Hay gran desorden en todo esto. En realidad, hay bastante
desorden en la propia red (N-1) y, en consecuencia, poca claridad, duplicidad e
inefectividad (lo que merecería y merecerá un capítulo aparte). Y hay, además,
mucho recursos empleados (y desperdiciados) para tratar de poner orden, para
tratar de establecer un mínimo de organización, y poco espacio para las ideas,
quedando restringido ese mundo de las ideas a las de la organización y a otras
que podríamos englobar en el campo de las ocurrencias (de las que la coordinadora de DRY, por
ejemplo, ha tratado de prevenirse en su facebook, cerrando el acceso). Es decir, que salvo
elementos pro-organizativos, reacciones y ocurrencias tenemos poco o nada.
Lo peor de todo es que la respuesta social se presenta como
un collage de demandas y los grupos en sí se presentan como un collage de
demandantes, sin un claro patrón. No se tiene una meta clara, un orden y una
jerarquía en las demandas, sólo se tienen “demandas”, y, como consecuencia,
tampoco se tiene una conciencia clara de qué cosa hay que perseguir en primer
lugar porque va primera, y abre la puerta de otra, y que cosa va en segundo
lugar, en definitiva sobre qué cuestiones emplear las fuerzas, principalmente,
para de una parte ser conscientes de la verdadera necesidad (esto será objeto
de un estudio posterior), y, de otra, de cuándo ésta aumenta o no mediante
determinadas medidas políticas o, dicho en activa, cuando determinadas medidas
políticas se acercan o se alejan de nuestras pretensiones. De esta forma, además, se pierde (no se tiene) sentido
crítico o incluso se deja de ser honesto por ignorancia u omisión, y se empieza
a hacer política de la que no queremos y estamos acostumbrados. Y todo esto
porque finalmente ya no se sabe si esto que apoyamos lo apoyamos porque tenemos
que apoyarlo, porque se apoya, porque lo apoyan quienes a su vez apoyaron, o
por qué (y si nos hace bien o no). Si no somos unos contrincantes claros, no
somos contrincantes.
Esa falta de criterio y de honestidad es de la que hace uso el político (o sindicalista) para levantar cortinas de humos, sobre la ignorancia de los demás, y para moverse en la ambigüedad o en la indefinición que hace bueno lo que es malo y malo lo que es bueno, o le predispone a conformarse, o no conformarse bajo ningún concepto, en virtud de la coyuntura o del interés particular o sectario. La honestidad nos tiene que llevar tanto a distanciarnos del falso amigo como a no alejarnos del enemigo que, seguramente desde otra perspectiva, entiende la necesidad de una realidad distinta, que vive el exceso en su forma particular de vivirlo y llega a la misma conclusión que nosotros con la nuestra. Un ejemplo de esa honestidad, que parte de una idea clara de la exigencia (y de no reconocer amigos), la ha ofrecido en estos días José Borrell (PSOE) cuando ha manifestado (referido a la bajada de sueldo de los banqueros y la dación en pago) que "alguna de las cosas que ha hecho el Partido Popular yo lamento que no las haya hecho antes del gobierno socialista. ¿Por qué no decirlo?". Y de esa honestidad tiene que hacer gala quienes quieran ser promotores del pensamiento social, porque este movimiento tiene que superar el sentido usual de honestidad, de justicia, y darle otro valor.
Lo mismo que se ha dicho de esto se podría decir
de la pretensión gubernamental de que los impagos de la administración a los
proveedores pasen a formar parte de la deuda de esas administraciones, es
decir, que la morosidad la sufra quien la origina: el mal gestor; lo que dará
pie a tener una conciencia clara del bueno y del malo, y poder diferenciarlos,
y del uso del gasto (lo que haría a la
sociedad más coparticipe de ese uso y de ese gasto). En efecto, las medidas son
las necesarias (o las que queremos) las tome Agamenón o su porquero, y como
tales ser reconocidas.
Nosotros tenemos que saber muy claro qué cosas no apartan de una idea y cuáles nos acercan a ella. En el caso de la reforma laboral, por ejemplo, y partiendo de la base de que es totalmente regresiva para la clase trabajadora, tenemos que diferenciar en ella, lo que es malo en sí, lo que puede ser bueno para el conjunto de la sociedad dado el momento actual, lo que no es admisible pero podría, en cambio, ser bueno para el conjunto de la sociedad si estuviéramos en otro paradigma social, es decir, lo que ahora no tiene cabida pero que sería lógico en otro modelo de sociedad, y, finalmente, lo que es malo pero no es fruto de esta ley (pese a que algunos interlocutores sociales lo propalen como tal) sino de la anterior reforma laboral, como es el despido procedente por baja médica superior al 20% de las jornadas en dos meses[1] (estas cuatro variedades serán objeto de un estudio posterior).
Partiendo de esa idea de las cosas, nosotros no podemos negociar (queremos lo que queremos), tampoco luchar indiscriminadamente: tenemos que eliminar lo malo, cambiar el contexto que hace necesario lo malo y cambiar el contexto que presenta como malo lo que podría ser bueno. Y antes de eso, establecer una referencia, una idea clara de hacia dónde queremos llevar a esta sociedad, y para esto, responder a muchas preguntas claves, preguntas cuyas repuestas quizá pensemos que sabemos (porque las personas hacemos de nuestras opiniones dogma de fe), pero que quizás, no, y que al intentar responderlas se ponga de manifiesto que no estamos capacitados para formar ese tipo de sociedad (porque sólo somos capaces de expresar contradicciones): que tal vez tengan que ser nuestros hijos o nuestros nietos.
Voy a reiterar la necesidad de establecer una columna vertebral sobre la que apoyar las demandas, para así clarificar cuál es nuestra idea de sociedad, cuáles son estas demandas, y la forma de articularlas, y llegar a un esquema social en el que la justicia profunda de las pretensiones y la efectividad o éxito de las mismas se dan la mano. Y todo esto por una cuestión muy sencilla y contraria a la que habitualmente se ha venido dando: porque no se crean resistencias en la sociedad (cuestión que sin duda tendré oportunidad de tratar).
[1]
Para ser exactos, es incluso anterior a la última reforma, variando de una a
otra reforma el valor porcentual de la condición necesaria (“siempre que el índice de
absentismo total de la plantilla del centro de trabajo supere el 2,5 % en los
mismos períodos de tiempo”), que finalmente ha quedado
extinguido o nulo en el proyecto de ésta.
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