¿Y
después del 14-N, qué?
En estos días he finalizado el segundo bloque de la Teoría
social, lo que me viene muy bien para ahondar en ciertos aspectos que
hasta ahora sólo he podido mencionar o tratar de forma indirecta.
Ahí se trata cómo se gestiona la desigualdad de
poder político (bipolaridad política) y cómo ésta da lugar (y ha dado) a la lucha de clases, que constituye —con
su resultado de fuerzas— el motor de la
transformación social.
Aunque la
lucha de clases está ya más que estudiada, no se ha llegado —como aquí—
a un esquematismo suficiente que nos permita entender como tal no sólo la
establecida por el proletariado sino cualquier otra, lo que nos permite, por
otra parte, aplicarlo al momento actual, y alcanzar una mejor perspectiva y un tratamiento
eficiente o estrategia, que no es otra que la que ya apunté en El quinto
poder —para establecer algún tipo de acción estructurada—, y que luego
abordé en la Segunda
comunicación transversal del 15M, donde se expresa la necesidad (con la
que posteriormente coincidió Felipe
González) de que determinados sectores políticos o agentes sociales tomen
posiciones, o se planten en ellas.
Según lo tratado, la única forma de hacer una
acción efectiva es introducir un polo
político intermedio que obligue a un acercamiento de los otros dos —en particular al que representa el poder político activo— a tomar una posición determinada.
Una pregunta sería quién representa ese poder
político activo y otra, quién puede hacer en nuestro contexto de polo
intermedio y de qué manera.
Sobre la primera cuestión, hemos entendido que el
poder político estaba representado por los mercados, por pusilanimidad o
dejación del verdadero poder político, luego hemos visto que era por
indefinición interesada, seguramente condicionada por ese poder del dinero.
Resolvemos que es verdad que los mercados tienen poder, pero más verdad es que éste
se diluye con acciones políticas que hoy por hoy estamos en condiciones de
tomar en Europa, y no se toman. Ya sabemos, en consecuencia, sobre quién
ejercer la acción.
La posibilidad, por otra parte, de ejercer de polo
intermedio viene condicionada por la calidad (lo inmerso que esté en el
sistema) y la cantidad de polo (el respaldo social), que sólo es factible en
este contexto por quien ya es poder, esto es, por el partido mayoritario de la
oposición, que ya dispone de los mecanismos legales (además de los legítimos
que puede tener cualquier otro grupo) y buena parte del aval referido (el de
los incondicionales y el de los necesitados).
Dicho esto sólo queda que quiera, que comprenda la
necesidad de hacer de polo intermedio, y lo que requiere: lo que se requiere
para ser un auténtico polo intermedio y para tener todo el aval. Una cosa lleva
a la otra, y si no hay más respaldo a las acciones sociales (como no lo hay en
la participación democrática actual) es por la dudosa intencionalidad del polo
intermedio y del aval incondicional, es decir, del poder que actúa simplemente
como contrapoder, y de los sindicatos que por encima de otros planteamientos se
alinean con ese contrapoder y se instalan como abanderados del anticapitalismo
cuando han sido ellos y son ellos quienes han avalado en las empresas, una por
una, estas formas, interesadamente, permitiendo lo que ahora denuncian, siendo
cómplices de una gestión empresarial enfocada a la destrucción del trabajo
digno, facilitando el precario o de segunda clase a cualquier precio, con los
mismos argumentos que utiliza la patronal (mejor minijobs que nada) a pesar de haber
sido eternamente denunciado por otros sindicatos minoritarios y profesionales.
Es por todo esto que antes de nada se tiene que
definir cómo se va a ser polo intermedio (ya no seguimos a cualquier
abanderado) y para qué, que no puede ser nada más que para serlo —rompiendo toda ambigüedad o confusión— del polo activo definido en la cuestión anterior, esto
es, de Europa
o la perspectiva europea (aunque, tal como se expresó, tenga su propia justificación).
Hacer de polo intermedio implica (éste es el cómo),
en primera instancia, “plantarse”, lo que supone una diferenciación clara del
poder y las formas que se están empleando. Esta cuestión no es fácil cuando, utilizando
precisamente esas formas, se ha sido parte activa importante (causante) de este
desastre, y exige, por tanto, desmarcarse de los antiguos puntos de vista y
diferenciarse con otros nuevos: es imposible adoptar un cambio en el modo de
hacer (que sea creíble) sin contemplar un cambio en el modo de pensar y adoptar
una mirada superior
(lo intermedio sin ella es vulgar, es lo que ha sido hasta ahora). Una cosa sin la otra es derribo o mero proselitismo.
