Se nos acumula el trabajo. No sé sí ir del 15-S al 7-O,
pasando por el 25-S, o al revés. Se están iniciando diversos procesos que está
poniendo en cuestionamiento la legitimidad del Estado constituyente actual y
que da, por tanto, por descontada la legitimidad de un proceso constituyente o
de cualquier proceso de subversión y rebelión. Incluso el Juez Pedraz lo dice:
…, exigir un proceso de destitución y ruptura
del régimen vigente, mediante la dimisión del Gobierno en pleno, disolución
de las Cortes y de la
Jefatura del Estado, abolición de la actual Constitución
e iniciar un proceso de constitución de un nuevo sistema de organización
política, económica o social en modo alguno puede ser constitutivo de
delito, ya no solo porque no existe tal delito en nuestra legislación penal,
sino porque de existir atentaría claramente al derecho fundamental de
libertad de expresión, pues hay que convenir que no cabe prohibir el elogio
o la defensa de ideas o doctrinas, por más que éstas se alejen o incluso pongan
en cuestión el marco constitucional, ni, menos aún, de prohibir la expresión
de opiniones subjetivas sobre acontecimientos históricos o de actualidad
Al Auto del juez le falta algo más para no ser objetable,
porque el fascismo también es una ideología o una idea de sociedad sobre la que
no cabe el elogio, y el alzamiento militar también es una rebelión que puede
nacer de la exigencia de la que habla.
Lo fundamental no es que haya que decir algo más porque lo
dicho incluya estos casos particulares, la cuestión es que todos los casos
ideologizados se convierten en casos particulares desde alguna perspectiva y
que, por ende, pueda quedar en entredicho cualquier acción.
¿Esto quiere decir que no se pueda ejercer esa acción?
Evidentemente, no. Quiere decir lo que ya se ha dicho, que la fuente, el motor
no puede ser sólo la necesidad o el elogio de ideologías y doctrinas sino que
tiene que residir en alguna cuestión más fundamental o primaria, y darle a la acción
un canon de importancia.
Un proceso constituyente tiene que ser anterior a cualquier
ley, a cualquier ideología porque tiene que ser la expresión social de un punto
de partida, y los puntos de partida —en tanto que nos implica a todos y tienen
casar a todas las ideologías— no pueden por menos que abandonar ideologías y
partir de lo común, de lo que no es ideología (principios).
Supongamos que como minoría somos capaces de promover ese
proceso constituyente y que tenemos que poner en común —puesto que el proceso
es de todos— pareceres dispares, entre los que podemos citar la propia oposición
a dicho proceso (la necesidad del mismo). En virtud de lo anterior, cabe
preguntar si esa minoría está legitimada a presentar, por qué y hasta cuando,
algo distinto a lo que de hecho respalda (aunque sea con su silencio) esa
mayoría silenciosa.
La respuesta es que sí, y no porque sea una ideología o una
idea distinta sino, simplemente porque ésta está desconsiderada por la mayoría,
esto es, porque es la única forma que tienen dichas minorías de elevar
propuestas. ¿Hasta cuando? Hasta que, después de un periodo razonable, entre en
la consideración de esa mayoría y tenga la oportunidad de ser aceptado o
descartado finalmente.
Esa es la esencia de la democracia, la que se persigue, no
ya tanto que todos podamos ejercer un voto directo o no sobre cada una de las
propuestas o éstas sean gestionadas de forma representativa (sobre lo que
podemos discutir), como en la posibilidad de elevar propuestas de las minorías
y, llevado a extremo, las individuales o particulares con la sola condición de
estar bien formuladas o lo suficientemente formuladas como para que alguien más
capaz establezca una formulación final, esto es, en la posibilidad de someter a
juicio lo que el sistema como tal no contempla o desconsidera (el fascismo en
este caso ya ha sido sometido a juicio, esa es la diferencia, lo que le falta a
Pedraz)
El proceso debe estar totalmente desideologizado, y no sólo
no lo está sino que está dirigido por individuos que en todo momento están
alerta a cualquier indicio de convulsión social (los generales de la
revolución) para poner su maquinaria a trabajar y revitalizar así sus
oportunidades o proyectos sociales caducos (que ya han sido sometidos al juicio
social y desechados).
Esto es lo que verdaderamente desvirtúa los movimientos
sociales, la inclusión de propuestas abandonadas o imposibles, o abandonadas
por imposibles.
Este movimiento social tiene que ser de izquierdas en el
sentido de ser promotores de puntos de inflexión (casi rupturistas), pero nada
más, esto es, no puede ser de izquierdas en el resto de los sentidos de
entender la izquierda porque esos sentidos no hacen nada más que dividir y
separar, crear susceptibilidades y objeciones, o incluso grandes reparos en
virtud de la experiencia histórica y de lo fácilmente que la euforia se vuelve
desenfreno y de cómo después de la revuelta sólo quedan erguidos los generales
sobre el campo yermo; o simplemente del posicionamiento personal y legítimo.
La cuestión es determinar cuántos de los que están “en pie”
son de un tipo o de otro, y si 40 o 50 mil son un número suficiente para formar
una identidad genuina, dado que está nutrida del sector mencionado y de otro
sector que juega con dos barajas, la de las urnas cuando ganan y la de la
revuelta cuando no.
Esto nos lleva a que si el partido de la oposición y
sindicatos son contrarios al estado actual tendrían que dejar sus actas de
diputados y sus prerrogativas y ponerse al lado de la subversión a ras de
suelo, y no desde una posición de ventaja, y dejar patente que lo que se hace
obedece a una sola intención, o ponerse (y poner su aparato) claramente al
servicio de esa proclama social, que en ningún momento fue la suya (tiempo
tuvieron para hacerla).
Hay que dejar a un lado determinadas consignas y mostrar a
propios y extraños que lo que se hace se hace por un único fin, que no puede
ser otro que “iniciar un proceso de constitución de un nuevo sistema de
organización política, económica o social” pero que si bien “no cabe prohibir
el elogio o la defensa de ideas o doctrinas” no es menos cierto que éstos
deben ser separados de las demandas fundamentales y puestas en tercer plano.
Si con esa sola y única intención solo estamos cuatro, mala
suerte, pero mejor esto que vernos empujados a una lucha que en el fondo no es
nuestra lucha, o a una nueva batalla fraticida o sin solución.
Hay quien no mira esto y sólo mira dar por bueno cualquier
espaldarazo, llenar las plazas y hacer ruido aunque el ruido lo hagan los fascistas,
pero ya se ve que en realidad no trae cuenta y que no hay que dar oportunidad
de desviar la atención y no perderla para dar un mensaje claro a la sociedad,
cosa que no se ha hecho (a las preguntas de los reporteros se balbucea), porque
no se tiene…, porque no se ha logrado consensuar…, porque no se sabe de las
prioridades…, porque no se sabe de lo posible…, porque no se tiene una teoría
social…, etc. etc. etc.
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