Los principios de
verdad son una medida de higiene política o de superación de la
judicialización, que tanto daño hace a nuestra sociedad, porque es la continua
lucha de iguales en la que a la hora de la verdad unos son más iguales que
otros, y en la que sin embargo perdemos las fuerzas.
La inversión social es una medida de higiene socioeconómica
o anulación sistemática de los dos grandes problemas estructurales de nuestro
sistema social, la competencia (la competitividad) y la incompetencia (la no
idoneidad), mediante un sistema de escalado social que propiciaría una
adecuación de la actividad a las verdaderas capacidades, dando un sentido
diferente al concepto de ocupación.
Ese es el valor de los dos pilares básicos de La Sociedad Inversa ,
que podemos estructurar mediante una Declaración o
decálogo de pretensiones, que conecte con la realidad y que, sin embargo, la
supere. Es decir, no se trata de un anhelo hueco sin posibilidad de imbricarse
con la realidad porque dispone de demandas concretas y claras en ella, puntos
de partida y objetivos alcanzables, no se trata de algo empercudido de
realidad, saturados de sus propio lenguaje, sino algo que quiere escapar de la
misma, de sus marcos jurídicos, de su inercia, de ciertos usos.
Este decálogo de pretensiones se tiene que concretar luego
en toda una serie de iniciativas, que iremos también apuntando en la Teoría
social, que vayan estableciendo una
nueva forma de entender las relaciones y una nueva arquitectura social, y que
de igual forma modifiquen las relaciones socioeconómicas.
De una parte, nosotros, como sociedad, queremos una
sociedad que sin perder de vista las necesidades estructurales y, por ello, la
rentabilidad económica, persiga una participación extensiva en la producción y
en el resto de las ocupaciones de la vida social propias de una sociedad de
desarrollo, propiciando un orden lógico mediante la inversión social
(reestructuración y eficiencia), el desarrollo de un concepto de la ocupación
sobre la idea de ocupación necesaria y, consecuentemente, de la desocupación,
como seña de bienestar, y la adecuación del desempeño a capacidad que impida
cualquier tipo de falla social o desarraigo. No queremos una sociedad en la que
impere la ley del balancín sino otra
levantada sobre la idea de vasos
comunicantes, superando definitivamente la dicotomía existente entre los
dos grandes modelos sociales —el maniqueísmo ideológico absurdo— y,
consecuentemente, su aparentemente irreconciliable espectro de intereses.
Esta dicotomía evidencia que esta sociedad está entendiendo
algo mal. Entenderlo bien es encontrar un punto de encuentro. Ese punto de
encuentro pasa por establecer unas preferencias en las que las necesidades de
la producción no vayan en detrimento del bienestar y el bienestar no vaya en
detrimento de la producción, y que todo, en conjunto, vaya en beneficio de la
sociedad. Esto se consigue con el citado modelo extensivo por el que todo va en
el beneficio de la sociedad, pero toda la sociedad de forma extensiva se
corresponsabiliza de las necesidades productivas, esto es, del desarrollo,
cuidado y máximo aprovechamiento de las fuentes de riqueza. No queremos una
sociedad en la que la riqueza se obtenga de una diferencia de potencial grande
sino en un flujo grande y en la supresión de resistencias. Esto para la
actividad económica se presenta como intensiva o productivita (y sin los
inconvenientes actuales) pero socialmente presenta todas las ventajas de la
distribución lógica.
