Una opción para canalizar la fuerza social sería
constituirse en partido, pero creo que no es la única ni la mejor, y, por otro lado,
que no es momento o situación. Vamos por partes. Creo que la verdadera opción a
la corta o a la larga sería constituirse (con todas las reservas) en un quinto
poder, es decir, en un potente grupo de opinión, que module y condicione la
opción y las aspiraciones del verdadero poder político. Ese quinto poder tiene
que tener vocación de equilibrar pero nunca la de emular o sustituir. En algún
sentido esto es lo que ya se está haciendo (algunas acciones políticas están
siendo sensibles a lo que está ocurriendo en la calle) pero en algún otro
sentido no, por cuestiones fundamentales que tienen que ver con la
idiosincrasia del movimiento social, con sus pretensiones o la falta de ellas.
Al movimiento social le resulta extremadamente fácil ponerse
de acuerdo en aquello que le supone (o supone socialmente) un dolor clamoroso e
irreconciliable con la situación social, pero, nada más, es decir, que no está
haciendo lo propio con las cuestiones sobre las que simplemente tiene que
efectuar una orientación de sus aspiraciones. En consecuencia, no llega a
acuerdos o, por decirlo mejor, entra en desacuerdos y en contradicciones: en
una gran contradicción. De esa contradicción se desprende dos efectos
indeseables. Uno la falta de consenso interno, la divergencia de voluntades e
intenciones, otro, la débil capacidad de convocatoria o reclamo exterior. El
problema endógeno y el exógeno es el mismo: salvo en las cuestiones nucleares (sobre
las que tampoco se ha alcanzado una gran rotundidad) no se dispone de una
referencia clara. La consecuencia es la misma: la inefectividad. Podemos decir
que tanto dentro como fuera se vive el descontento, pero que ese descontento no
se aglutina en un pensamiento alternativo unificado, o que incluso versa sobre
cuestiones dispares y claramente minoritarias o de importancia relativa en el
contexto general.
Romper con esta dinámica exige varias cosas. Desde “La sociedad Inversa” se está dibujando está exigencia y progresando en esta idea en cada una de los posts.
En cada una de ellos se hace hincapié en la necesidad de establecer una
deontología de la subversión, de abandonar unas formas, tomar otras, y dar un
salto cualitativo. No voy a repetir el contenido, pero sí a particularizarlo para
un caso concreto y a mostrar así, desde otra perspectiva, el fondo del asunto. Sabemos
que en estos días —hace ya algunos— se ha puesto en marcha la ley Wert-Sinde, a
la que tanto los colectivos implicados en las cuestiones de la libre difusión
de la cultura como internautas, periodistas, bloggers y otros se oponen,
haciendo patente dicha oposición en el “Manifiesto en defensa de los derechos fundamentales en internet”.
Sabemos que las razones argüidas respecto a las motivaciones de la industria
cultural y los lobbies norteamericanos son ciertas y que, en consecuencia, una
vez más responde a la intencionalidad de desequilibrar la balanza a favor del
negocio oneroso de algunos respecto de otros derechos, dicho de otra manera, la
de evitar lo que consideran un intrusismo. Frente a esto se propugna la libre
difusión de la cultura. Pero parejamente se propugna el libre uso de la
propiedad de los demás y el quebranto de sus derechos o nulidad preventiva de
la propiedad intelectual. ¿Es necesario luchar contra el quebranto desde el
quebranto? ¿Es necesario exagerar nuestra necesidad y nuestro derecho? ¿Esto
nos pone en la dirección adecuada o nos confunde? El manifiesto citado arranca
de una afirmación que se da por buena y que sin embargo es cuestionable: Los
derechos de autor no pueden situarse por encima de los derechos fundamentales
de los ciudadanos,
como el derecho a la privacidad, a la seguridad, a la presunción de inocencia,
a la tutela judicial efectiva y a la libertad de expresión. No es que la
afirmación no diga una verdad, es sólo que no dice toda la verdad y, en
consecuencia, está mal resuelta; pudiéndosele presentar varias objeciones.
