Sin duda uno
de las cuestiones más importantes que debe tratar una sociedad, al igual que su
modelo judicial, es su modelo de educación. El primero para garantizar la
supresión de tensiones innecesarias entre los elementos de la sociedad, y el
segundo —una vez creado ese espacio de concordia—, para muchísimas cuestiones
sensibles y capitales como es la pervivencia del propio modelo social, esto es,
su retransmisión a las generaciones futuras, y el establecimiento del propio
modelo y su desarrollo en el marco adecuado, que hoy por hoy no puede ser nada
más que la sociedad del conocimiento. Esto supone una mirada al pasado y una
mirada al futuro.
Precisamente
por esto último, es aquí donde más difícilmente se pueden poner de acuerdo los
sistemas políticos cargados ideológicamente o que simplemente presentan
perspectivas claramente irreconciliables respecto a esos dos momentos. Y es
precisamente por esto que es aquí donde hace falta un punto de vista superior.
Vamos por partes.
Parece del
todo evidente que ni la derecha ni la izquierda tienen la patente de corso o la
certidumbre respecto a la supremacía de un modelo educativo, parece evidente
que en lo que respecta al fracaso escolar, con todo lo que éste repercute en la
vida personal y laboral, estamos a la cabeza de Europa y que ningún reforma ha
venido sino a enturbiar el panorama y a ser (salvo para alguna cuestiones
relacionadas con la adecuación a los nuevos tiempos) inútil, parece evidente
que estas reformas están más encaminadas a buscar parcelas políticas de
decisión para hacer y poder hacer cambios interesados, que para hacer
verdaderos cambios o transformaciones sustanciales que nos saquen de este pasmo,
parece evidente que entre esos cambios interesados están los referidos
ideológicos o doctrinales que nada interesan a la sociedad ni le resulta
interesantes porque les apartan del verdadero problema.
Este continuo
toma y daca ni le resulta interesante a la sociedad ni la sociedad se lo
merece: no nos lo merecemos. La sociedad necesita un camino alternativo a la
eterna lucha de doctrinas, de la doctrina pseudo-ética con la pseudo-social, y
alcanzar una determinación suficiente que nos aparte de la indeterminación
improductiva. Esto es el principio de
verdad, doblemente necesario por cuanto nos acerca a algo y nos aleja de
otro algo que nos consume sin remisión.
Sin remisión,
porque ahora llegan éstos y hacen esto y luego llegaron los otros y harán lo
contrario, en tanto que nosotros no necesitamos ni esto ni lo contrario sino
algo diferente, esto es, un análisis de los problemas o más concretamente del
problema de la educación en el seno de la sociedad y de forma particular en el
sistema educativo.
Nosotros
trataremos esos dos capítulos cuando tratemos los principios de verdad y cuando desarrollemos sus repercusiones en el
marco de la propia Teoría. De momento sólo manifestar la sinrazón política,
fruto sin duda de la social, y de la ceguera o incapacidad de ver a la sociedad
como la presentaba Salvador Espriu en su “Assaig de cántic en el Temple (Ensayo
de cántico en el Templo)” y cantaba Ovidi Montllor.
Oh!, què cansat estic de la meva
covarda,
Oh!, qué cansado
estoy de mi cobarde,
vella, tan salvatge terra,
vieja, tan salvaje tierra,
i com m'agradaria
d'allunyar-me'n,
y como me gustaría alejarme,
nord enllà, on diuen que la gent
és neta,
allí al norte, en donde dicen
que
la gente es limpia,
i noble, culta, rica, lliure,
y noble, culta, rica, libre,
desvetllada i feliç