De otra parte, no se trata sólo de cambiar leyes e
incluso de cambiar la
Constitución , que en último término podría ser necesario,
sino de cambiar nuestro concepto de sociedad, nuestra percepción de las
formas habituales, consolidadas y
aceptadas, y crear una corriente de opinión que las haga o las tome como
inaceptables. En este sentido, estamos habituados —en esa lucha de iguales— a
que unos sean presuntamente inocentes por defecto y otros, presuntamente
culpables, a que unos tengan como derecho lo que no es tal, en tanto que otros
tienen que revalidar continuamente sus derechos más nimios, dando lugar por una
parte a un exceso o abuso social permanente y por otra a una gran complejidad
social y un gasto enorme de recursos. A modo de ejemplo, podemos decir que no
tiene sentido que todos los derechos asociados a la adquisición de una vivienda
nueva, esto es, los exigibles criterios de calidad contratados y, sobre todo,
los esenciales, tengan que ser recurridos por vía judicial (esto es, revalidar
el derecho), y no por vía administrativa o de oficio mediante un simple informe
técnico de rápida ejecución, que dictamine lo que en principio (por principio)
corresponde; quedando la acción jurídica como recurso o segunda instancia
frente a discrepancias respecto del principio refrendado o documentado. No es
de recibo tampoco que la verdad jurídica esté del lado del que tiene poder, es
decir, que el que tiene el poder tenga la oportunidad de ejercerlo
indebidamente y una vez ejercido, de camuflarlo con facilidad mediante el
amparo judicial, como se hace de forma circunstancial en cualquier ámbito y de
forma sistemática en el ámbito político, donde una fiscalía, del mismo signo
político, necesita mucho más que indicios para iniciar un procedimiento (la
realidad es que tiene que verse frente a la imposibilidad de no hacerlo). Se
necesita por tanto una definición nueva de la verdad jurídica o una
arquitectura escrupulosa, o ambas cosas. Esa arquitectura en el ámbito político
muy bien puede venir dada a partir de una separación de poderes (y, ¿qué mejor
separación que hacerlos de signo político diferente?), mientras que en otros
contextos tienen que partir de determinados mecanismos que rompan con la
indefensión sistemática o la coerción encubierta, y de la posibilidad de
abreviar de forma razonada determinados litigios (para empezar dándole
verdadera solución) o mermas de derechos, esto es, la posibilidad de liberar a
la víctima del daño y del peso de todo el aparato judicial, quedando liberado
del proceso, lo que posibilitará una mayor participación ciudadana o la implicación
—personal o no— en la corrección de
todas esas desviaciones que afectan a un buen desarrollo social; lo que deriva
en altura social.
De eso se trata, tanto un fundamento como el otro, de
establecer mecanismos que no sólo sean elementos de urgencia a la innumerable
cantidad de problemáticas sino de otros que eleven nuestra altura social como
sociedad, lo que pretendemos de ella. Se trata de dar claridad y simplicidad a
la estructura social, en el orden lógico mediante los principios y su
jerarquía, y en el orden estructural mediante la inversión social o, lo que es
lo mismo, mediante unos mecanismos de empleabilidad eficiente y de utilidad
social sin angustias sociales y personales.
Esta sociedad debe ser consciente de que esto que quiere y
persigue está sujeto a la viabilidad económica y social, y que habrá, en
consecuencia, un largo proceso de transición y la implantación de disposiciones
transitorias en el mismo. Para empezar tenemos un problema financiero por
resolver que supone también el cambio de una vieja concepción de la riqueza y
el reparto, y su transformación en otra nueva, que en modo alguno puede ser la
vieja propuesta socialista (ésta no funcionó en el pasado, porque parte de
algunos errores de bulto, y no lo hará en el futuro) sino en la que estamos
desarrollando y esbozamos aquí. Pero debe ser también consciente de que por
encima de este problema tenemos otro, que se ha puesto de manifiesto ahora de
forma superlativa pero que ya se venía denunciando por los sectores que vienen
sufriendo esta misma problemática en cualquier tiempo, y que no es otro que la
capacidad que tiene el dinero sin control de destruir nuestra forma de vida. Es
por esto que esta sociedad debe fijar en estos fines sus decisiones,
estableciendo esas grandes orientaciones sociales o idea de lo que se pretende
alcanzar de una sociedad, que si bien pueden ser desviadas coyunturalmente
permiten no perderlas de vista como referencia.
A partir de aquí sólo queda comprender lo que esencialmente implica esta propuesta, apoyarla,
creando un estado de opinión, y elaborar
una hoja de ruta que permita definir las prioridades (se trata de ir hacia otro
orden social) y conseguir que esa parte de la sensibilidad social que ya tiene
una forma de orden (la socialdemocracia) la adopte, esto es, se dé cuenta de que
el único proyecto social viable es éste, y sirva, en consecuencia, de dispuesto
vehículo.