Primera. Los derechos de autor no pueden situarse por
encima, no quieren situarse por encima, no quieren situarse por debajo…, no
pueden estar por debajo. Los derechos de autor, que es el derecho al producto
del trabajo, son tan fundamentales como los otros. Entre unos derechos
fundamentales, y otros, no cabe un proceso de judicialización, esto es, uno en
el que además se utilice todos los ardides legales para hacer valer una
hipotética razón, no cabe —una vez más— supeditar la razón de las cosas al
interés, aunque éste pueda encerrar alguna verdad o algún perjuicio,
reconozcamos el derecho de los otros antes de utilizar todo el artificio legal
en la defensa del nuestro. No podemos querer esquilmar con nuestro derecho
otros derechos. Sólo cabe establecer una jerarquía en virtud del quebranto
real, o, mejor aún arbitrar una fórmula que posibilite verdaderamente el libre
acceso, teniendo en cuenta a todas las partes del proceso creativo y de su
popularización (a quien crea, a quien promueve y a quien difunde)[1].
Segunda. Bien es sabido que en realidad la libre difusión de
determinados artículos no perjudica al autor porque si no es conocido puede
lograr que se le conozca y si es muy conocido darle un valor añadido que de
otra forma jamás alcanzaría, pero esto no quiere decir que podamos acomodar el
derecho a la realidad coyuntural o las posibilidades ni que podamos acomodar
las otras realidades a ésa de forma forzada. Esa realidad nueva hace, por
ejemplo, que alguien pueda vender CD´s por internet de forma más económica por
la supresión de gastos de almacenamiento, de establecimiento, es decir, por un
abaratamiento general de los costes, además de disponer de un mercado extenso,
etc., pero, ¿por lo menos, los CD´s que venda los tendrá que pagar al proveedor,
no? Que la realidad posibilite esta forma de comercio no quiere decir que nos pleguemos
a ella, que la realidad posibilite no pagar los CD´s, esto es, que no pagar los
CD´s esté como posibilidad no quiere decir que tengamos que forzar todo nuestro
pensamiento a esa posibilidad. Lo mismo ocurre con el resto de las cosas, incluidas
la música que puede contener esos CD´s; aunque como posibilidad esté también
alegar que se está haciendo lo contrario de lo que está haciendo.
Tercera. Esto último nos lleva a otra cuestión, que es paradójica
y que una vez más pone de relieve la verdad esencial de todo lo que está
ocurriendo en el plano socioeconómico, y la necesidad de tener una verdadera
vara de medir los comportamientos y sus repercusiones, que en nuestro caso
viene dada por el principio de bipolaridad (que en breve será desarrollado como
merece). La cuestión es que todo lo que está ocurriendo, entre lo que podemos
citar el propio desarrollo y la globalización, y nuestra forma de hacer las
cosas, redunda en el decremento del diferencial entre polos, esto es, en la
fuente del flujo de riqueza. Como respuesta, los poderes económicos (la gestión
de la inversión etc.) trata de abrir o agrandar la brecha, y lo hace mediante
la incorporación de dosis de subdesarrollo. Ellos están haciendo su parte, lo
que les viene bien, la pregunta es, ¿estamos haciendo nosotros la nuestra?
