Y sin tan fácil es esto de
salvar a las economías…, ¿por qué no se hace?
Uno tiene la tendencia natural a
pensar que son listos pero que no son tan listos, o que son malos y están
jugando a algún juego: ora
no se tiene intención de comprar deuda, ora
sí, o haciendo algún tipo de reality, con sus mentidos
y desmentidos,
con sus pasiones y su incoherencia vital.
Es verdad que muy buenos no son,
y es verdad que no son tan listos, aunque ellos mismos se lo crean y se crean
que están capacitados para ocupar cualquier cargo de responsabilidad, y se crean
que con sus capacidades hacen ciencia del hacer político y que representan la
figura inequívoca…, hasta que finalmente
se ve que no era tan inequívoca, que no es ciencia, alegando entonces, como en
el caso de Bankia, que han actuado de acuerdo a los datos existentes, esto es,
que el
error está obligado por los propios datos, y no por la interpretación de
quien los maneja.
Todo esto da idea de la
imprecisión del lenguaje político, de la falta de rigor argumental, y de lo
expuestos que estamos a la interpretación final y, consecuentemente, al peso
específico del que la hace y la transforma en decisión política.
Pero aunque lo anterior sea
cierto y generalizado, y se llegue a esa conclusión, luego, reconsiderando la
cuestión, se llega a comprender que tiene que ver algo más que ineptitud o
interés en la toma determinadas decisiones contrarias a la lógica del momento,
que no es otra que la de hacer las cosas que sirven y que solucionan, y que
demuestran su funcionan —tal como hemos referido—con
el mero aviso o pronunciamiento.
Ese algo más es simplemente una
cuestión de tiempos, de oportunidad o determinación, la determinación de poner
algunas cosas en su sitio (suele ocurrir que quien tiene el problema sólo ve el
problema y los demás ven más cosas además de éste) antes de solucionar (o al paso) el tema capital: Europa,
en este caso, le está haciendo saber al Estado español que no se puede gastar
de esa forma, y no sólo eso sino que toma el control de la gestión poniendo en
entredicho el prestigio, la funcionalidad y el rigor provinciano de nuestra
clase política. Europa ha demostrado la incapacidad de nuestros políticos: los
Bancos no han pasado la prueba de resistencia, pero ellos tampoco: para ser
político de la Europa
de las naciones hay que ser mucho más meticuloso, mucho mejor político.
Se ha visto, y se ha visto
porque lo ocurrido lo ha puesto de manifiesto, que la cuestión no era si los
políticos y los altos cargos cobran mucho (aunque sea cierto que ese gasto está
descontrolado), la cuestión es que, mucho o poco, han cobrado sin una verdadera
contraprestación (servicio, calidad, eficacia, dedicación) por su parte, sin
una verdadera responsabilidad, siendo por esta falta de responsabilidad y
dedicación por lo que pueden dedicarse a tantas cosas y cobrar por ellas. Es
por este más o menos estar enterados de las cosas, pero no implicado y
complicado con ellas —tan español—, por lo
que nos pasa esto que nos pasa y por lo que da igual que tengamos tres
políticos (responsables) que uno dedicados a la tarea si entre los tres no
tenemos al que verdaderamente se emplea en ella. Esto es lo que verdaderamente
tenemos que cambiar en todas las instancias, lo que tenemos que cambiar en la
tarea política, y sobre lo que tenemos que pedir responsabilidades.
Es verdad que este poder
económico (y político) supranacional ha suplantado al otro (al legitimado por
las urnas) mediante esta forma de intervención, pero también lo es que esta
intervención nos libera de la ineficacia y de la mediocridad gestora a la que
nos tiene acostumbrado el poder político y del que no podíamos escapar. En
cierto sentido ha habido un poder político más capacitado para enjuiciar y
tomar medidas respecto a la eficacia de nuestros políticos que la que tenemos
nosotros en las urnas, obligados a una alternancia sin solución.
——————————————————
La cuestión ahora es saber en
qué punto estamos. Ese poder supranacional ha puesto al poder político local en
su sitio e, inevitablemente, a nosotros en el nuestro, porque hay una realidad:
mientras encontramos, o no, la forma de que no haya ricos y pobres, los ricos
podrán gastar como ricos y los pobres tendrán que gastar como pobres. Pensar
otra cosa es vivir engañados, como en un sueño del que más pronto que tarde se
sale, y del que se sale con estas consecuencias.
