¿Cuánto de todo lo que ocurre
obedece a una coyuntura económica y
cuánto no sólo a un plan calculado, sino más allá de esto último, a una
situación irrecuperable en el contexto económico y social actual?
Los dirigentes y los gobiernos
hacen sus ajustes, pero esos ajustes no pueden nada contra la realidad. No
podrán con la realidad a no ser que alguien afloje la tensión, pero incluso
esto no será nada más la acción premeditada y falaz, y el alivio efímero a una
situación irreparablemente degradada.
Las medidas que vemos o que podremos
ver en un futuro no serán nada más que medidas de alivio para el problema que
se nos está planteando y que se nos muestra a la vista, pero serán totalmente
inservibles para las cuestiones principales y veladas que nos sobrepasan, y que
en modo alguno podemos solucionar en este contexto.
El problema visible es esta
crisis económica, el problema profundo es la evolución natural de los sistemas,
económicos y humanos que hace que al margen de esta o aquella disposición
particular vayan inequívocamente en una dirección, como lo hace la línea del
tiempo queramos o no queramos, y que sigan yendo a no ser que cambiemos
radicalmente nuestro paradigma social.
¿En que consiste ese paradigma?
En el desarrollo del principio de bipolaridad. Esto, como ya hemos estudiado,
ha dado lugar a la lucha de clases, y de una forma más sustancial a la lucha de
dos tipos de necesidades bien diferentes. Somos víctimas de la necesidad (la
realidad) y de la necesidad de eludirla (el instinto de conservación y otros).
Es inevitable. Es inevitable porque es imposible hacer entender a unos las
necesidades de los otros o actuar de una forma determinada en función de las
mismas.
La cuestión es que unos tienen
unas necesidades y más posibilidad de satisfacerlas, lo que da lugar a unas
repercusiones nefastas e inmediatas para los otros, en tanto que procuran para
sí un remedio o solución providencial. Esa necesidad y posibilidad nos van
llevando poco a poco a un estado ruinoso sin posibilidad de escape, y a una degradación
de todo el sistema.
Hay, por tanto, que inventar,
hay que decir, “imaginemos que…”. Pues eso, imaginemos que todo lo que nos ha
servido hasta ahora, que todo lo que ha servido para hacer florecer nuestra
civilización desde el renacimiento (con todas las servidumbres que queramos
considerar), no sirve, que a partir de ahora es imposible alcanzar crecimiento
o plusvalías sin establecer dependencias infames entre las personas, las
empresas y los Estados.
Ya hemos contado que esto se dio
en la revolución industrial y que sin embargo tuvo un final, y hemos explicado
por qué esto que ocurre ahora dista de ser una mera réplica de aquello, pero lo
vamos a repetir. Antaño había variables en proporcionalidad inversa sustentadas
por otras de proporcionalidad directa, ahora en cambio la proporcionalidad directa
viene determinada por un comportamiento de largo recorrido que no parece poder
evolucionar en otro sentido: superpoblación, incremento de la esperanza de
vida, globalización, acumulación cada vez más acendrada de la riqueza (y
desvinculación de la misma de la realidad social), coste del bienestar cada vez
más elevado en las sociedades ya desarrolladas, etc.
Antaño hubo una proporcionalidad
directa entre el desarrollo de la clase media y el crecimiento,
proporcionalidad que se ha roto definitivamente: no hay nada que justifique la
existencia de todo un sector intermedio. El capital (la empresa) establece una
conexión casi directa con la distribución final (con las fuentes de ingreso),
lo que nos llevará más pronto que tarde a la utilización discreta de la mano de
obra, esto es, a su utilización allí donde existe un servicio puntual y, en
consecuencia, una rentabilidad. Este esquema se ha ido aplicando en las
empresas hasta llegar a la figura del vendedor como último reducto ineludible
de lo que ha representa la implantación social de la empresa, de su presencia
en la calle, pero incluso esto está siendo historia con la globalización y
demás. Consecuencia de todo esto será una aplicación del capital y una
empleabilidad escogidas, y con ella una infrautilización de la capacidad de
generar riqueza, de que ésta en ese proceso se distribuya y ocupe a la
población; y por tal falta de ocupación, una desocupación que no tendrán
parangón con la que conocemos, por no tenerlo en sus causas, que serán –repito–
sistémicas, o lo que es lo mismo, independientes y superiores a toda nuestra
capacidad de hacer o corregir. Esto será dentro de diez años, o de veinte, pero
será: así cayeron los imperios y dieron lugar unas edades a otras.
Hay que inventar, romper la
relación viciada entre crecimiento y desarrollo, mostrar y demostrar, tal como
pretendimos en la Declaración,
que hay mucha más riqueza en la sociedad que la que se puede contar con dinero
y que, muy contrariamente, la concepción monetarista viene a ser un embudo a la
riqueza real de un pueblo: ¿acaso los cinco millones de parados no podrían
hacer algo más por esta sociedad que estar parados, pudiendo a su vez esta
sociedad hacer algo por ellos? No lo voy a resolver ahora, no me quiero
adelantar a lo que será parte fundamental del desarrollo teórico, pero sí decir
que esa relación viciada deriva de la relación viciada entre los polos, o
exceso de polarización entre ellos.
Hay que inventar, romper la
relación viciada entre las dos formas de entender o desarrollarse las
relaciones políticas, entre la politización de las mismas o prevalencia de alguna
determinada verdad política y la judicialización o equidistancia de esa verdad,
del igualitarismo puesto tan de manifiesto en todos los órdenes, incluido en
alguno tan primordial como el de la educación. Hay que mostrar y demostrar, tal
como pretendimos en la Declaración, la
necesidad de establecer unas determinadas verdades suficientes y una jerarquía
entre las mismas que procure un plus de higiene a nuestro sistema. No me quiero
adelantar a lo que será parte fundamental del desarrollo teórico, pero sí decir
que esta relación viciada deriva de la relación viciada entre los polos, que en
la actualidad radica, frente a otras posturas dogmáticas, en la estandarización
o desespecialización de dichos polos o defecto de polarización entre ellos.
El estudio del principio de
bipolaridad es un nuevo esquema que integra el comportamiento económico y el
social como partes, por lo que tiene que introducir no sólo una visión más
general, abstracta o aséptica de sus cuestiones sino un lenguaje que no es
propio de esas partes y que es en consecuencia diferente. Cada una de las
partes, económica y social, no sólo tienen un mismo lenguaje, de acuerdo a ese
esquema, sino una finalidad común, no privativa o propia, basada en la
consecución de determinados estados, que luego en cada ámbito podrá tener una
representación u otra bien distinta.
Tenemos, por tanto un reto, y un
dilema, o hacemos cambios en el contexto del esquema conocido y viejo, y
alargar nuestra agonía hasta un final cierto, o incorporamos otros tipos de
elementos, elementos de ruptura aplicados inteligentemente, de acuerdo a un
nuevo esquema, que nos abran sendas de crecimiento y desarrollo social inéditas.
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