Aunque el 15M (the spanish revolution) ha logrado constituirse en grupo(s) o aglutinar a los ya existentes y establecer propuestas, no ha conseguido crear un escenario adecuado para depurarlas, como se desprende de la ausencia de elementos teóricos en el movimiento, esto es, de una columna vertebral teórica, o teoría social, que conforme precisamente ese escenario, y le sirva de soporte. Esto obedece a diversos problemas, pero fundamentalmente a cómo se forman las propuestas, su verosimilitud o grado de construcción, y a cómo de serio nos podemos tomar a nosotros mismos en ellas, y, en consecuencia, a la asincronía que subyace. Y esto último, porque lo que a un grupo de la sociedad puede hacerlo enardecer y llenarlo de esperanza, a otro, más pleno de realidad, le puede parecer que está fuera de la misma, que no merece la pena perder un segundo, que el camino es otro.
Son muchos los ejemplos, pero puede ser el caso de la controvertible Democracia 4.0: como gesto está bien, pero, ya está. Pero no sólo ya está porque sea impracticable, o sea, fácilmente neutralizable por los poderes públicos, sino ya está porque además, puede ser una barbaridad. En este caso es una barbaridad porque lo es que los asuntos se solucionen a mano alzada o se deje a la decisión de las personas cada acción social, porque las personas nos movemos por instintos, pasiones, miedos, mayorías malsanas, y un largo etc., es decir, es una barbaridad que no nos preservemos a nosotros de nosotros mismos, y es una barbaridad que la sociedad pretendida (la que se elige con el voto) sea la media aritmética de lo que ya somos como sociedad. Sobre esto podemos (tenemos que) dar un paso más: ser más ambiciosos.
Esto mismo es lo que podemos encontrar con muchas de las propuestas: toda una serie de contraindicaciones y efectos secundarios, a nada que profundicemos en ellas, demostrando que entre el ideal y lo que somos debe existir una dosis importante de pragmatismo o, lo que es lo mismo, un conocimiento de su aplicabilidad en virtud del momento y de la interdependencia con otros elementos del sistema social.
Lo peor no es que encontremos estos tipos de reparos cuando profundizamos, lo peor es que con ellos entremos en oposición clara unos con otros, a pesar de estar básicamente de acuerdo, es decir, que entremos en desacuerdo en las demandas y en la forma en que se hacen, ya sea en las propuestas o en las proclamas, y que en plena exaltación observemos que en verdad estamos en desacuerdo, que si abrimos el campo tenemos diferente punto de vista, que la intención se dispersa, y ya somos extraños o incluso contrarios y, consecuentemente, inefectivos. Se puede ver fácilmente que si iniciamos este tipo de debate sobre cada cuestión, estamos perdidos.
Esto que se plantea aquí es en realidad muy viejo, y es el problema incluso de formaciones políticas de izquierdas: la imposibilidad real de establecer un proyecto común amplio como consecuencia de la incorporación de demandas de todo tipo que son ajenas o incluso contrarias al sentir de una mayoría, afín a una parte nuclear del proyecto. Y ocurre con ideas tan bien intencionadas como la del ecologismo, que se puede defender pero se puede hacer a ultranza o no, lo que da lugar a un orden jerárquico de las ideas y de las necesidades bien distinto a las del prójimo. Y de esta dispersión, su ineficacia.
Este diferente orden jerárquico de las ideas de unos respecto a los otros es tanto como un defecto jerárquico de las mismas o, lo que es igual, su judicialización o prevalencia jurídica: someterlas a derecho o al resultado de las diferentes fuerzas; lo que supone un degaste y una inefectividad, natural de todo movimiento progresista (de acción plural pero caótica), y, en consecuencia, un impedimento para toda transformación social, además de una desventaja frente a otras fuerzas reaccionarias y frente al orden establecido.
Hasta aquí, lo que se presenta como una crítica y constatación de una realidad que, por cierto, no es nueva, que ha estado en la percepción o cuestionamiento de muchos analistas, como lo ha estado la existencia o no de líderes en el movimiento social, etc. Es hora, creo, de intentar cambiar esa realidad o superarla, y aportar iniciativas o reseñas metodológicas, es decir, empezar a tener claro que falta y que sobra para dejar de ser grupúsculos molestos pero fácilmente neutralizables e inefectivos: tenemos que empezar a estructurar la organización y los fundamentos. Necesitamos una hoja de ruta.
