La relación social es sensible, y
precisa de un ajuste fino para un perfecto funcionamiento. Este ajuste no es
otro que un adecuado punto de trabajo en el
efecto transistor determinado por el marco de trabajo establecido por los principios de verdad, y en particular
por el nivel de polarización derivado de éstos para cada uno de los ámbitos
sociales, y más explícitamente a la despolarización social, que da lugar a la
supresión del ser social o sustrato educacional base, lo que origina que el ser
social existente sea disperso, contradictorio e inefectivo.
Esta despolarización se produce
por la supresión del mandato y el dogma por toda una suerte de pseudoprincipios
que, al margen de ser más o menos acertados que los primeros (oportunos,
justos), carecen de la capacidad de establecer un criterio único y suficiente,
por la estandarización de los criterios e igualdad entre los mismos
(judicialización o lucha de verdades jurídicas), y carecen de la capacidad
(precisamente por la dispersión anterior) de retransmisión generacional, esto
es, de mecanismos de exportación y replicación. Esto se traduce en la supresión
de la tarea educadora directa del conjunto de la sociedad y de la indirecta, como
simple referente de las unidades familiares, que terminan asumiendo con sus
propios medios todos sus aspectos, con el consiguiente empobrecimiento y
desbordamiento.
Los principios de verdad persiguen por consiguiente alcanzar ese grado
de polarización social necesario desde un conjunto de mandatos impuestos por la
propia sociedad, libres ya de prejuicios y dogmas. Dicho de otra forma,
consensuar un dogmatismo libre de todo tipo de prejuicios, que impida la desestructuración
de la sociedad, facilitando la función integradora y educadora de la misma
[SIGUE]