lunes, 12 de noviembre de 2012

La Manifestación como solución


Ahora que está próxima la huelga del 14-N parece buen momento para decir algo al respecto, o del derecho que la ampara. La derecha está loca por restringir el derecho (supuestamente por entrar en confrontación con otros), y la izquierda, léase sindicatos y resto de agentes sociales afines, por mantenerlo o preservarlo como si fuera el súmmum del derecho democrático o del ejercicio de la libertad.
Aquí engañosamente se pone en liza dos derechos, el de un sector social, a revindicar (trabajadores, por ejemplo), y el del resto de la sociedad, a seguir su curso normal (y no ser afectados para la producción), cuando el derecho real es el derecho de las personas a tener lo que justamente les pertenece sin tener que verse obligada a ejercer otro tipo de presión o manifestación, cuyo quebranto da lugar a la contaminación del sistema social con ese tipo de manifestaciones y a la reacción lógica del resto del sistema.
Con este engaño se oculta una forma estúpida de hacer las cosas, y más que estúpida, interesada, como a la postre resulta serlo el establecimiento de una vía de escape respecto a todo conflicto que queramos tratar: la policía ejecuta una carga y deja una vía de escape para que los manifestantes se disuelvan (lo tienen así estipulado), el poder ejerce una inusitada presión o acción injusta, y deja una vía de escape para que la sociedad diluya su enojo o absorba gradualmente sus efectos.
Es decir, se aplica una estrategia que permita/e administrar el hecho injusto y paliarlo, no en sus causas (la determinación primera o hecho injusto y lesivo), no en sus efectos, tan sólo en la manifestación del descontento, o si se puede (como suele ocurrir en el tema laboral) en la aplicación de algún tipo de compensación al daño mediante un pretendido daño, susceptible de ser suprimido si resulta ser particularmente dañino.
Creemos que eso hay que solucionarlo, que la cuestión no es regular el derecho de huelga porque sea abusivo sino que más bien hay que regular las causas que la ocasionan, el estado permanente de indefensión, la falta de mecanismos o soluciones reales.
No es que haya que regular la huelga porque rompa la armonía, el discurrir de la sociedad moderna (o incluso, si se quiere, su riqueza económica), es que hay que dotar a esta sociedad de mecanismos contra el abuso que la hagan verdaderamente moderna, de otros métodos que hagan prevalecer la razón sin tener que acudir a fórmulas anacrónicos o a la confrontación.
La huelga, la manifestación, ya no es la solución porque las personas de este siglo no queremos responder a las agresiones, queremos que éstas no se produzcan, queremos simplemente no estar sometidos a las arbitrariedades en cualquier ámbito, que nos obligan a romper nuestra normalidad y acudir a las calles como hordas furibundas, y que este hecho se tuviera que producir sólo en contadas ocasiones, sujetas al análisis.
Eso es sólo un apunte, que desarrollaremos bastante más adelante, de hasta que punto en el ámbito social y jurídico nos vemos obligados a reclamar cosas que nos pertenecen por derecho: cuestión que se aparta de la idea de sociedad moderna y nos lleva a otra que hace del escapismo, la negación o la anulación, su modo de vida y su fundamento; y de hasta qué punto el derecho está polarizado o, por decirlo mejor, lo justo judicializado.
En este sentido está planteado el principio de verdad, en el de superar el debate jurídico y otras formas de confrontación en aquellas cosas que la sociedad acepta de una determinada manera, que por un lado descontamina la acción social (y judicial) y de otro permite centrarnos en aquellas cuestiones sobre las que no hay resolución alguna ni solución. El principio de verdad está ideado para alcanzar esto por sistema y no por un eterno e inacabado debate sobre cuestiones particulares que, una vez más, sirve para justificar la acción siempre “en fase de” del político, en tanto que nos deja eternamente postergados, y anclados a una forma de sociedad incompleta.
En estas ideas claves y sencillas debe estar establecida cualquier propuesta de futuro que pretenda conectar con esa sociedad cada vez más numerosa que no se deja engañar. Menos mojigatería, menos discurso pretencioso y más plantear objetivos claros y verdaderas palancas de transformación social para obtenerlos.