Este movimiento tiene que ser eficiente y pacífico (no sólo respecto de la violencia física sino respecto de otras formas de violencia). Estas dos exigencias nos llevan a una metodología exquisita y casi única, esto es, a un espacio bastante reducido en la forma de la acción, y, sin embargo, entiendo que suficiente, pero entiendo también que inevitable porque estamos intentando fundamentalmente construir una forma de sociedad y esto no permite una distancia entre la forma de hacer y de ser. Esto implica igualmente excluir todo maniqueísmo absurdo, aniquilar toda intransigencia, porque la sola pervivencia de estas ideas implica la del modelo que la sostiene de cuyo lenguaje y formas nos queremos liberar. Superar el modelo no es desear que estemos arriba los que estamos abajo y demás lemas similares, superar el modelo no es invertir esto, superar el modelo es otra cosa: otro tipo de inversión. Tendremos que desear todos lo mismo, tenemos que desear aquello que desearíamos igual en una situación que en otra. Ahí es donde se tiene que poner de manifiesto la perfección de la idea de “conciencia social” que debe imperar: en saber diferenciar nuestro ideal de sociedad de nuestra miseria personal, en diferenciar las exigencias de primer orden de aquéllas que, o bien son de segundo orden o bien quedarían en franquicia tras las primeras, y que en cualquier caso representan un lastre o una desvaluación de las intenciones.
Me parece importante manifestar esta sensibilidad y sumar sensibilidades, y evaluar cuántos estamos en una idea, y cuántos en una idea que se parece (porque se opone a algo) pero que es distinta, como distinta es la necesidad de la que parte, dicho de otra forma, cuántos parten de la necesidad y cuántos aun con la necesidad son capaces de ver una necesidad común y superior. Todo no puede partir de la necesidad, si fuera así no cabrían en este proyecto los que no la tienen, y no es el caso: este movimiento se nutre también de personas libres de toda penuria. Todos los colectivos deberían ser capaces de contemporizar sus pretensiones particulares (y, sin duda, dolorosas), superar esta limitación consustancial e ir a otras pretensiones más universales, de fuerte poder de consenso y de transformación social, y así, de una vez por todas, definir a por qué vamos, cuántos somos y con qué contamos. Es decir, no basta con la sensibilidad, hace falta algo más: el movimiento social necesita apoyarse en unos principios fundamentales sobre los que hacer su manifestación pública o declaración de intenciones, y conformar una teoría social en la que reconocerse (la simplificación de lo reconocido nos lleva a la universalización del que reconoce), que sirva de referencia, soporte o guía de la infinidad de cambios concretos y demandas: un nuevo fundamento de lo posible.
————————————
Para lograr nuestras pretensiones, necesitaremos alcanzar un esquematismo del modelo social y de sus excesos, es decir, comprender cómo hemos llegado hasta aquí. En este sentido, podemos darnos cuenta de que la burguesía ha efectuado toda la transformación social que ha llevado a cabo desde el renacimiento sobre dos pilares fundamentales: crear una profunda desigualdad y llevar la sociedad a un proceso de estandarización, de la que forma parte la judicialización o el igualitarismo (no nos olvidemos de la Ilustración). Podemos admitir que las dos cuestiones no son perniciosas en sí mismas. La primera, porque podemos partir de un principio básico por el que todo lo que deba crecer lo debe hacer por una desigualdad, por una diferencia entre dos puntos o estados: esto constituye el principio de bipolaridad del que en realidad parte todo lo que da lugar a un flujo o movimiento, ya sea de carga eléctrica por el voltaje (o diferencia de potencial) de la pila, de agua por la diferente altura en la cascada, o económico por la riqueza acumulada. La segunda, porque ese proceso es el que ha permitido desasirse del dogma y de otras inveteradas formas sociales. Pero tenemos, naturalmente, que objetar, de una parte, que esta desigualdad haya estado y esté mal gestionada y en vías de radicalizarse, en lo que se está presentando como una bipartición de la masa social a través de la destrucción de la clase media, y, de otra parte, que junto con los dogmas hayamos abandonado principios básicos, en tanto que la estandarización nos está llevando a un proceso de desestructuración social.
