de romper la relación de proporcionalidad inversa
entre crecimiento económico y desarrollo social, que es la que caracteriza a
este tipo de crisis sistémicas frente a otras crisis de desarrollo.
Las crisis de
desarrollo se pueden afrontar de una u otra forma, para la sistémica sólo cabe
una solución, un tipo de política. Esta política debe corregir o contrarrestar
las desviaciones asociadas al desarrollo de las sociedades (incremento excesivo
del gasto como consecuencia de la universalización del bienestar), pero
fundamentalmente tiene que preservar ese bienestar y corregir las causas que
hacen que éste bienestar no se pueda procurar en un mundo que quintuplica su
capacidad de generar riqueza, que grosso modo, y como común denominador, vienen
determinadas por la infrautilización o utilización equivocada de los recursos
económicos y humanos. Es decir:
*Por un lado, esa política debe
corregir el derroche y el reparto de la riqueza: no se entiende que un aumento
de la renta per cápita no lleve
aparejado un incremento o mantenimiento de nuestras posibilidades sociales (por
extrapolación de lo que se alcanza con la media de las individuales), que
además es la mejor garantía de pervivencia del sistema.
*Por otro lado, debe corregir la
forma en la que se utiliza el capital sobrante: no se entiende que el mismo (el
verdaderamente sobrante) no tenga una aplicación social, esto es, que no exista
una gestión de toda la riqueza más allá de la recaudación de impuestos y su
gasto en las diferentes partidas.
*Por último, y más principal, debe
corregir la aberrante funcionalidad de la ocupación, o dicho de una forma más
suave, su concepción obsoleta o anacrónica: frente a la necesidad de someter el
nivel de ocupación a la maquinaria económica o la maquinaria económica al
empleo, está la de la plena ocupación, esto es, la de la ocupación al margen de
la rentabilidad o perspectiva economicista de la misma, y de la
contraprestación dineraria.
Tal como se refleja en el
punto 8º de la DECLARACIÓN.
De otra parte, es tal la cantidad de esfuerzo excedente (lo que esta
sociedad puede hacer y no es acumulable de forma dineraria) que no es posible
—esta sociedad no admite— que la ocupación (las posibilidades del hacer), y la
riqueza que puede generar, esté sujeta a la rentabilidad económica o el
beneficio, o limitada por ella.
Esta nueva
concepción de la ocupación abre la puerta a un nuevo paradigma, el de la
ocupación por criterios socializantes y creativos (los propios de la sociedad
del conocimiento) que además representa la única fórmula capaz de soportar
todas las servidumbres asociadas a estadios de desarrollo futuros: la sociedad
del futuro será solidaria o no será. Valga como ejemplo de lo que digo toda la
carga social que representa el cuidado de los mayores.
La fórmula
empleada para conseguir todo esto, —planteada en el mencionado decálogo y
expuesta en el Manifiesto
que sirve de guión a la Teoría
social que estamos desarrollando (La Sociedad Inversa )—
es la estructuración social eficiente o Inversión
social[1]
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Las transformaciones sociales necesitan de ideas
útiles y posibles, y de un estado de opinión que haga de ellas una referencia
constantemente presente. ¿Qué tenemos que tener presente? La idea que hay que
tener presente es que la clase media tal como la ha conocido nuestra generación
está en vías de extinción, dejando tras de sí a dos clases sociales muy
diferenciadas e irreconciliables (en estado de lucha o de sumisión): no
queremos ganar esa lucha de clases, sólo superarla. Ésa es la idea, la única
posible y útil en este estadio cultural (o superamos la lucha o la perdemos
definitivamente). La idea que hay que tener presente es que ese
estado de bipolaridad social, o fragmentación social de la sociedad, es la
reedición de modelos de sociedad pobres, arcaicos y abandonados, por lo que se
presenta como un claro síntoma de regresión social, esto es, del deterioro
de nuestra altura social, un empobrecimiento de nuestra idea de sociedad y de
sus expectativas. La idea que hay que tener presente es que esto no es
inminente pero es, salvo que establezcamos ese punto de ruptura, ineludible.
Sólo hacen falta tres ideas…, y
alguna idea más, y contarlas a todo el mundo (machaconamente) para que
estén presentes o compartidas por una amplia mayoría del tejido social, y
suponga una resistencia teórica real al modelo que de facto se está
implantando, y que se constituyan a sí mismas en modelo y luego en sistema
social.
De la posibilidad, utilidad y presencia se llega
a la determinación de ir en una dirección y la de articular un proceso que nos
lleve de un sistema a otro, o que evite —con la determinación clara de lo que
queremos como sociedad— que el nuestro se corrompa.
Otra realidad es posible…, pero sólo así es posible.
[1]
Remitimos al mencionado manifiesto y a la propia teoría para comprender el
sentido contextual de la inversión social,
en tanto que abordaremos su sentido íntimo y puro en una próxima entrada en la
que quedará totalmente explicada y justificada su participación final y principal
en el cuerpo teórico.