¿Qué tienen en común la huelga
indefinida de la T4
y el “abismo fiscal”?. Es una forma de empezar este post. Otra forma de hacerlo es
preguntarnos qué extraña circunstancia puede hacer que la pervivencia natural
de un servicio (como el de la limpieza) esté determinado por el gasto que representa
para otro servicio (haciendo viable el segundo a costa de hacer inviable el
primero), y, de otra parte, la que hace que ocurra algo parecido con el gasto
social y se esté pensando en reducirlo sin más o debatiendo quién debe soportar
el coste, haciendo de ese debate una cuestión existencial o de la que pende
nuestra supervivencia y la del mundo entero.
Efectivamente parece que más allá
de un abismo fiscal estemos ante un abismo existencial, lo que pone de
manifiesto que no hemos entendido algo de todo esto, y que después de varios
siglos de relaciones económicas no hemos aprendido qué cosas se pueden hacer y
cuales otras no, esto es, no sabemos nada de las fuerzas que se ponen en juego
en dichas relaciones económicas ni qué hay que hacer para armonizarlas o para que
no entren en fricción.
Se llega incluso a la paradoja de
no gravar a las clases pudientes porque esto implicaría parar a la economía en
lo que se presenta como un axioma de la economía: la necesaria desigualdad. Un
axioma planteado por un sector y aceptado —aunque
sólo a regañadientes y por mandato empírico— por
el otro. Ese axioma se traduce en el mantenimiento a toda costa de todos los
diferenciales o plus-productos. Esta es la extraña circunstancia puesta en
juego.
Parece evidente que la verdad no
podemos dejarla en manos de la realidad, cuando nos topamos con ella y se
presenta como realidad, y que si el tal axioma es cierto lo será porque obedece
a una base teórica que tendremos que establecer para poder determinar donde
radica su fundamento y aplicabilidad y, de este modo, no rechazarlo o usarlo
por sistema en lo que a la postre se presenta (cuando equivocamos el uso) como
una perspectiva sectaria.
El gasto y el ingreso hay que
armonizarlos, hay que armonizar el gasto con la capacidad de gasto (o
acumulación de ingresos). La socialdemocracia tiende a diluir el ingreso
(aumenta el gasto y disminuye la capacidad de gasto y de generación), el
capital tiende a dosificar el gasto (ese que sólo produce bienestar) y lo
focaliza en aquel que causa alguna rentabilidad. Esto es, uno gasta y disipa el
reservorio de riqueza y otro lo disipa pero pretendiendo aumentar dicho
reservorio o acumulación.
Ni que decir tiene que la base
teórica está en el
principio de bipolaridad, que es el que establece hasta que punto tiene que
haber una desigualdad porque sin ella no hay flujo (riqueza) y cuál es su
límite para que ese flujo esté optimizado y cree bienestar, pero está también
en el
efecto transistor que caracteriza qué parte de bienestar se traduce en
un decremento de las resistencias sociales, que son resistencias a ese flujo,
lo que permitirá mantenerlo sin necesidad de estar establecido sobre un gran
diferencial (la determinación de las resistencias sociales se desarrollará posteriormente
en la teoría social), estableciendo una proporcionalidad
directa entre crecimiento y desarrollo social.
La bipolarización establece un
punto de equilibrio del sistema (transistor y resistencias) y hace de los
criterios en confrontación simples medidas coyunturales de regulación o ajuste
de las dos partes activas del sistema, que tienen que trabajar conjuntamente
para trabajar de forma óptima, y que tienen que hacerlo porque, cada vez más,
no hacerlo de forma óptima es no poder hacerlo de ninguna otra o hacerlo de
forma altamente deficiente (tal como ocurre).