La corrección de estos dos factores debe conformar los ejes o palancas de transformación social. No podemos olvidar tampoco el desarrollo de esta crisis y la aparente bancarrota técnica de algunas naciones, pero todo eso es un problema de dinero, que se soluciona con dinero (o con decisiones políticas), que camufla el proceso de regresión social que estamos tratando, y que entendemos primordial. Cualquier propuesta debería estar, por tanto, en la idea de alcanzar la corrección de estos dos elementos, sin olvidar la realidad expuesta y aceptada, en la superación o la síntesis de la misma (en el contexto de la dialéctica histórica); y en el afán de inventarse otra forma de vivir que preserve todas las grandes posibilidades que nos da ésta. Lejos de ser así, y en el mejor de los casos, tenemos unas propuestas de ajuste (véase ATACC), muy en el contexto y el lenguaje neoliberal, que tratan de corregir los excesos, pero no el pensamiento, o, dicho de otro modo, que inciden sobre los excesos de segundo orden pero no los de primer orden, anteriormente reseñados, que implicarían un verdadero cambio en el modelo; en tanto que la masa social incide en el modelo desde el deseo, sin unos verdaderos motores de transformación.
A mí entender, la corrección, en correspondencia con los problemas apuntados, debe venir dada por un proceso de inversión social, como medida de higiene socioeconómica, y por una recuperación o redefinición de los principios, en lo que denominaremos principios de verdad, que se presenta como una medida de higiene política, y, entre ambos, como los pilares básicos o palancas de la reestructuración eficiente de la sociedad:
Primera palanca. Nuestra sociedad está apoyada en el principio de competencia, como motor de la desigualdad y, por tanto, del crecimiento, pero en realidad esto es causa de una profunda desestructuración social y de ineficiencia del sistema productivo, es decir, el modelo actual de sociedad tiene muy en cuenta los beneficios que alcanza por la aplicación de este principio y no sus perjuicios, que son muchos.
El empleo a la corta o a la larga será un problema. En consecuencia, ¿qué hacemos, de acuerdo con este hecho y el principio de competencia, cubrimos las plazas de trabajo menos cualificado con población cualificada, que por supuesto compite en situación ventajosa, y creamos dos problemas (los desocupados y los mal ocupados), o las cubrimos con la población afín, y dejamos, haya o no haya ocupación, a los cualificados para las innumerables ocupaciones de nivel que, si se quiere, puede demandar una sociedad de progreso?
El actual sistema de escalado social es improductivo por la ineficaz utilización de recursos humanos, tanto por el aspecto estructural de los que no prosperan y las condiciones en las que llegan los que sí lo hacen (empleo poco racional de los elementos en la arquitectura social), como por el aspecto funcional de los mismos, o desaprovechamiento de las capacidades y despilfarro de los recursos materiales en todo el proceso. Una sociedad no se puede permitir desaprovechar a su población capacitada en tareas que no le son afines o tenerla entretenida en una búsqueda de recursos propios (su camino) estúpida. Una sociedad debe tener satisfechas sus necesidades estructurales y de provisión básicas, pero la alternativa no debe estar entre ocupar una plaza o no poder ocuparla (ocupándose de abajo a arriba, con la desocupación como estado residual, improductivo y subsidiado) sino entre ocuparla y quedar liberados de ocupación, es decir, ocupándose de arriba abajo, con la ocupación como estado residual plenamente productivo y regulada por mínimos: esto es la inversión social.
Segunda palanca. El proceso de estandarización conlleva el abandono del dogma, de las referencias (acertadas o no), para tomar el camino de la judicialización (la Fe única y estándar), que implica una despolarización política, definida como la igualación social de los roles en los diferentes ámbitos sociales, y promovida desde los mismos. Esto implica muchas ventajas para la producción y es muestra de la altura social, pero parejamente comporta una importante desestructuración social derivada de la imposibilidad de educar en el seno de la sociedad y de la familia, es decir, de la transmisión, distribución y consolidación del acervo. Todo esto comporta, así mismo, una gran confusión en todos esos ámbitos, así como en el de la justicia, propiamente dicho (de la que se nutre la política), por la concurrencia de toda una serie de obligaciones y derechos sin una jerarquía clara. Confusión y desorientación. La sociedad no puede estar sumida en la equidistancia constante, en el igualitarismo perpetuo, en la continua lucha de fuerzas contrarias que impide determinar algún tipo de orientación social, como si al cabo de dos mil años de historia no hubiéramos aprendido nada. Durante ese tiempo la sociedad se ha regido por toda una serie de mandamientos, ahora, no pudiendo echar manos de ellos por haber perdido el carácter universal, estamos en la obligación de dar una solución a la altura de los tiempos: no de determinación equivocada, no indeterminación, sino determinación suficiente. Esto es el principio de verdad. El principio de verdad es el espacio común formado por aquellas cuestiones sociales que en su desarrollo más se parecen a la idea de principio —que por tal es común—, pues representa, aunque no en su estadio de máxima simplificación, una idea de éste, esto es, de lo que la sociedad quiere y parte.