Parece evidente que estamos luchando contra una forma de capitalismo o de
distribución de la riqueza y estamos al mismo tiempo contribuyendo con nuestra
forma de consumir a esa forma de distribución: los Mercados sólo entienden de
Mercados y de llevar la inversión a donde haya más rentabilidad, y nosotros,
esos que luchamos contra los Mercados (junto a los que no luchan por nada),
sólo entendemos de comprar donde sea más barato, si es preciso a través de
internet mediante (lo que antes hubiera sido) una complicada operación de
compra para ahorrarnos cinco céntimos en los CD´s; y si es gratis mejor. Ahí
está la paradoja: denunciamos las herramientas del neoliberalismo, pero nos
aprovechamos de ellas, de las ventajas del mercado libre. ¿A qué estamos
jugando? Las diferentes opciones económicas y políticas tienen nombre, ¿cómo le
llamamos a ésta?, ¿cómo se llama esta mezcla de supuestos ideales y de
oportunismo? El exceso de plusvalías lleva a la desigualdad perniciosa, su
anulación en este contexto (despolarización), a la imposibilidad real de mantener
el sistema. No se trata de anticonsumismo ni de antiglobalismo, se trata de
atender a la dinámica de los sistemas y preservarla, y para ello de establecer
unos mínimos. Aquí es donde tenemos que detenernos para comprender las
repercusiones económicas de nuestras acciones, cómo retroalimentamos los
excesos del sistema: buena parte de toda esta cadena descendente entre sueldos
y precios, con la participación de un tercer mundo en desarrollo, está motivada
por nuestra forma de comprar, por nuestra forma de querer las cosas, por
nuestra cicatería. Por esa forma de consumir, todos estamos sometidos a la
competencia, y algunos, según el rol desempeñado, obligados a corregir —tal vez
con más competencia— su efecto pernicioso, que de otra forma podría llevar, no
a este deterioro continuado sino al colapso.
Nuestra solución tiene que eludir el deterioro y el colapso.
Esto sólo se puede hacer desde el conocimiento y, por supuesto, desde el cambio
del comportamiento o de la concepción de lo que es y representa la sociedad,
que, como dijo Ortega en “La rebelión de las masas”, no es selva que esté ahí y
de la que se hace uso:
La naturaleza
está siempre ahí. Se sostiene a sí misma. En ella, en la selva, podemos
impunemente ser salvajes… Esto pasa en el mundo que es sólo naturaleza. Pero no
pasa en el mundo que es civilización, como el nuestro. La civilización no está
ahí, no se sostiene a sí misma. Es artificio y requiere un artista o artesano.
Si usted quiere aprovecharse de las ventajas de la civilización, pero no se
preocupa usted de sostener la civilización..., se ha fastidiado usted. En un
dos por tres se queda usted sin civilización. ¡Un descuido, y cuando mira usted
en derredor, todo se ha volatilizado! Como si hubiese recogido unos tapices que
tapaban la pura naturaleza, reaparece repristinada la selva primitiva. La selva
siempre es primitiva. Y viceversa: todo lo primitivo es selva… El hombre-masa
cree que la civilización en que ha nacido y que usa es tan espontánea y
primigenia como la naturaleza, e ipso facto se convierte en primitivo. La
civilización se le antoja selva.
Esa rebelión, junto al proceso de universalización llevó,
parejamente, otro de vulgarización o banalización del que todavía no nos hemos
repuesto, y junto con la apropiación legítima se emparejó otra nacida de la
soberbia. Ahora estamos viviendo una segunda rebelión, una segunda extensión.
Este proceso no es malo en sí mismo, más bien es bueno, pero es peligroso por
lo anteriormente expresado. Es peligroso que pensemos que todo lo posible es
admisible, y susceptible de ser demandado porque nos pertenece.
Naturalmente, este pensamiento no es generalizado, pero es
normal cuando se emprende una acción global de este tipo verse rodeado de
accidentales compañeros de viaje que puestos a pedir piden esto, esto otro y lo
otro, y, puestos a desarticular, aquello, aquello otro y lo de más allá. Todos
nosotros pedimos esto y queremos torcer o enderezar aquello otro, y por eso
mismo nos dicen antisistema, pero eso es una cosa y el nihilismo es otra: no
estamos aquí luchando contra el progreso, estamos aquí porque ese progreso, que
se entiende ascendente respecto a las capacidades y el potencial del ser
humano, ha establecido un punto de inflexión e inversión respecto a elementos
importantes del desarrollo, el bienestar y la dignidad; no queremos retroceder,
queremos aprender a desarrollarnos sin perjudicarnos. Tenemos que propiciar no la
sociedad que imaginamos sino la que es posible ahora, la que precisamos y
podemos alcanzar desde ésta en el día de mañana, siguiendo la evolución y el
progreso normal de las sociedades.