No sirve un programa electoral, no sirve plantear
unos presupuestos que corten aquí y pongan allí (ese engaño manifiesto), esto
lo deben hacer los administrativos, no los políticos ni los líderes sociales y
políticos. Sólo sirve un nuevo diseño.
Los cambios deben ser, por tanto, cambios
sustanciales en la vida económica, política y social, y deben ofrecer una forma totalmente distinta de hacer y de
concebir las cosas, en primer lugar porque la misma forma no sirve de nada, en
segundo lugar porque ya la hacen otros; y que además sea posible y congruente
con la realidad.
Este cambio de posición es imprescindible, por otro
parte, para su pervivencia como grupo. Ya se dijo en el Manifiesto: “La socialdemocracia necesita una
teoría social que revigorice su proyecto…”.
Estamos diciendo que la solución
para la situación social y para su proyecto es la misma cosa, que les debe
llevar a un mismo debate, que es el
que deben hacer en un congreso: sólo sirve a la sociedad un proyecto viable, sólo se puede
liderar un proyecto viable (y quieren liderar, ¿verdad?).
El debate es, para empezar, si lo que implica el
socialismo es lo que necesita esta sociedad o si por el contrario se precisa un
cambio cualitativo, aun conservando parte de su espíritu. La cuestión no es
cualquier cosa, es determinar si las formas usadas de manera inercial están a
la altura de los tiempos y/o si están entrando en contradicción con nosotros
mismos y con los propios tiempos. Tampoco sirve romper esa inercia a base de
experiencias traumáticas o mecanismos de reacción, esto es, mediante pequeños
ajustes que llegan tarde, y que muestran que se va detrás de los
acontecimientos.
Pensamos que sí, pensamos que el socialismo —y por extensión aquella parte de la sociedad adyacente—, de acuerdo al momento actual y, sobre todo, de
acuerdo a esa altura de los tiempos (por muchas razones está civilización está
entrando en otra Edad), tiene que reeditarse. Algunas premisas están superadas,
otras son viejas, otras son claramente contraproducentes o incoherentes, y no
soportan un debate intelectual, o no son acordes a la idea que queremos tener
de nosotros mismos (una idea elevada), como lo ya referido respecto a los
mecanismos de expresión social, que hay que superar, y antes de eso, saber
superar.
La cuestión es determinar cuáles tenemos que
desechar, cuáles mantener, qué aspiraciones del clamor popular son asumibles,
factibles, y cuáles no, y por qué, y establecer con ellas una hoja de ruta
clara, desde el afán de alcanzarlas, desde la honestidad.
Eso supone desideologizar, esto es, abandonar
ideologías y estrategias ideológicas que hacen del partido o del grupo una
empresa.
Desideologizar no es sólo abandonar ideologías, es tomar
otra perspectiva de la sociedad más global y armoniosa y abandonar una praxis
absurda, segada o imposible y, sobre todo, dañina: la mayoría de nuestros
problemas provienen de nuestros excesos.
Desideologizar es la condición necesaria
indispensable para albergar otra estructura de las cosas, y, ahora —como hemos visto— hace falta otra estructura de las cosas, una que permita integrar a
los dos polos sociales en una realidad superior, una que permita —frente
a la tendencia actual de corregir los excesos con otros excesos (ley del
balancín)— corregir el problema fuente
o neutralizarlo en el sustrato social (sin sentimientos reactivos, por una ley
de los vasos comunicantes), lo que implica una exigencia social, una
socialización real de las penalidades y la implementación de ese sustrato en un
nuevo modelo social.
Un nuevo diseño, estructura o modelo social exige la
modificación del modelo económico que lo sustenta, y, antes de eso, la
contemplación de otros fundamentos o principios de funcionamiento, que nos
permitan descubrir toda una dinámica
de estados, o posibilidades. Una cosa sin la otra es mera iluminación, o
simplemente mentira.
El polo intermedio debe superar el lenguaje
economicista y plantear grandes estrategias, esto es, superar el organigrama socioeconómico
actual y plantear otro tipo de superestructura, y luego ejercer su acción,
destinada a alcanzar la máxima simplicidad, la máxima higiene social o
supresión de resistencias mediante resoluciones justas y claras.
El polo intermedio tiene que plantearse qué cosas
tiene que hacer para hacer de esta sociedad una sociedad viable económicamente
y completa (sólo así seducirá). Esto es lo que se plantea en La Sociedad Inversa.