Tenemos que determinar nuestras
posibilidades de gasto, y delimitar el gasto objetivo del subjetivo: el gasto
del despilfarro. No se propugna la austeridad, tan sólo la claridad en las
cuentas públicas que haga imposible un gasto desmesurado en cosas superfluas,
amparados en una riqueza virtual o futura, que luego, con las perspectivas
fallidas, derivan en la necesidad de suprimir (como ahora) lo necesario.
En efecto, con las cuentas
claras y saneadas no habrá opción de hacer política sobre el gasto, como ahora
se hace con los presupuesto generales (para finalmente hacer lo contrario o lo
que mande la realidad), sino un orden preestablecido del gasto de acuerdo a los
ingresos (tanto se tiene, tanto se gasta) de acuerdo a un orden, lo que marcará
nuestras posibilidades reales de bienestar, nuestras necesidad de incrementar
los ingresos por otros mecanismos o, lo que es más importante, la de buscar
otras fórmulas de bienestar desligadas de la riqueza económica.
——————————————————
Todo esto que está ocurriendo,
no obstante, no puede ser bueno porque no se hace sin pagar un precio que nos
lleva irremisiblemente a formas de miseria y a la consolidación del poder del
dinero; y una vez más a la lucha entre lo que lo tienen y lo representan y los
que no; que perderemos si no somos
capaces de superarla, de entender que la lucha es otra.
Estamos ante un problema social,
pero el problema social se cierne sobre nosotros como un problema filosófico y
más aún como un acertijo siempre mal resuelto de cómo hacer, de cómo dar la
solución idónea.
La cuestión es que estamos en la
eviterna lucha entre el capital y el no-capital, entre los oprimidos y el
opresor, pero en realidad estamos respondiendo (mal) a la pregunta de si es
posible luchar contra lo que representa el dinero sin destruir el dinero, de si
somos capaces de luchar contra lo que representa la riqueza sin destruirla.
Hasta ahora no. Hasta ahora, a
lo largo de toda la Historia, sólo hemos sido capaces de posicionarnos en una u
otra facción en función de nuestra situación personal. ¿Quién enseñará el
camino a quién? ¿Será el capital o será
el no-capital? Es evidente que el capital no, que el dinero sólo sabe de lo
suyo, que sólo sabe del dinero sin prestar atención al bienestar, pero es
evidente también que el no-capital tampoco porque sólo sabe del bienestar sin
prestar atención al dinero, a los recursos. Así no se puede.
¿Cómo explicarle al prohombre
del 15-M que su necesidad no es la prioridad, que la suya va en segundo orden?
Esta es la verdadera
encrucijada, este es el verdadero problema.
No habiendo solución sólo hay
oportunidad de dar cumplimiento al interés particular. Esa oportunidad para el
capital (porque ahora es su oportunidad) se está traduciendo en el proceso de
regresión que vivimos. El no-capital no la tiene, para el no-capital sólo cabe
alternativas que comprendan este dilema y lo incluya en su forma de lucha. Otro
tema es el establecimiento de unas verdaderas reglas de reciprocidad entre
bancos y usuarios[1], y
la adopción de medidas políticas orientas a forzar que el capital se comporte
de una determinada manera, esa es la tarea política, la desenmascarar
determinadas condiciones de favor o hacer que las mismas reviertan finalmente
en la sociedad[2]En cualquier caso, tenemos que
entender que esto son relaciones, y que las relaciones no mejoran y no han
mejorado a lo largo de la Historia elevando exclusivamente a una de sus partes.
Dicho de otra manera, para cambiar determinados usos sociales y económicos no
hay otra forma que la de elevar la altura social que haga inviables o
anacrónicos los anteriores, y de esa altura social todos formamos parte.
anterior
posterior
[1]
Todavía no doy crédito a la forma en
la que nos hemos tragado la transformación de la banca tradicional en
autogestión bancaria sin contraprestaciones y soportando los daños colaterales
(ya mismo no se podrá operar por ventanilla ni para los ingresos menores),
entre los que incluyo el pago de esa autogestión mediante el cobro de los
plásticos que la hacen posible.
[2] En todo el mundo empresarial, y el financiero lo es, habría que distinguir entre aquellas empresas que arriesgan capital para obtener un beneficio y aquéllas que tienen un beneficio fácil o una rentabilidad asegurada (porque el negocio en sí tiene un coste inicial bajo o porque el producto tiene un fuerte atractivo social) que luego enmascaran mediante la inversión.
[2] En todo el mundo empresarial, y el financiero lo es, habría que distinguir entre aquellas empresas que arriesgan capital para obtener un beneficio y aquéllas que tienen un beneficio fácil o una rentabilidad asegurada (porque el negocio en sí tiene un coste inicial bajo o porque el producto tiene un fuerte atractivo social) que luego enmascaran mediante la inversión.