Se trata de dos grandes orientaciones sociales hacia un modelo de sociedad accesible desde éste, y, por tanto, de una referencia. La alarmante tendencia social y la necesidad de invertirla exigen hacer una manifestación pública, establecimiento de un punto de partida, referencias y metas, en forma de Manifiesto.
posterior
Son muchos los ejemplos, pero puede ser el caso de la controvertible Democracia 4.0: como gesto está bien, pero, ya está. Pero no sólo ya está porque sea impracticable, o sea, fácilmente neutralizable por los poderes públicos, sino ya está porque además, puede ser una barbaridad. En este caso es una barbaridad porque lo es que los asuntos se solucionen a mano alzada o se deje a la decisión de las personas cada acción social, porque las personas nos movemos por instintos, pasiones, miedos, mayorías malsanas, y un largo etc., es decir, es una barbaridad que no nos preservemos a nosotros de nosotros mismos, y es una barbaridad que la sociedad pretendida (la que se elige con el voto) sea la media aritmética de lo que ya somos como sociedad. Sobre esto podemos (tenemos que) dar un paso más: ser más ambiciosos.
Esto mismo es lo que podemos encontrar con muchas de las propuestas: toda una serie de contraindicaciones y efectos secundarios, a nada que profundicemos en ellas, demostrando que entre el ideal y lo que somos debe existir una dosis importante de pragmatismo o, lo que es lo mismo, un conocimiento de su aplicabilidad en virtud del momento y de la interdependencia con otros elementos del sistema social.
Lo peor no es que encontremos estos tipos de reparos cuando profundizamos, lo peor es que con ellos entremos en oposición clara unos con otros, a pesar de estar básicamente de acuerdo, es decir, que entremos en desacuerdo en las demandas y en la forma en que se hacen, ya sea en las propuestas o en las proclamas, y que en plena exaltación observemos que en verdad estamos en desacuerdo, que si abrimos el campo tenemos diferente punto de vista, que la intención se dispersa, y ya somos extraños o incluso contrarios y, consecuentemente, inefectivos. Se puede ver fácilmente que si iniciamos este tipo de debate sobre cada cuestión, estamos perdidos.
Esto que se plantea aquí es en realidad muy viejo, y es el problema incluso de formaciones políticas de izquierdas: la imposibilidad real de establecer un proyecto común amplio como consecuencia de la incorporación de demandas de todo tipo que son ajenas o incluso contrarias al sentir de una mayoría, afín a una parte nuclear del proyecto. Y ocurre con ideas tan bien intencionadas como la del ecologismo, que se puede defender pero se puede hacer a ultranza o no, lo que da lugar a un orden jerárquico de las ideas y de las necesidades bien distinto a las del prójimo. Y de esta dispersión, su ineficacia.
Este diferente orden jerárquico de las ideas de unos respecto a los otros es tanto como un defecto jerárquico de las mismas o, lo que es igual, su judicialización o prevalencia jurídica: someterlas a derecho o al resultado de las diferentes fuerzas; lo que supone un degaste y una inefectividad, natural de todo movimiento progresista (de acción plural pero caótica), y, en consecuencia, un impedimento para toda transformación social, además de una desventaja frente a otras fuerzas reaccionarias y frente al orden establecido.
Hasta aquí, lo que se presenta como una crítica y constatación de una realidad que, por cierto, no es nueva, que ha estado en la percepción o cuestionamiento de muchos analistas, como lo ha estado la existencia o no de líderes en el movimiento social, etc. Es hora, creo, de intentar cambiar esa realidad o superarla, y aportar iniciativas o reseñas metodológicas, es decir, empezar a tener claro que falta y que sobra para dejar de ser grupúsculos molestos pero fácilmente neutralizables e inefectivos: tenemos que empezar a estructurar la organización y los fundamentos. Necesitamos una hoja de ruta.
