Ahora que
está próxima la huelga del 14-N parece buen momento para decir algo al
respecto, o del derecho que la ampara. La derecha está loca por restringir el
derecho (supuestamente por entrar en confrontación con otros), y la izquierda,
léase sindicatos y resto de agentes sociales afines, por mantenerlo o
preservarlo como si fuera el súmmum del derecho democrático o del ejercicio de
la libertad.
Aquí
engañosamente se pone en liza dos derechos, el de un sector social, a
revindicar (trabajadores, por ejemplo), y el del resto de la sociedad, a seguir
su curso normal (y no ser afectados para la producción), cuando el derecho real
es el derecho de las personas a tener lo que justamente les pertenece sin tener
que verse obligada a ejercer otro tipo de presión o manifestación, cuyo
quebranto da lugar a la contaminación del sistema social con ese tipo de
manifestaciones y a la reacción lógica del resto del sistema.
Con este
engaño se oculta una forma estúpida de hacer las cosas, y más que estúpida,
interesada, como a la postre resulta serlo el establecimiento de una vía de
escape respecto a todo conflicto que queramos tratar: la policía ejecuta una
carga y deja una vía de escape para que los manifestantes se disuelvan (lo
tienen así estipulado), el poder ejerce una inusitada presión o acción injusta,
y deja una vía de escape para que la sociedad diluya su enojo o absorba
gradualmente sus efectos.
Es decir, se aplica
una estrategia que permita/e administrar el hecho injusto y paliarlo, no en sus
causas (la determinación primera o hecho injusto y lesivo), no en sus efectos,
tan sólo en la manifestación del descontento, o si se puede (como suele ocurrir
en el tema laboral) en la aplicación de algún tipo de compensación al daño
mediante un pretendido daño, susceptible de ser suprimido si resulta ser
particularmente dañino.
Creemos que
eso hay que solucionarlo, que la cuestión no es regular el derecho de huelga
porque sea abusivo sino que más bien hay que regular las causas que la
ocasionan, el estado permanente de indefensión, la falta de mecanismos o
soluciones reales.
No es que
haya que regular la huelga porque rompa la armonía, el discurrir de la sociedad
moderna (o incluso, si se quiere, su riqueza económica), es que hay que dotar a esta sociedad de mecanismos
contra el abuso que la hagan verdaderamente moderna, de otros métodos que hagan
prevalecer la razón sin tener que acudir a fórmulas anacrónicos o a la
confrontación.
La huelga, la
manifestación, ya no es la solución porque las personas de este siglo no
queremos responder a las agresiones, queremos que éstas no se produzcan,
queremos simplemente no estar sometidos a las arbitrariedades en cualquier
ámbito, que nos obligan a romper nuestra normalidad y acudir a las calles como
hordas furibundas, y que este hecho se tuviera que producir sólo en contadas
ocasiones, sujetas al análisis.
Eso es sólo
un apunte, que desarrollaremos bastante más adelante, de hasta que punto en el
ámbito social y jurídico nos vemos obligados a reclamar cosas que nos
pertenecen por derecho: cuestión que se aparta de la idea de sociedad moderna y
nos lleva a otra que hace del escapismo, la negación o la anulación, su modo de
vida y su fundamento; y de hasta qué punto el derecho está polarizado o, por
decirlo mejor, lo justo judicializado.
En este
sentido está planteado el principio de
verdad, en el de superar el debate jurídico y otras formas de confrontación
en aquellas cosas que la sociedad acepta de una determinada manera, que por un
lado descontamina la acción social (y judicial) y de otro permite centrarnos en
aquellas cuestiones sobre las que no hay resolución alguna ni solución. El principio de verdad está ideado para
alcanzar esto por sistema y no por un eterno e inacabado debate sobre
cuestiones particulares que, una vez más, sirve para justificar la acción
siempre “en fase de” del político, en tanto que nos deja eternamente postergados,
y anclados a una forma de sociedad incompleta.
En estas
ideas claves y sencillas debe estar establecida cualquier propuesta de futuro
que pretenda conectar con esa sociedad cada vez más numerosa que no se deja
engañar. Menos mojigatería, menos discurso pretencioso y más plantear objetivos
claros y verdaderas palancas de transformación social para obtenerlos.