La vocación de un
quinto poder es poner las cosas en su sitio, pero, evidentemente, tenemos
que poner las cosas en su sitio entre nosotros antes que intentar ponérselas a
los demás; y hay cosas que no se sostienen en pie. No podemos luchar contra la
mentira a base de mentiras. Las mentiras nos pueden servir a nosotros mismos
durante un tiempo, pero no siempre, y no a los que están a nuestro alrededor,
que más distanciados del problema ven sus otras caras. No podemos levantar una
sociedad nueva sobre cuestiones mal resueltas, tenemos que superar este choque
de derechos, tenemos que superar el derecho, y hacerlo mediante verdades o principios de verdad: si lo que pedimos
es justo no tiene más remedio que abrirse camino.
La necesidad del
quinto poder es ser extenso. Esta segunda rebelión debe apoyarse en la
mundialización de la cultura, pero esto, no puede dar lugar a que quedemos
presos de sus problemáticas (como esta de los derechos de autor), y,
contrariamente, sí a superarlas, como
está ocurriendo con determinados procesos de distribución de la información
(frente a los canales oficiales), con la distribución de la documentación
mediante la incorporación de la misma a repositorios, que se presentan así como
las verdaderas fuentes. Eso es lo que hay que hacer aquí, ser una mayoría o una
vanguardia extensa. Esta segunda rebelión debe apoyarse, igualmente, en la
mundialización de la economía, esto es, en la sustitución de los elementos
intensivos por otros extensivos mediante la inversión social.
La estrategia del
quinto poder es establecerse como polo intermedio o darle soporte. El polo
intermedio entre dos polos es el que hace que estos se junten, el que lleva
hacia la despolarización o convergencia social, como hiciera la burguesía
frente al feudalismo o la revolución social frente a la burguesía, respecto —en
ambos casos—a una clase desfavorecida. Ese polo intermedio lo ha venido
representando la socialdemocracia salvo cuando ésta ha ejercido de polo activo.
Queda determinar quién es el verdadero polo activo y si la socialdemocracia
puede seguir ejerciendo de polo intermedio o precisamos reformularlo
completamente, y esto en función de que tenga una masa social suficiente y
pureza de ideas. Vemos que estas dos exigencias son las exigencias que nos
hemos impuesto a nosotros mismos: una honestidad profunda y generalizada. En
conclusión, o este pensamiento llega a la masa social o la masa social viene a este pensamiento,
para así, sea como sea, lo dicho arriba, establecernos como un grupo de presión
limpio, como interlocutores válidos y claros, y precursores de estrategias
sociales globales y factibles: estructurar la acción y poner en marcha —como ya
dije— un trabajo de ingeniería social que le dé forma, que canalice la demanda
de un par de cuestiones políticas claves, de entre un ideario, y otro par de
ellas económicas, que vayan recomponiendo nuestro sistema y propiciando la
regeneración: ese es el verdadero empoderamiento.
Sólo queda determinar los pasos.
[1]
Desde mi punto de vista todo esto que ha ocurrido con el canon digital, su
implantación y su supresión, ha sido un error. Su implantación porque es cierto
que no se puede pagar por lo que no genera derecho y dárselo de forma
indiscriminada a un sector, su supresión porque representaba una forma
relativamente barata de eludir otras obligaciones y responsabilidades. En este
caso, en vez de haber luchado por la supresión (a veces queremos todo de todo)
se tendría que haber hecho por una distribución más justa, que incluiría el
Copyleft o mínima remuneración de la actividad cultural libre (ciertas wikis,
por ejemplo) y el sustento de creadores sin fortuna; yendo más lejos, hubiera
servido para un sostenimiento de la cultura y el arte, en un sentido amplio, a
través del sostenimiento real del artista, permitiendo que éste en cierta fase
de desarrollo estuviera libre de ciertas servidumbres (esto lo permite la
inversión social); o se tendría que haber luchado por otro mecanismo que
contemplara el uso (no la propiedad) real del artículo y el pago en función del
mismo.