Este movimiento tiene que ser eficiente y pacífico (no sólo respecto de la violencia física sino respecto de otras formas de violencia). Estas dos exigencias nos llevan a una metodología exquisita y casi única, esto es, a un espacio bastante reducido en la forma de la acción, y, sin embargo, entiendo que suficiente, pero entiendo también que inevitable porque estamos intentando fundamentalmente construir una forma de sociedad y esto no permite una distancia entre la forma de hacer y de ser. Esto implica igualmente excluir todo maniqueísmo absurdo, aniquilar toda intransigencia, porque la sola pervivencia de estas ideas implica la del modelo que la sostiene de cuyo lenguaje y formas nos queremos liberar. Superar el modelo no es desear que estemos arriba los que estamos abajo y demás lemas similares, superar el modelo no es invertir esto, superar el modelo es otra cosa: otro tipo de inversión. Tendremos que desear todos lo mismo, tenemos que desear aquello que desearíamos igual en una situación que en otra. Ahí es donde se tiene que poner de manifiesto la perfección de la idea de “conciencia social” que debe imperar: en saber diferenciar nuestro ideal de sociedad de nuestra miseria personal, en diferenciar las exigencias de primer orden de aquéllas que, o bien son de segundo orden o bien quedarían en franquicia tras las primeras, y que en cualquier caso representan un lastre o una desvaluación de las intenciones.
Me parece importante manifestar esta sensibilidad y sumar sensibilidades, y evaluar cuántos estamos en una idea, y cuántos en una idea que se parece (porque se opone a algo) pero que es distinta, como distinta es la necesidad de la que parte, dicho de otra forma, cuántos parten de la necesidad y cuántos aun con la necesidad son capaces de ver una necesidad común y superior. Todo no puede partir de la necesidad, si fuera así no cabrían en este proyecto los que no la tienen, y no es el caso: este movimiento se nutre también de personas libres de toda penuria. Todos los colectivos deberían ser capaces de contemporizar sus pretensiones particulares (y, sin duda, dolorosas), superar esta limitación consustancial e ir a otras pretensiones más universales, de fuerte poder de consenso y de transformación social, y así, de una vez por todas, definir a por qué vamos, cuántos somos y con qué contamos. Es decir, no basta con la sensibilidad, hace falta algo más: el movimiento social necesita apoyarse en unos principios fundamentales sobre los que hacer su manifestación pública o declaración de intenciones, y conformar una teoría social en la que reconocerse (la simplificación de lo reconocido nos lleva a la universalización del que reconoce), que sirva de referencia, soporte o guía de la infinidad de cambios concretos y demandas: un nuevo fundamento de lo posible.
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Para lograr nuestras pretensiones, necesitaremos alcanzar un esquematismo del modelo social y de sus excesos, es decir, comprender cómo hemos llegado hasta aquí. En este sentido, podemos darnos cuenta de que la burguesía ha efectuado toda la transformación social que ha llevado a cabo desde el renacimiento sobre dos pilares fundamentales: crear una profunda desigualdad y llevar la sociedad a un proceso de estandarización, de la que forma parte la judicialización o el igualitarismo (no nos olvidemos de la Ilustración). Podemos admitir que las dos cuestiones no son perniciosas en sí mismas. La primera, porque podemos partir de un principio básico por el que todo lo que deba crecer lo debe hacer por una desigualdad, por una diferencia entre dos puntos o estados: esto constituye el principio de bipolaridad del que en realidad parte todo lo que da lugar a un flujo o movimiento, ya sea de carga eléctrica por el voltaje (o diferencia de potencial) de la pila, de agua por la diferente altura en la cascada, o económico por la riqueza acumulada. La segunda, porque ese proceso es el que ha permitido desasirse del dogma y de otras inveteradas formas sociales. Pero tenemos, naturalmente, que objetar, de una parte, que esta desigualdad haya estado y esté mal gestionada y en vías de radicalizarse, en lo que se está presentando como una bipartición de la masa social a través de la destrucción de la clase media, y, de otra parte, que junto con los dogmas hayamos abandonado principios básicos, en tanto que la estandarización nos está llevando a un proceso de desestructuración social.
La corrección de estos dos factores debe conformar los ejes o palancas de transformación social. No podemos olvidar tampoco el desarrollo de esta crisis y la aparente bancarrota técnica de algunas naciones, pero todo eso es un problema de dinero, que se soluciona con dinero (o con decisiones políticas), que camufla el proceso de regresión social que estamos tratando, y que entendemos primordial. Cualquier propuesta debería estar, por tanto, en la idea de alcanzar la corrección de estos dos elementos, sin olvidar la realidad expuesta y aceptada, en la superación o la síntesis de la misma (en el contexto de la dialéctica histórica); y en el afán de inventarse otra forma de vivir que preserve todas las grandes posibilidades que nos da ésta. Lejos de ser así, y en el mejor de los casos, tenemos unas propuestas de ajuste (véase ATACC), muy en el contexto y el lenguaje neoliberal, que tratan de corregir los excesos, pero no el pensamiento, o, dicho de otro modo, que inciden sobre los excesos de segundo orden pero no los de primer orden, anteriormente reseñados, que implicarían un verdadero cambio en el modelo; en tanto que la masa social incide en el modelo desde el deseo, sin unos verdaderos motores de transformación.
A mí entender, la corrección, en correspondencia con los problemas apuntados, debe venir dada por un proceso de inversión social, como medida de higiene socioeconómica, y por una recuperación o redefinición de los principios, en lo que denominaremos principios de verdad, que se presenta como una medida de higiene política, y, entre ambos, como los pilares básicos o palancas de la reestructuración eficiente de la sociedad:
Primera palanca. Nuestra sociedad está apoyada en el principio de competencia, como motor de la desigualdad y, por tanto, del crecimiento, pero en realidad esto es causa de una profunda desestructuración social y de ineficiencia del sistema productivo, es decir, el modelo actual de sociedad tiene muy en cuenta los beneficios que alcanza por la aplicación de este principio y no sus perjuicios, que son muchos.
El empleo a la corta o a la larga será un problema. En consecuencia, ¿qué hacemos, de acuerdo con este hecho y el principio de competencia, cubrimos las plazas de trabajo menos cualificado con población cualificada, que por supuesto compite en situación ventajosa, y creamos dos problemas (los desocupados y los mal ocupados), o las cubrimos con la población afín, y dejamos, haya o no haya ocupación, a los cualificados para las innumerables ocupaciones de nivel que, si se quiere, puede demandar una sociedad de progreso?
El actual sistema de escalado social es improductivo por la ineficaz utilización de recursos humanos, tanto por el aspecto estructural de los que no prosperan y las condiciones en las que llegan los que sí lo hacen (empleo poco racional de los elementos en la arquitectura social), como por el aspecto funcional de los mismos, o desaprovechamiento de las capacidades y despilfarro de los recursos materiales en todo el proceso. Una sociedad no se puede permitir desaprovechar a su población capacitada en tareas que no le son afines o tenerla entretenida en una búsqueda de recursos propios (su camino) estúpida. Una sociedad debe tener satisfechas sus necesidades estructurales y de provisión básicas, pero la alternativa no debe estar entre ocupar una plaza o no poder ocuparla (ocupándose de abajo a arriba, con la desocupación como estado residual, improductivo y subsidiado) sino entre ocuparla y quedar liberados de ocupación, es decir, ocupándose de arriba abajo, con la ocupación como estado residual plenamente productivo y regulada por mínimos: esto es la inversión social.
Segunda palanca. El proceso de estandarización conlleva el abandono del dogma, de las referencias (acertadas o no), para tomar el camino de la judicialización (la Fe única y estándar), que implica una despolarización política, definida como la igualación social de los roles en los diferentes ámbitos sociales, y promovida desde los mismos. Esto implica muchas ventajas para la producción y es muestra de la altura social, pero parejamente comporta una importante desestructuración social derivada de la imposibilidad de educar en el seno de la sociedad y de la familia, es decir, de la transmisión, distribución y consolidación del acervo. Todo esto comporta, así mismo, una gran confusión en todos esos ámbitos, así como en el de la justicia, propiamente dicho (de la que se nutre la política), por la concurrencia de toda una serie de obligaciones y derechos sin una jerarquía clara. Confusión y desorientación. La sociedad no puede estar sumida en la equidistancia constante, en el igualitarismo perpetuo, en la continua lucha de fuerzas contrarias que impide determinar algún tipo de orientación social, como si al cabo de dos mil años de historia no hubiéramos aprendido nada. Durante ese tiempo la sociedad se ha regido por toda una serie de mandamientos, ahora, no pudiendo echar manos de ellos por haber perdido el carácter universal, estamos en la obligación de dar una solución a la altura de los tiempos: no de determinación equivocada, no indeterminación, sino determinación suficiente. Esto es el principio de verdad. El principio de verdad es el espacio común formado por aquellas cuestiones sociales que en su desarrollo más se parecen a la idea de principio —que por tal es común—, pues representa, aunque no en su estadio de máxima simplificación, una idea de éste, esto es, de lo que la sociedad quiere y parte.
Se trata de dos grandes orientaciones sociales hacia un modelo de sociedad accesible desde éste, y, por tanto, de una referencia. La alarmante tendencia social y la necesidad de invertirla exigen hacer una manifestación pública, establecimiento de un punto de partida, referencias y metas, en forma de Manifiesto.
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